La ciudadanía, ha vuelto a ser, una vez más, y como siempre, la mal pagá
Las carreteras, los caminos, e incluso las casas de los vecinos de las provincias de Cádiz y de Málaga, se han transformado esta semana en ríos embravecidos y enfurecidos por las intensas lluvias. La red de alcantarillado, se ha visto sobrepasada, y ha sido incapaz de absorber, los ciento noventa litros por metro cuadrado que han caído en la zona. Cártama, Estepona, Marbella, y Cádiz, ciudades que me acogieron durante la infancia, han sido las zonas más poblaciones más afectadas. Las imágenes hablan por sí solas: personas atrapadas por la corriente en el interior de sus casas, subidas en los techos de los coches, o animales, plantas y cosechas, inundados por el agua.
El agua ha devastado diversas localidades, pero también ha mojado los ojos de rabia, de impotencia y de vergüenza ajena, de muchos españoles. Muchas personas, pero sobretodo, muchos vecinos de las comarcas afectadas, se habrán formulado una y otra vez, mientras achicaban solos el agua de sus casas, la misma pregunta: ¿Cómo es posible que la AEMET (Agencia Estatal de Meteorología), adscrita a la Secretaría de Estado del Ministerio de Agricultura, Alimentación, y Medioambiente, no disponga de un protocolo de emergencias atmosféricas, coordinado con las distintas Comunidades autónomas del Estado?
Como consecuencia de la inexistencia de este dispositivo, los ciudadanos no han podido ser informados ni atendidos con medidas preventivas, ni equipos de ayuda en los momentos de la tragedia. Se sigue llegando mal y tarde a la mayoría de los incendios, y de las catástrofes naturales predecibles que padecen los ciudadanos. ¿Para qué pagan entonces los españoles unos servicios públicos, que en la mayoría de los casos, a la hora de la verdad, son incapaces de dar una respuesta preventiva y operativa, en el momento de los hechos?
La prueba que en esta ocasión, acredita la existencia de algún fallo en materia de información, previsión y coordinación, es que una vez caída la tromba de agua en estas localidades, si se pudo informar posteriormente del riesgo de lluvias (100 litros por metro cuadrado), a la provincia de Valencia, cosa que no se hizo con los vecinos de Cádiz ni de Málaga, con previsiones de 190 litros por metro cuadrado.
Los especuladores atmosféricos, a diferencia de los hombres del tiempo, son aquellos profesionales que se encargan de aguar el calendario a la audiencia, antes incluso de que este comience a andar; y suelen ser los primeros en mojarse al día siguiente, nada más salir a la calle, con el efecto contrario al de sus propias cábalas. Sus previsiones son en unas ocasiones infundadas, en otras mal interpretadas, cuando no precipitadas y espontáneas.
Los ciudadanos son los únicos que asumen las responsabilidades propias y ajenas de sus representantes
Pero los mapas, el argot, las imágenes, las isobaras, los vientos de poniente, las bajas y sobretodo las altas presiones, le dotan al presentador (y a la vez especulador atmosférico), de una seguridad y de un aplomo escénico capaz de ocasionar, días después de sus profecías, una importante subida de tensión a los televidentes, originada por el cabreo de sus fatales vaticinios. Una tranquilizadora y esperanzadora noticia para la humanidad, que viene a confirmar la creencia de que el tiempo, y nunca los especuladores atmosféricos (sic), ejerce una importante influencia sobre el carácter y el comportamiento humano.
Todo esto forma parte de la normalidad, si se tiene en cuenta que los españoles viven en un país en el que los distintos supervisores como las agencias de calificación, fueron incapaces de ver venir la crisis; el Banco de España no se dio cuenta del estado de las cuentas de las cajas de ahorro; los responsables de los partidos no se daban cuenta de las cajas B, ni de sus afiliados tóxicos; las esposas de los corruptos no sabían nada de las cuentas de sus maridos, y los políticos no se acordaban de cumplir las medidas electorales prometidas a sus electores.
Unos juegan con el dinero, otros lo hacen con el tiempo, y todos con la confianza de los ciudadanos. Los ciudadanos son los únicos que asumen las responsabilidades propias y ajenas de sus representantes. Son también los únicos que disponen del tiempo y de la capacidad suficiente, de tener conciencia de la realidad del día a día, y al parecer, los únicos dispuestos a pagar las fiestas amnésicas, de los representantes elegidos por ellos.
