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19 de diciembre de 2018

Como los buenos padres

Autoeditar es acompañar al embrión hasta el lector o el distribuidor sin venderlo a ninguna madrastra

Cada vez estoy más contento de no haber hecho caso a los que me desaconsejaban la autoedición. No saben lo que se pierden. No dependo de presentaciones, de políticas impuestas, ni de directrices. Puedo cambiar de forma de distribución en cualquier momento, de editorial, reeditar cuando quiera, y los derechos de autor y de diseño siguen siendo míos. A las emociones que te proporciona la escritura y la satisfacción de hacer un libro que tenga algo de ti, se suma las que desde hace unos días estoy sintiendo. Me refiero a la distribución de la obra.

Que gran satisfacción es pararse a hablar con los vecinos en la calle, explicarles los detalles del embarazo, del parto, dedicarles el libro y recabar sus impresiones. Decía hace poco que una de las virtudes de esta forma de edición es acompañar a la criatura en el parto. Hoy me retracto y digo que es acompañar al embrión desde que es fecundado hasta que es entregado directamente al lector o al distribuidor para que cuide de él y nunca esté solo. Como hacen los buenos padres, sin desentenderse de él, ni venderlo a ninguna madrastra.

En definitiva las diferencias entre una edición tradicional y una autoedición vienen a ser las mismas que existen entre querer mucho o querer mejor a un hijo.

Posdata:

Este texto no lo he escrito yo. Ha sido Amanda, que como buena madre y como sabrán los lectores, es muy celosa de los suyos. De ahí el poema "Celosa", dedicado a ella. Aunque si se le pregunta a ella, lo más seguro es que diga que no ha sido ni ella ni yo, sino mi mano derecha. La misma que a los dos años se resistía a seguir las directrices impuestas. ¿Para qué abrir la mano, si con el puño se escribe con más pasión...?😉😂

José Luis Meléndez. Madrid, 19 de diciembre del 2018
Fuente de la imagen: wikimedia.commons.org

18 de diciembre de 2018

A Navarra

Te llevo dentro Navarra. Aun inspiro tu aire limpio. Respiro hondo cuando te recuerdo y te pienso. Paseo por tus viñas igual que aquel niño al cual invitaste a comer en tu huerta, y me recreo desde lo alto del Monte de San Martín, con sus valles y pueblos circundantes.

Has entrado en mí por todos los sentidos: por el manjar de tu gastronomía, por la belleza de tus pueblos. Por el contacto con los animales de tu granja, por el olor a estiércol de tus campos, y el aroma a pino de tus montes. Por el acento de sus gentes en sus jotas.

Mi primer paseo en burro fue en Añorbe, un pueblo de tu ribera. Ya no está entre nosotros aquel animal tan tierno y manso que me acogió en su lomo, siendo niño. Aún recuerdo el cariño de su mirada y la delicadeza y sensibilidad que se desprendía del movimiento de su cuerpo. Y de aquellos coches tan grandes conducidos por hombres afectuosos, que eran capaces de circular por tus tierras y empaquetar la cosecha.

¡Ay, Navarra!, piedra noble y robusta como tu gente. Hoy vuelvo a entrar en el pórtico empedrado de tu caserón húmedo y aldeano. Y vuelvo a subir por las escaleras de tu patio, y a tocar la aldaba de tu puerta, antes de entrar jubiloso como antaño, hasta el balcón de tu casa.

He venido a ti porque no he encontrado mejor lugar donde posar mi vuelo. Me asomo a tus calles empinadas para susurrarte al oído que soy yo, aquel sobrino perdido, que apenas viene a verte, pero que como ves, siempre se acuerda de ti. ¿Recuerdas…?

José Luis Meléndez. Madrid, 16 de julio del 2017
Fuente de la imagen: wikimedia.commons.org

4 de diciembre de 2018

¡Suerte amiga!

🐍😰😌 Hoy mientras venía como de costumbre andando a la biblioteca, me he encontrado delante de mí a una lombriz en apuros. Estaba totalmente rebozada de arena blanca y seca, y la estaba dando de pleno el sol. Al cogerla he comprobado que aún tenía vida.

Como no había ninguna fuente a mano, se me ha ocurrido restregarla con el rocío de la hierba, con objeto de quitarle la arena. Al hacerlo ha empezado a moverse más rápido, como alegrándose de ello. A continuación la he escondido a la sombra debajo de un matorral de hierba, con objeto que pase desapercibida y pueda volver bajo tierra cuando se recupere.

No es la primera vez que le hecho una mano a esta especie. Cuando hay mucha humedad en la tierra o llueve tienen por costumbre salir. Pero las pobres no tienen posibilidad de pensar en su regreso.

Lástima de cámara de fotos.

¡Suerte amiga! 😉


José Luis Meléndez. Madrid, 4 de noviembre del 2018
Fuente de la imagen: wikimedia.commons.org