Imagen del ensayo de alumbrado navideño 2020 (Telemadrid)
El verdadero patriotismo es apolítico y huye de cualquier postureo nacional
¿Se imaginan por un momento a una Autonomía lanzando su bandera contra otra región española? Pues algo similar está ocurriendo desde hace años en España, y parece que nadie se da cuenta. Me refiero al hecho en el que incurren algunas fuerzas del arco parlamentario, cuando utilizan la enseña nacional en cualquiera de sus actos o manifestaciones, intentando apropiarse de ella de una forma partidista, identificándola y arrojándola ideológicamente sobre otros ciudadanos que no piensan como ellos.
Hay antecedentes de algún partido que hizo lo propio en su día animando a los ciudadanos a utilizar la enseña nacional, parte de su tiempo personal y de sus balcones, como espacio de fortaleza ideológica, en aras de sus propios intereses. Algo hasta entonces jamás visto en España. Lo cierto es que el manoseo ideológico y partidista de la bandera que nos representa a todos los españoles, por parte de dichas fuerzas, antes en balcones y ahora en casas, coches, y hasta en arneses y correas de animales de compañía - al parecer los animales también tienen nacionalidad, pero no Estados que los amparen y protejan -, ha traído y seguirá trayendo efectos muy negativos sobre la sociedad, o mejor dicho, sobre la patria que algunos creen defender, cuando se limitan a enarbolar dicho símbolo constitucional. Basta observar la polarización que crea y la inestabilidad que ha traído sobre la sociedad y la economía del país, que en teoría, tanto les preocupa a estos salvapatrias.
Lo que resulta inaudito es que se condene a un líder autonómico como Torra por utilizar y poner un símbolo independentista sobre la fachada de un edificio público, y que no se haga lo propio con líderes políticos que utilizan de una forma impropia, indigna y partidista un símbolo nacional que nos representa y que en lugar de enfrentarnos, debería unirnos a todos los españoles. Es por tanto curioso, ver como las fuerzas que de una forma teórica creen defender su bandera, son las que menos respetan el símbolo que nos representa a todos los españoles.
De ahí que debiera reservarse el uso de la enseña nacional para actos institucionales que realmente representen e integren a todos los españoles. Pero para que dicha utilización, normalización y respeto hacia nuestra bandera tenga lugar, sería necesaria una modificación en nuestro ordenamiento jurídico que contemple e integre dichos aspectos básicos.
Evidentemente no es lo mismo ser español, con todo lo que ello implica, que sentirse en determinados momentos más español que ninguno. El primero no necesita recurrir a elementos externos que le aporten seguridad y refuercen su identidad, mientras que el segundo necesita exteriorizar su condición, como símbolo de distinción y de superioridad social, más que como elemento de unidad nacional. Es lo que podría definirse como patriotismo de clase.
Existe, sin embargo, otro tipo de patriotismo nacional más ligado a la defensa nacional del territorio – patriotismo territorial -, que a la salvaguarda de los derechos sociales o necesidades básicas que integran su concepto de patria, tan limitado como particular – patriotismo social -. Un patriotismo de tela, fachada, muñequera y balcón – es más fácil colgarse una bandera en la muñeca, que demostrar con palabras y actos el verdadero amor que uno siente por ella -. O acudir a una manifestación de vez en cuando, que ponerse un uniforme y defender los colores nacionales. Y no me refiero a los de la Selección precisamente.
El mayor regalo que le puede ofrecer uno a su patria no es su vida, sino su obra. En otras palabras, para defender una causa, no es necesaria morir por ella. Porque con ello perderíamos la ocasión de volver a quererla y defenderla. No existe más patriotismo en los cuarteles que en los hospitales. En los dos lugares se defiende la patria. En unos más el territorio y en otro más la vida de los ciudadanos.
Es hora de que este país tome nota y aprenda de todos estos ciudadanos, que sin portar banderas dan cada día lo mejor de sí mismos, de una forma anónima, en aras de la paz, de la salud y de un país mejor para todos. Gracias a ellos aprendemos que ser un buen patriota no es lo mismo que ser un buen ciudadano. A veces paseando por algunas zonas de Madrid, da la impresión de que hay más cuarteles, que ciudadanos dispuestos a defender el verdadero patriotismo: aquel que además de ser apolítico huye de cualquier tipo de postureo nacional. Porque entonces termina por convertirse en un nacionalismo, o nacional populismo.
Dentro de unos días, concretamente la última semana de este mes de noviembre, en muchas ciudades españolas se procederá al tradicional encendido navideño. Y como novedad el Ayuntamiento de Madrid, se ha sumado a esta nueva ola de nacionalizar no ya una fiesta, sino una campaña religiosa, que hasta la fecha de hoy ha sido respetada y estado exenta de cualquier símbolo constitucional o de Estado. No es el caso del actual Consistorio madrileño representado por el alcalde Martínez Almeida, el cual ha decidido decorar el eje Prado – Recoletos, que discurre desde Neptuno a Colón, con una enseña nacional de un kilómetro, formada por miles de bombillas, lo cual elevará el gasto total de encendido a 3,17 millones de euros. Un hecho que ha sido criticado en las redes, en un momento como el actual en el cual faltan sanitarios, y se mantienen cerradas algunas Unidades médicas.
Lejos quedan con esta actitud los esfuerzos medioambientales con el proyecto Madrid 360 que pretendía reducir la contaminación en la ciudad. Pero lo que más llama la atención es entender el significado de una enseña nacional de semejantes dimensiones, en unas fiestas religiosas como son las Navidades. Unas Navidades que según parece algunos quieren que sean de sentimientos más nacionales que universales y que desvirtúan el mensaje tradicional de estas fechas. En otras palabras, ¿qué tienen que ver los símbolos nacionales con los religiosos, y viceversa? ¿Va a ver a partir de ahora fiestas hibridas, mitad religiosas y mitad nacionales? De ser así cabe imaginarse lo indignada que debe sentirse la Virgen del Pilar. En primer lugar por deslucir un acto eminentemente religioso, como es la Navidad. Y en segundo lugar, ante semejante precedente, si no se comprometen a partir de ahora, a sacarla en procesión en el desfile que tendrá lugar el próximo día Doce de octubre, Fiesta Nacional, y de día de su onomástica.
Las banderas dividen y enfrentan a los ciudadanos cuando se permite hacer una mala utilización de las mismas. Ahora muchos nacionalistas creen convertirse en patriotas. Y prefieren lucir la enseña en el exterior de sus mascarillas, antes que llevarla bordada por dentro, lo cual les permitiría además de besarla, sentirla más cerca.
José Luis Meléndez. Madrid, 3 de noviembre del 2020.
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