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11 de octubre de 2015

Frases hechas

La mejor herramienta, para sacarse una espinita del corazón, es la cabeza (pero la cabeza de uno, no la de otros...)

“Cariño, te comes mucho la cabeza”, me dijo una ex, en una ocasión. Como si fuera un defecto, el exceso y el ejercicio de dicha acción. Si no me alimentase y autofagiase el coco como un ouroboro, algunos ya me hubiesen rebañado el alma, nada más nacer. Mi amor, yo sé cuidar, y dejar un poco de mí mismo para el futuro. Así que, mañana, si te parece, podemos seguir intercambiándonos los sabores de nuestras respectivas masas encefálicas, le contesté. Nunca me echó en cara, sin embargo, mis excesos emocionales, ¡curioso!

Las frases hechas, a diferencia del resto de fármacos, deberían de estar prescritas, por el mismo facultativo, es decir, por el doctor cabeza. Porque estarán de acuerdo conmigo, que no es lo mismo una frase pensada por una ilustre e insigne cabeza, que algunos refranes, dichos y proverbios elaborados, escritos, transmitidos, e incluso tergiversados sin razonar, por el vulgo más inculto. Las ideas, como reza un aforismo, son como las pulgas: saltan de una cabeza a otra, pero no le pican a todo el mundo.

Nuestros antepasados, por su parte, nos educaron (y acojonaron), con un inmenso amor y respeto por los personajitos de la naturaleza: “Cría cuervos, y te sacarán los ojos”, o “más vale pájaro en mano, que ciento volando”, entre otros. Otros eran más exculpatorios: "Quién bien te quiere, te hará sufrir". Luego nos dimos cuenta que para querer a una persona no hacía falta hacerla sufrir, sino todo lo contrario. Que amar significa sufrir, pero que ese dolor no tenía que venir propiciado por el dolor intencionado de la otra persona. Y también averiguamos quién era el que sacaba al otro, no solo los ojos, sino las vísceras, y después se las comía.

Algunos empezaron a reconocer, que algunos animales como la paloma urbana, no era ni mucho menos, la criatura que mayor número de infecciones producía de manera involuntaria e inconsciente. Que era, es, y me temo que seguirá siendo, el Pajarracus racionalis de dos piernas, ocultado hasta nuestros días, bajo el nombre científico de Homus plaguicidus. Un animalito fuera de serie, capaz de acabar con su propia especie sin motivo alguno, y de forma simultánea, acabar con los recursos de su planeta. Y eso que cuenta con información y facultades superiores y extraordinarias, como la imaginación, la voluntad, o la inteligencia.

Pero de nada sirven estas, por mucho que uno se auto considere una especie racional, si antes no toma conciencia de sí mismo, y de su entorno. ¡Qué asquito debe dar vivir con un ejemplar de estas características!, pensará algún animalito un poco más civilizado y racional que el Homus plaguicidus. Albert Einstein, en su día ya advirtió, que el Homo sapiens, utilizaba tan solo un diez por ciento de su capacidad intelectual. Y Antonio Machado fue mucho más explícito en una de sus sentencias: “De diez cabezas, nueve embisten, y una piensa”.

¡Qué ironía más triste! O sea que masticamos la comida material, pero no sabemos procesar lo suficiente la energía emocional e intelectual que nos llega y que albergamos en nuestro interior. Eso sí, presumimos de saber comer, conocer el protocolo de la mesa, y sentar bien a los invitados. Pero como vemos, no sabemos sentarnos con nosotros mismos. El refranero popular, no solo tiene refranes contradictorios, sino que muchos de ellos, no tienen sentido. Claro que también hay refranes muy divertidos, que han calado en nuestra sociedad, y que a modo de pasatiempos, cuando uno los procesa mentalmente, es capaz de esbozar una triste sonrisa, cuando comprueba que aún en nuestros días siguen circulando de boca en oído, sentencias irracionales, entre animales que se hacen llamar racionales.

Veamos algunos de estos ejemplos contradictorios: “Las apariencias engañan” “La primera impresión, es lo que cuenta”, “No hay mal que por bien no venga”, “Las desgracias nunca vienen solas”, “Al que madruga, Dios le ayuda”, “No por madrugar amanece más temprano”, “En boca cerrada no entran moscas”, “Quién calla otorga”, “El que persevera avanza”, “Tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe”, “Quién no se fía, no es de fiar”, “Piensa mal y acertarás”, “Ten cerca a los amigos, pero más a los enemigos”, “A enemigo que huye, puente de plata”.

