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30 de enero de 2017

Entre sombras y silencios

Hace unos días cayó en mis manos este libro, procedente de un expurgo. Es tan interesante y tan intenso, que he tenido que compaginar el libro que estoy a punto de terminar, con este otro que les presento.

El autor, Eleuterio Sánchez (apodado "El Lute" por la policía), narra en primera persona las torturas, vejaciones, y anécdotas que padeció en la cárcel, durante los años setenta, en la época del Franquismo. Un personaje al cual se criminalizó, y que curiosamente era más mucho más bueno que todos los que le custodiaban.

¿Quién no recuerda las hazañas de "El Lute", durante su infancia? En el barrio recuerdo que una vez corrió la noticia de que andaba por la zona, y que se le había visto al lado de un pozo, lo cual provocó cierto revuelo.

Pero no solo él sufrió como nadie puede imaginarse la tortura, el dolor, la humillación, el desconsuelo o el miedo. Lo cierto es que a los padres, al Régimen, y a la sociedad machista de entonces, les vino muy bien este personaje. Porque cuando los niños hacían una de las suyas, o las mujeres se retrasaban, se invocaba su nombre, y todo el mundo a las diez de la noche, estaba recogido en su casa. Esto era debido a que curiosamente, nadie salía a tranquilizar a los ciudadanos. Una psicosis creada artificialmente, para meter miedo a la gente. Una moda propia de entonces, y que al contrario que ahora, duraba los doce meses del año.

Si este libro lo leyese un preso de Guantánamo, es posible que le diera un subidon, porque no creo que este trato se dispense ahora mismo en los Estados Unidos. Me refiero a la era Obama, claro, porque el señor Trump, es posible que ya tenga pensada alguna de las suyas, especialmente con los presos inmigrantes.

Una historia espeluznante, pero un documento histórico, y a la vez un ejemplo de superación humana. Como diría José María García: "Impresionante documento". Pues nada, todas las noches, antes de dormir, en la cama, me leo unas páginas.

¿Que si tengo pesadillas? Pues la verdad, lo ignoro. Porque como duermo de un tirón, al día siguiente, no me acuerdo de ellas. Pero de lo que estoy seguro, es que nunca me olvidaré de los valores que tuvo y demostró en su día este hombre.

José Luis Meléndez. Madrid, 30 de enero del 2017

23 de enero de 2017

Autorlatría

El animal, según el señor Marías, ha de tener obligaciones, pero ningún derecho

Ser de color, y no tener una religión definida, es un problema grave. A esta conclusión, ha llegado el Académico de la RAE (Real Academia Española), Javier Marías, en su artículo “Perrolatría”, publicado en EPS (El País Semanal), el diecinueve de junio del dos mil diez y seis, en su número 2.073. El artículo no tiene desperdicio, desde su inicio, como ya presagió el ilustre autor en una de sus novelas, titulada “Así empieza lo malo”, y como el mismo reconoce en el mismo texto: “no quiero imaginarme cuántos enemigos me he creado en España, con estas líneas”.

Don Javier reconoce de esta forma explícita, el daño consciente que hace a muchos lectores, cosa que no le importa lo más mínimo. Daño que no solo causa a muchos lectores españoles, sino a muchas personas repartidas a lo largo y ancho de todo el mundo. Porque el diario El País, espacio público en el cual escribe el académico sus artículos, es un periódico de reconocido prestigio, que se lee en muchos países, cosa que el señor Marías, parece a estas alturas desconocer.

Vivir en España, y ser español o no, no le debiera eximir a uno, de ser lo suficientemente prudente a la hora de utilizar ciertos calificativos. Decir que España copia de los Estados Unidos, todas las "imbecilidades", casi ninguna buena o inteligente, es cuanto menos ofensivo para todos los españoles y americanos, residan donde residan. Más si se tiene en cuenta que Estados Unidos, es un país que le acogió durante su adolescencia, y que le brindó la oportunidad de escribir “Los dominios del lobo”, primera novela, con un título premonitorio sobre el contenido el artículo, que hoy nos ocupa.

Afirmar además en dicha publicación, que existe una "lerda idea estadounidense", de que los perrólatras gozan de una superioridad moral, para a renglón seguido compararlos con Hitler (el cual poseía perros), me parece una idea subjetiva de lo más grave. Porque nadie puede sentirse inferior si su nivel de autoestima, se encuentra dentro de los parámetros normales. El problema, quizás estribe en la inferioridad moral que algunos perrófobos debieran tratarse, como se ha demostrado, y se sigue demostrando tanto en España, como en Estados Unidos. Los animales como se puede ver, y según recientes investigaciones, son capaces de detectar ciertas patologías y enfermedades.

