A mis dieciocho años puedo presumir de no haber sufrido ninguna separación, ni de haber dejado a ningún novio
Las revistas del corazón me ponen del estómago, motivo por el cual, siempre he rehuido las exclusivas. Y no ha sido precisamente por falta de propuestas, pues como ustedes saben, soy Directora Adjunta de La pluma en ristre. No tengo por tanto nada que envidiar a esas famosas celebrities nacionales e internacionales del papel couché, que aparentan con sus posados pactados, cobrados y artificiales, una vida de ensueño. Entre otras cosas, porque para ser y sentirse princesa, como yo, no hace falta tener una mansión, ni un aburrido millonario al que aguantar y agradecer cada día con muestras de afecto, la preciada estancia en su cárcel de oro. Esa es una de las ventajas que tenemos las mujeres caninas: que no tenemos que casarnos ni vender nuestra libertad a otro miembro de nuestra especie. Sabemos diversificar nuestras emociones y canalizarlas de una forma igualitaria a los demás miembros de nuestra manada.
Rehuyo por tanto de la exclusiva y concedo a cambio, ante las peticiones insistentes y cariñosas de mi padre estas palabras a los lectores de La pluma en ristre. Lo hago, al contrario que las protagonistas de esas revistas, pidiendo disculpas a los mismos, ante el posible distanciamiento que han podido percibir a lo largo de estos años por parte de mi persona, cuando lo que he pretendido, es salvaguardar la discreción de mi vida diaria.
Algunos aseguran que los gatos tienen siete vidas. Yo gracias a la manada que un día me acogió, estoy hoy en condiciones de afirmar que he sobrepasado con creces ese número, ya que recientemente he cumplido mi décima vida. Unas vidas que siempre han ido en sintonía con la calidad de mi existencia, la cual aprovecho para agradecer a toda mi familia.
Siendo cachorra, Emilio, un pastor de Castrojimeno, me compró por trescientos euros y me trajo a este pueblo perteneciente a la provincia de Segovia. Entonces me llamaba Salma. Emilio le propuso a mi familia la adopción, ya que no valía para el rebaño. De no haberle hecho caso hoy no estaría aquí. Ya en Madrid, una mañana me perdí. Mi padre y yo estuvimos buscándonos hasta que logramos encontrarnos, después de una hora. Nunca me olvidaré de los latidos de mi padre, cuando me cogió en brazos.
La tercera vez que nací fue en una acera. Mi padre me tenía atada en un semáforo en rojo, esperando que cambiase de color. En un instante un coche pasó casi tocando el bordillo. Años más tarde sufrí primero una mordedura en el cuello de mi vecina, y años más tarde, fui víctima de la violencia machista de mi entonces vecino, un macho Shar Pei que me abrió el vientre, ante lo cual tuve que ser operada de urgencia en la Clínica Veterinaria Torrejón, situada en dicha localidad, y que regenta mi prima. Hace un par de años, como consecuencia de una infección en la boca, a mis dieciséis años, volvió a operarme con riesgos, como consecuencia de mi avanzada edad, de un soplo que tengo en el corazón, y de la anestesia general que me tenían que practicar. Mi familia fue advertida de la gravedad, y la operación al final salió bien.
Después de tan largo historial creía que no iba a sufrir más sobresaltos. Pero un día de consulta veterinaria, ante el miedo que aún provoca mi visita a las consultas médicas, logré escaparme por la puerta, hasta que mi padre consiguió cogerme en el bordillo de una carretera. No ha sido, reconozco, la única vez que me he dado a la fuga. Este año como consecuencia de una infección en la boca que me impedía comer y beber, de regreso de la veterinaria del barrio, logré escaparme, al soltarse el arnés falso y provisional que me habían puesto. El familiar que me acompañaba, llamó a mi padre, y éste logró rescatarme de en medio de una carretera. Comprenderán ahora por qué no envidio a los gatos.
Hace unos días se me agravó la infección que tenía en la boca. Sufría por momentos algunos dolores que provocaban que emitiese algún chillido que a su vez sobresaltaba a mi manada. Tras una visita a mi prima Maribel, volvió a manifestar su preocupación a los míos, esta vez de una forma más seria, ante los riesgos consabidos de una nueva intervención. Tras un silencio, mi familia asintió, y programaron la intervención para la semana siguiente. Durante la semana los míos intentaron disimular lo mejor que sabían y podían su preocupación. Habían sido advertidos de las fatídicas consecuencias de la operación. Desde entonces fui consciente de la gravedad de la operación, ante lo cual muchas noches nerviosa al no lograr conciliar el sueño, despertaba a mi padre, para que me sacara a la calle, y poderme así relajar un poco.
La cita de la operación fue el día 1 de octubre a las once de la mañana. Mi padre acudió, en contra de lo que yo creía muy sereno, lo cual me ha llevado a pensar que estuvo preparándose toda la semana. Permanecimos en las inmediaciones de la clínica para que yo estuviera más relajada, hasta que nos llamaron para que entrásemos al interior. A la operación acudió esta vez todo el equipo veterinario de mi prima. Primero me pesó Juan Carlos, uno de los tres veterinarios, y momentos después volvió a salir, para pincharme la primera dosis de la anestesia, en la parte trasera del cuello. Un cuarto de hora después acudió a mi encuentro Laura, socia de mi prima, y me puso la segunda dosis en el muslo de mi pata derecha trasera. Luego por recomendación de Laura, me cogió mi padre en brazos hasta que me quedé dormida, momento en el cual salió Laura a meterme a quirófano. Minutos después, según me han contado, acudió mi prima, a la cual puso en antecedentes mi padre, mientras me encontraba dormida. Eran las once y diez de la mañana.
A las doce y cuarto mi prima avisó a mi padre y un familiar que se encontraban en un bar cercano que la operación había salido bien. A la una menos cuarto volvieron a llamar para informar que había sido reanimada. A la una menos diez, aparecieron mis familiares, y mi padre me cogió en brazos por espacio de medio hora, mientras hacíamos tiempo en la sala de espera. Durante todo ese tiempo emití todos los gritos que jamás pensé, como consecuencia de la extracción de dos piezas dentales, de la ajustada anestesia que el equipo me dispensó, y del dolor y mal rato pasado. Ni siquiera media hora después, una vez en casa, como se puede apreciar en la imagen podía andar con naturalidad, ya que la parte trasera aún la tenía dormida.
A mis dieciocho años puedo presumir de no haber sufrido ninguna separación, ni de haber dejado a ningún novio. Tampoco de haber necesitado vender ninguna exclusiva que empobreciese mi imagen, mi vida personal, intima, familiar y profesional que siempre he llevado. En la actualidad continúo ejerciendo mis funciones como Jefa redactora de La Pluma verde, y Directora Adjunta de la Pluma en ristre. Además he contribuido a la cultura de mi país, habiendo participado como musa con cuatro poemas en la primera obra de mi padre Versos arrimados, y de otros cuatro en el libro que dentro de unos días saldrá a la venta, del cual no estoy autorizada a dar más datos.
Nadie me enseño mis dotes de musa, ni mi formación de princesa. Yo sola, he sabido por mí misma, elevarme sobre mis derechos de cuna. Y eso es algo que no puede decir cualquiera.
Kutxi Meléndez
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José Luis Meléndez. Madrid, 5 de octubre del 2020