Claro que también, hay refranes muy divertidos que han calado en la sociedad, y que te miden por lo que tienes (materialmente), y no por lo que eres (interiormente), ¿recuerdan?: “Dime lo que tienes, y te diré cuánto vales”. Y los hay, que aconsejan no dejar para mañana lo que puedas hacer hoy. Da lo mismo como te encuentres, que las condiciones te sean desfavorables, y que mañana puedas hacerlo en mejor estado de ánimo, y en mejores circunstancias. ¿Quién dijo que lo importante era la obra bien hecha?

Y otros que nos aconsejaban madrugar en nombre de Dios (“A quién madruga, Dios le ayuda”) No. No era el esfuerzo personal ni la acción de levantarse temprano, ni el tiempo que ganábamos con ello, una ayuda con la cual nos recompensábamos a nosotros mismos. Era Dios, el que te ayudaba si madrugabas (si te quedabas durmiendo, no te recompensaba con tu descanso).

Pero si hay un día en el que te acuerdas para el resto de tus días de los refranes, o de las frases hechas, es el día en cual te deja tu chico o tu chica, y decides contárselo a tu mejor amigo o amiga. Entonces se acercaba con su cara compungida, te abrazaba, y te decía: "¡Venga Hombre!: ¿no te vendrás abajo por esto, verdad? Ya sabes, una espinita saca otra espinita". Entonces te quedabas mirándole fijamente a los ojos, y eras tú el que además de lo tuyo, tenías que sacarle de dudas y evitar su bajón.

Querido/a amigo/a: Muchas gracias. De verdad que te lo agradezco. Verás, una espinita puede sacar otra espinita, pero no sola, sino con la ayuda de mis manos. Da la casualidad, que en la mayoría de los casos, lo que suele ocurrir al hacer lo que me dices, es que la espinita clavada, se introduce más adentro de lo que ya está (así que te agradecería que de una vez que te callases, y me dejases solo). ¿Te parece buena idea que me conceda un tiempo de reflexión, para averiguar dónde han estado mis fallos, y no volver de esta forma, a tropezar dos veces en la misma piedra? Muchas gracias, de verdad. Me alegro de que al fin, te hayas dado cuenta. ¿Lo ves? La mejor herramienta para sacarse una espinita del corazón, no es otra espinita, sino una pinza. Es decir, la cabeza. Pero la cabeza de uno, no la de otros...

José Luis Meléndez. Madrid, 11 de Octubre del 2015

4 de octubre de 2015

Hombres y mayores

La mayoría de edad, no es una cuestión de años, sino de experiencia.

Algunos de ustedes habrán sido testigos de cómo algunos padres recurrían de manera frecuente a algunas frases exentas de una mínima coherencia lógica, que satisficiera las peticiones propias de un niño. Y lo que es aún más preocupante, de las de un adolescente. De esta forma, ante la pregunta inoportuna y precipitada de los hijos (las hijas eran una excepción), los padres procedían a dirigirse a sus congéneres con frases del tipo: “Hijo mío, cuando seas mayor comerás huevos fritos”.

¡Válgame Dios!, exclamamos ahora, pero qué despropósito. Ni siquiera hoy, los segundos padres adoptivos, que tienen mascota, le niegan el pienso diario a su querido animal. ¿Cómo se llama este juego? Entonces no éramos conscientes, pero en ese momento acababa de nacer el pasapalabras. Ya lo ven, el pasapalabras, no es un invento de la televisión actual, sino de nuestros antepasados. Por un lado te negaban la respuesta, que para más inri, era contradictoria, ya que raro era el niño, que desde los dos años no solo comía huevos fritos, revueltos, duros, o pasados por agua, sino que además te posponían el plato. “¡Manda huevos!”, que diría don Federico Trillo.

Éramos en esa época tan inocentes, o más bien tan precavidos y temerosos de aquella generación, que cualquiera se atrevía a hacerles una segunda pregunta: ¿Pero huevos duros sí, verdad Papá…? ("Hijo mío, no me toques las narices"). Y así de esta forma, transcurría la vida, con un exacerbado y desmedido respeto hacia la figura paterna y materna. Entonces nos dimos cuenta, no sin cierto alivio, de la existencia de otro tipo de papás más explícitos y ambiguos a la hora de concretar nuestra mayoría de edad, como eran papá Estado y mamá Iglesia. Papá Estado, proclamaba nuestra edad a los dieciocho años, pero mamá iglesia, daba la callada por respuesta. De esta forma se otorgaba la licencia se imponer los santísimos sacramentos a las pobres criaturas recién nacidas e indefensas, sin esperar como en el caso de su fundador y maestro, a recibir de mayores los mismos, con pleno conocimiento de causa.