En vista de lo que antecede, no es raro que para algunos ciudadanos, la meteorología comience a ser considerada como una pseudociencia basada en la confianza que uno adquiere con el medio y el presentador elegido. Un auténtico dogma de fe, en el que el "varómetro", deja de convertirse en un instrumento medidor, y se transforma en un varón de tipo metrosexual, con cara de pocos amigos. Y tampoco es extraño, que otros confundan algunos días el acrónimo de la AEMET, con el de la AEMEP (Agencia Estatal de Meteduras de Pata).
Porque todos recuerdan alguna boda, algún fin de semana romántico, o alguna barbacoa gafada por algún especulador atmosférico. Los agricultores, los albañiles, los transportistas y los pilotos de aviación, son gremios que sin lugar a dudas tienen un mayor motivo para sentirse cabreados, a la hora de tocar este delicado tema. Un tema por cierto que no es un asunto exclusivamente nacional. El veintiséis de enero del dos mil quince, los meteorólogos de Estados Unidos, predijeron una nevada que iba a ser poco menos que la tormenta del siglo. Los ciudadanos americanos se surtieron de provisiones, y la nevada se desarrolló con completa normalidad.
El alarmismo y el pánico, también forma parte de los efectos secundarios de los especuladores atmosféricos. Es cierto que las predicciones fallan, y que aciertan casi el 95% de los casos, pero eso no implica que sean los ciudadanos, los que tengan que pagar siempre, unas veces con sus vidas, y otras económicamente, ese 5% de errores. Errores que por definición, nunca son cometidos por el tiempo. Conviene por tanto ser cautos y condescendientes con nuestros representantes; porque a pesar de sus fracasados intentos, también ponen todo de su parte, cuando los ciudadanos se equivocan y vuelven a votarles. En resumen, la ciudadanía, ha vuelto a ser, una vez más, y como siempre, la mal pagá.
José Luis Meléndez. Madrid, 6 de diciembre del 2016
Fuentes de las imagenes: Flickr.com
El guadalmedina ya desbordado a la altura del Pasillo de Santa Isabel(1), e inundación de la calle Mármoles, en el año 1907(2). Imágenes del Archivo fotográfico del Ayuntamiento de Málaga.
Las carreteras, los caminos, e incluso las casas de los vecinos de las provincias de Cádiz y de Málaga, se han transformado esta semana en ríos embravecidos y enfurecidos por las intensas lluvias. La red de alcantarillado, se ha visto sobrepasada, y ha sido incapaz de absorber, los ciento noventa litros por metro cuadrado que han caído en la zona. Cártama, Estepona, Marbella, y Cádiz, ciudades que me acogieron durante la infancia, han sido las zonas más poblaciones más afectadas. Las imágenes hablan por sí solas: personas atrapadas por la corriente en el interior de sus casas, subidas en los techos de los coches, o animales, plantas y cosechas, inundados por el agua.
El agua ha devastado diversas localidades, pero también ha mojado los ojos de rabia, de impotencia y de vergüenza ajena, de muchos españoles. Muchas personas, pero sobretodo, muchos vecinos de las comarcas afectadas, se habrán formulado una y otra vez, mientras achicaban solos el agua de sus casas, la misma pregunta: ¿Cómo es posible que la AEMET (Agencia Estatal de Meteorología), adscrita a la Secretaría de Estado del Ministerio de Agricultura, Alimentación, y Medioambiente, no disponga de un protocolo de emergencias atmosféricas, coordinado con las distintas Comunidades autónomas del Estado?
Como consecuencia de la inexistencia de este dispositivo, los ciudadanos no han podido ser informados ni atendidos con medidas preventivas, ni equipos de ayuda en los momentos de la tragedia. Se sigue llegando mal y tarde a la mayoría de los incendios, y de las catástrofes naturales predecibles que padecen los ciudadanos. ¿Para qué pagan entonces los españoles unos servicios públicos, que en la mayoría de los casos, a la hora de la verdad, son incapaces de dar una respuesta preventiva y operativa, en el momento de los hechos?
La prueba que en esta ocasión, acredita la existencia de algún fallo en materia de información, previsión y coordinación, es que una vez caída la tromba de agua en estas localidades, si se pudo informar posteriormente del riesgo de lluvias (100 litros por metro cuadrado), a la provincia de Valencia, cosa que no se hizo con los vecinos de Cádiz ni de Málaga, con previsiones de 190 litros por metro cuadrado.
