El móvil nos ha robado las visitas, el álbum de fotos, y las comidas familiares
Ya no suena el teléfono con la cadencia interrumpida de antaño. Entonces era el hilo más inmediato que nos unía. El lugar en el cual solía estar ubicado, era uno de los más anhelados. Por él pasaban todos los miembros de la familia. La mayoría de sus conversaciones eran públicas y se compartían entre todos los miembros. El teléfono pasaba de una mano a otra y cohesionaba de esta forma la unidad familiar. La mayoría de las veces ocurría cuando la llamada no era para nosotros, o a la hora de compartir la felicitación de alguna onomástica.
Hace más de una década que el móvil acabó con el teléfono. Desde entonces nos oímos pero nos escuchamos menos. Antes la llamada se producía para comunicarnos algo especial como una inminente visita, o simplemente para saber de nosotros, momento que se aprovechaba para preguntar por todos los allegados.
Desde la aparición del móvil la comunicación se ha individualizado y ha perdido en gran parte la función social que nos mantenía más unidos como grupo humano. Por eso a fecha de hoy sigo manteniendo esta aversión a la oficina de bolsillo. Es cierto que la aparición del Smartphone, incorpora algunas funciones que ayudan al usuario en su vida diaria. Pero no es menos cierto que dichas prestaciones las paga el usuario con esas, y otras disfunciones, que afectan de manera directa a su vida personal.
Con el eufemismo de móvil, las empresas tecnológicas nos venden una oficina móvil de bolsillo, factura que paga en tiempo el usuario al poder dedicarse a otras actividades enriquecedoras, que le pueden hacer crecer como persona. Por lo que se puede constatar, que no solo es una cuestión de tiempo, sino de energías desaprovechadas, a las que habría que sumar factura mensual de la empresa, para saber cuál es el coste real de su utilización.
A través del teléfono fluía la comunicación y la emotividad de una forma directa, sin intermediarios, ni memes, que desvirtuasen nuestros mensajes y nuestros sentimientos. No cambiaría nunca un “te quiero” hablado, por otro escrito. El tono de la voz y la forma de decirlo, e incluso de repetirlo si es preciso. El móvil por el contrario nos ha robado las visitas, el álbum de fotos, y las comidas familiares.
El teléfono por cable supo darnos la libertad y la verdadera independencia. Entonces nos relacionábamos de una forma natural, y no hacía falta ir con el holter adherido al cuerpo, las veinticuatro horas del día, sin caer en la cuenta de su enferma adicción.
No me fío de un aparato en el cual tenga que invertir más tiempo del que uno necesita, y que por si fuera poco, puede ser hackeado. No me fío del nombre engañoso que le han puesto, ni del adjetivo sospechoso de “inteligente”, cuando lo que hace es convertir al usuario, en un tonto a su servicio. Ni estoy de acuerdo con el sustantivo de “móvil”, cuando el usuario se mueve más utilizándolo con un dedo, que desplazándose adosado a él como una bomba lapa.
No me gusta el móvil. Puestos a elegir prefiero el despertador: suena una vez al día pero gracias a su sonido, te ayuda a aprovechar el día. Y por supuesto antes de darme de baja de una red social, me daría de baja de un Smartphone.
José Luis Meléndez. Madrid, 12 de enero del 2019. Fuente de la imagen: wikimedia.commons.org
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