De esta forma, también fuimos conscientes de que la mayoría de edad, es algo muy relativo. Éramos menores para unas cosas, pero no para otras. ¡Qué curioso! Así que uno podía, ser mayor de edad a los dieciocho años, aunque no hubiera alcanzado la mayoría de edad mental. Da lo mismo que fueras un bala-perdida o un inconsciente, lo importante es que ya eras mayor de edad. Más tarde comprendimos que la mayoría de edad, no es una cuestión de años, sino de experiencia. Así pudimos encontrarnos personas menores de edad con la madurez y el aplomo de otras tenidas por la sociedad como personas mayores. Los hijos hoy en día, son un claro ejemplo de ello. Muchos padres, se ven desarmados, y son conscientes de que los niños cada vez hacen las mismas preguntas a edades más tempranas.

Pero el encanto de ser mayor, como en otras muchas cosas de la vida, no radicaba en el simple hecho de cumplir dieciocho años de una sola vez, sino en ir experimentando esa sensación gradual y previa, antes de llegar a dicha edad. ¿Quién no se ha llegado a sentir mayor, al dar sus primeras caladas a un cigarro, mientras permanecía escondido, al abrir la casa de madrugada, o al sentarse al lado de la chica que más te gustaba.

El caso es que cuando uno llegaba al fin, a la anhelada edad, y creía haber alcanzado el podio de la mayoría, no tardaba en ser invitado por algunos de esos mayores creciditos en sus formas, a bajar del escalón recién ascendido y merecido, sin poder evitar con ello, el respectivo bajón anímico. “De acuerdo, ya eres mayor, lo sabemos. Pero, ¿dónde tienes, ese hombre o esa mujer, que de forma presumible llevas dentro?”. Este es el mensaje que nos lanzaba la sociedad. Entonces te preguntabas: ¿Cómo…? Pero si ya tengo un DNI, que indica mi sexo, y una forma de vestir que revela sin tapujos mi incuestionable y evidente condición sexual. ¿Qué más quieren, si se puede saber? Más tarde caías en la cuenta: el sexo, como el valor en la mili, es una simple suposición, y como tal hay que demostrarlo.

¿Y cuál era el camino más corto para demostrar nuestra identidad sexual, y terminar de una puñetera vez este calvario? Pues depende. La empanada mental era tan grande, que como todas las elaboraciones culinarias, su receta variaba según las distintas regiones nacionales y cerebrales. Para los abuelos los hombres se hacían, o más bien se “formaban” cuando iban a la mili. Para algunos padres, por el contrario, hartos de sus vástagos, la hombría la adquirían en el momento en que se iban de casa. Otros esperaban a que les pidieses algún imposible, como las llaves del coche, carnet en mano, y de esta forma postergaban en el tiempo tu renacimiento sexual, hasta que tuvieses pelos en el pecho. Daba lo mismo si los tenías en el rostro, o en la zona genital. La gracia es que en el pecho tardaban más en salirnos. Otros papás más filósofos, confirmaban tu masculinidad, según ibas recibiendo y encajando los palos de la vida. Y por último, otros más desconfiados, esperaban a que uno mismo saliese de la ambigüedad sexual, y llamase y trajese la primera amiguita a casa.

Una vez escuchadas esta sarta de tonterías, uno se preguntaba que sabía nadie de cuando y como nos sentimos o convertimos de una forma real y/o extra oficial en hombres o mujeres. ¿Será aquel día que acudimos con cierta urgencia al baño, y notamos aquella sensación nueva, placentera que electrificó y recorrió nuestro cuerpo? ¿Será aquel final de mes, en el que recibimos el primer sueldo?, ¿o tal vez el momento en el que compartimos nuestras caricias y sentimientos más profundos con el primer ser amado?

Es posible que muchas personas reconozcan, y consideren algunos de estos significativos y gratos momentos, como los más auténticos a la hora de situar en el tiempo los orígenes de su condición sexual. Pero lo que resulta evidente es que uno es hombre o mujer, en el momento en empieza a ser uno mismo. Otra cuestión es preguntarse cuando empezamos a ser mayores. Uno podría pensar que este momento es el día que acudimos por primera vez a un centro de mayores. Pero no. El día que realmente empezamos a ser mayores, es el día en el cual dejamos de ser niños. Es decir, nunca.

José Luis Meléndez. Madrid, 3 de Octubre del 2015
Fuente de la imagen 1: Flickr.com