Los especuladores atmosféricos, a diferencia de los hombres del tiempo, son aquellos profesionales que se encargan de aguar el calendario a la audiencia, antes incluso de que este comience a andar; y suelen ser los primeros en mojarse al día siguiente, nada más salir a la calle, con el efecto contrario al de sus propias cábalas. Sus previsiones son en unas ocasiones infundadas, en otras mal interpretadas, cuando no precipitadas y espontáneas.
Los ciudadanos son los únicos que asumen las responsabilidades propias y ajenas de sus representantes
Pero los mapas, el argot, las imágenes, las isobaras, los vientos de poniente, las bajas y sobretodo las altas presiones, le dotan al presentador (y a la vez especulador atmosférico), de una seguridad y de un aplomo escénico capaz de ocasionar, días después de sus profecías, una importante subida de tensión a los televidentes, originada por el cabreo de sus fatales vaticinios. Una tranquilizadora y esperanzadora noticia para la humanidad, que viene a confirmar la creencia de que el tiempo, y nunca los especuladores atmosféricos (sic), ejerce una importante influencia sobre el carácter y el comportamiento humano.
Todo esto forma parte de la normalidad, si se tiene en cuenta que los españoles viven en un país en el que los distintos supervisores como las agencias de calificación, fueron incapaces de ver venir la crisis; el Banco de España no se dio cuenta del estado de las cuentas de las cajas de ahorro; los responsables de los partidos no se daban cuenta de las cajas B, ni de sus afiliados tóxicos; las esposas de los corruptos no sabían nada de las cuentas de sus maridos, y los políticos no se acordaban de cumplir las medidas electorales prometidas a sus electores.
Unos juegan con el dinero, otros lo hacen con el tiempo, y todos con la confianza de los ciudadanos. Los ciudadanos son los únicos que asumen las responsabilidades propias y ajenas de sus representantes. Son también los únicos que disponen del tiempo y de la capacidad suficiente, de tener conciencia de la realidad del día a día, y al parecer, los únicos dispuestos a pagar las fiestas amnésicas, de los representantes elegidos por ellos.
En vista de lo que antecede, no es raro que para algunos ciudadanos, la meteorología comience a ser considerada como una pseudociencia basada en la confianza que uno adquiere con el medio y el presentador elegido. Un auténtico dogma de fe, en el que el "varómetro", deja de convertirse en un instrumento medidor, y se transforma en un varón de tipo metrosexual, con cara de pocos amigos. Y tampoco es extraño, que otros confundan algunos días el acrónimo de la AEMET, con el de la AEMEP (Agencia Estatal de Meteduras de Pata).
Porque todos recuerdan alguna boda, algún fin de semana romántico, o alguna barbacoa gafada por algún especulador atmosférico. Los agricultores, los albañiles, los transportistas y los pilotos de aviación, son gremios que sin lugar a dudas tienen un mayor motivo para sentirse cabreados, a la hora de tocar este delicado tema. Un tema por cierto que no es un asunto exclusivamente nacional. El veintiséis de enero del dos mil quince, los meteorólogos de Estados Unidos, predijeron una nevada que iba a ser poco menos que la tormenta del siglo. Los ciudadanos americanos se surtieron de provisiones, y la nevada se desarrolló con completa normalidad.
El alarmismo y el pánico, también forma parte de los efectos secundarios de los especuladores atmosféricos. Es cierto que las predicciones fallan, y que aciertan casi el 95% de los casos, pero eso no implica que sean los ciudadanos, los que tengan que pagar siempre, unas veces con sus vidas, y otras económicamente, ese 5% de errores. Errores que por definición, nunca son cometidos por el tiempo. Conviene por tanto ser cautos y condescendientes con nuestros representantes; porque a pesar de sus fracasados intentos, también ponen todo de su parte, cuando los ciudadanos se equivocan y vuelven a votarles. En resumen, la ciudadanía, ha vuelto a ser, una vez más, y como siempre, la mal pagá.
José Luis Meléndez. Madrid, 6 de diciembre del 2016
Fuentes de las imagenes: Flickr.com
El guadalmedina ya desbordado a la altura del Pasillo de Santa Isabel(1), e inundación de la calle Mármoles, en el año 1907(2). Imágenes del Archivo fotográfico del Ayuntamiento de Málaga.
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