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7 de noviembre de 2020

Militares

Las guerras no las crean los militares, sino los malos políticos

Callan, pero otorgan. La neutralidad a la que se ven comprometidos, les impide pronunciarse sobre temas políticos que afectan a la honorabilidad de su profesión. Aprenden a obedecer antes que mandar, y saben estar allí donde se les requiere.

Ser militar es una profesión que requiere una gran vocación. Y como es sabido, todas las actividades que requieren vocación, tienen ciertas exigencias, que no todos son capaces de cumplir.

En los tiempos que corren, sin embargo, se ven a muchos patriotas de bandera en balcón y muñequera, que ni la han jurado, ni la han correspondido, hasta el punto de llegarse a jugar la vida en un acto ejemplar de entrega hacia los suyos y su país. Se echa por tanto en falta un merecido reconocimiento por parte del Estado hacia todas esas personas, que un día abandonaron su familia, sus proyectos personales y profesionales, para convertirse por siempre en hombres de Estado. De manera especial a aquellos que lo hicieron de una forma voluntaria y durante más tiempo. Y una manera de reconocer dichos servicios sería considerar como cotizado a la seguridad social dicho periodo, a efectos de jubilación.

En mi más tierna adolescencia, mi familia me ofreció la posibilidad, como hijo del Cuerpo, de acudir a un acto de conmemoración en la Base de helicópteros, que las FAMET - Fuerzas Aeromóviles del Ejército de Tierra -, tienen ubicada en la localidad madrileña de Colmenar Viejo. Un recinto militar en donde años después de la fase de instrucción del CIR - Centro de Instrucción de Reclutas -, realicé durante quince días la fase de adaptación o campamento, antes de ser destinado al centro de transmisiones de la JEFAMET -Jefatura de las FAMET-, situada en el interior del Cuartel General del Ejército.

Ese día, sus majestades los reyes, don Juan Carlos y doña Sofía, acudieron a dicho acto, acompañados del príncipe don Felipe. Entonces era un niño rubio y tímido de ojos azules. Aproveché uno de los momentos en el que estaba cerca, me dirigí a él por su nombre, y tuvimos la oportunidad de estrecharnos la mano, en uno de los hangares del Bheltra V - Batallón de la Unidad de helicópteros de transporte -, cuyo ejemplar más conocido es el Chinook, helicóptero de grandes dimensiones, dotado de dos hélices. Hoy en día es el rey de España.

La disciplina, el orden y la jerarquía, son valores en los que el futuro militar será formado. Pero existe un requisito que no suele explicarse, y que va más allá de entregar la vida. Y es el de cumplir la orden de matar a alguien. Tenga razón o no. Otra cosa es hacerlo en defensa propia. Gracias a esa reflexión que me lanzó un militar como mi tío, conseguí entender que las personas están por encima de los territorios, y de los deseos irracionales e injustos de los demás. A través del servicio militar, que entonces era obligatorio, tuve la ventaja de elegir destino como voluntario.

Durante más de un año tuve la inmensa suerte de compartir relaciones y alguno de esos valores, con personal de Estado Mayor. Personas educadas y amables. Pero también profesionales poseedores de una altísima cualificación personal y humana. Nunca se le olvidarán a este ex soldado los saludos de los Generales, una vez cumplido el CIR, y el campamento en la base de helicópteros de Colmenar Viejo. Aquellos saludos correspondidos por parte de aquellos soldados de altísima graduación, le producían a uno unas sensaciones de reconocimiento, igualdad, respeto y honor hasta hoy indescriptibles.

Hasta aquí la parte bonita. Porque también he visto a mi padre comprobar los bajos de su coche cada mañana, antes de salir a trabajar, vestido de uniforme de faena. Y he echado, al igual que él, en falta durante largos días su presencia y su compañía, las veces que fue destinado fuera de España a defender los intereses de todos los españoles, incluidos los de aquellos que reniegan de las personas de este colectivo.

Es cierto que las Fuerzas Armadas gozan en la actualidad de un gran prestigio entre los españoles. Sin embargo, desde algunos sectores del progresismo más sectario, se sigue viendo a los militares como hombres de guerra, más que como hombres de paz, pertenecientes a una fuerza más disuasoria, que bélica.

Este desprecio supone una gran injusticia hacia todos los hombres y mujeres de nuestras Fuerzas Armadas. Porque las guerras no las crean los militares, sino los políticos. Estos son por tanto los que tendrían que ser puestos en cuestión, y no el personal de las FAS, formadas por hombres y mujeres mucho más comprometidos. En otras palabras: si existieran buenos políticos, no existirían militares. Eso sí, cuando se trata se misiones humanitarias, llega la UME - Unidad Militar de Emergencias -, o cuando hay que escoltar la casa de algún político, no estorban.

Hoy gracias a estas líneas he entendido de una manera rotunda aquellas palabras que un día me dijo mi padre: “Hijo mío, si un día me pasa algo, no quiero que entre ningún político en casa”. Palabras que hoy no tengo el mínimo reparo en recordarlas y hacerlas públicas.

Porque los militares son una consecuencia del fracaso de los políticos. Y los ciudadanos son los que terminan pagando sus consecuencias.

José Luis Meléndez. Madrid, 15 de junio del 2019. Fuente de la imagen: wikimedia.commons.org.

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