Don Javier, debido a sus contradicciones, da la impresión que dice cosas que no siente cuando afirma textualmente: “nada tengo contra los perros”, y cuando a la vez subtitula su artículo diciendo que "lo de los derechos de los animales, es un despropósito". O cuando critica la entrada de perros (no especifica si otras especies), en los lugares públicos.

“Los animales carecen de derechos por fuera, lo cual no obsta para que nosotros tengamos deberes para con ellos”. El señor Marías, como vemos, "nada tiene contra los perros", cuando les niega el derecho básico de la vida. ¿Qué deberes tiene un perro sin dueño, atropellado y herido en una autopista? Según el señor Marías, ninguno. ¿Qué deberes puede tener una persona perrófoba que ataca o maltrata sin ningún motivo, a cualquier animal desprovisto de dueño? Según el señor Marías, todos los deberes que quiera.

Don Javier, que nada tiene contra los perros, se queja del acceso de estos animales, a los lugares públicos. Eso es según él un derecho que tiene de manera exclusiva la persona, por el mero hecho de serlo, pero no el de un chucho o de una bestia, términos cariñosos, con los cuales se refiere a ellos. Es posible sin embargo, que el señor Marías si viaja en avión, y su nave aérea (dios no lo quiera), tiene una amenaza de bomba, no ponga ningún impedimento para que las "bestias" y los "chuchos" de las fuerzas de seguridad olfateen su avión.

El animal según el señor Marías ha de tener obligaciones, pero ningún derecho. De la misma manera, que el señor Marías se otorga el derecho de ofender desde su púlpito dominical a sus lectores, aunque los lectores, no tengan la obligación de manifestar su profundo dolor e indignación por sus ofensivas, conscientes y reiterativas consideraciones. La educación sí que es un bien de superioridad moral, que el señor Marías también parece desconocer o ignorar.

Al señor Marías, el mismo que nada tiene contra los perros, ni contra sus tutores, le molesta que “los amos” de estas mascotas, no se conformen con un can, y que lleven tres o cuatro. Y por criticar que no se queden en el tintero también las correas largas. Las mismas que dan mayor libertad a los perros, que ocupan “la calle entera”, y que impiden transitar a los peatones especiales, como el insigne e ilustrado académico.

Más adelante, Don Javier Marías, que nada tiene contra los perros de cuatro patas, ni de los de dos piernas (que también los hay), como este que suscribe, haciendo gala de su incuestionable objetividad y optimismo habitual, anima a que los lectores compren o adopten perros, cuando antepone los deberes y las cuestiones económicas, a la relación emocional, vínculo primordial, entre cualquier mascota y su tutor. Un perro lejos de ser una fiel y grata compañía, es para el autor, una esclavitud del dueño con respecto al perro (no al revés), debido a las atenciones que requiere, así como un lujo, por el coste que supone el mantenimiento de dicha amistad.

Según el articulista, recoger las cacas, es una opción "asquerosa y humillante". Se refiere a las cacas biológicas e involuntarias de los animalitos, no a las “cacas” literarias y conscientes que algunos autores, lanzan a sus lectores, sin tener nada en contra de ellos tampoco. Asegura que el que va con un perro, porta un arma; armas contra las que nada tiene en contra don Javier Marías. Curiosa contradicción.

Termina el artículo deleitando al lector con la trifulca de un vecino (que ¡cómo no!, tiene perro), el cual le insultó injustamente, y que por cuestiones de honorabilidad no detalla. Algo muy raro, porque don Javier, como ha dejado meridianamente en su artículo, nada tiene contra las personas, ni contra los perros, motivo por el cual afirma de una forma taxativa, que a los canes les corresponde "someterse ciegamente a quién los alimenta y cuida". La comida y los cuidados, son según el ilustrado don Javier, motivos más que suficientes para un sometimiento ciego a la voluntad del tutor. Porque el tutor, según el señor Marías, nunca se somete emocionalmente al perro, en una relación de amistad. La esclavitud, ya se sabe, es un "valor" unidireccional.

Si como dice el ilustrísimo académico en los Estados Unidos, hace mucho que se llegó a la peregrina conclusión, que quien carece de perro es mala persona, ningún americano dudará (y más si ha leído su artículo), que don Javier no debe ser una buena persona. Máxime cuando se preocupa más de los excesos de adoración, que de los casos de maltrato. Y es muy posible también, que muchos lectores de cualquier nacionalidad, se planteen si leer más de una vez un artículo del señor Marías, o tener varios libros de él, puede ser constitutivo, de un serio principio de autorlatría.

El señor Marías, es académico, y ocupa desafortunadamente el sillón de la letra “R”, lo cual constituye una gran pérdida para las letras españolas. Porque si en lugar de esa letra, hubiese ocupado la letra “P”, más representativa de la relación entre los "Perros" y las "Personas", lo más seguro es que no hubiese llegado a herir de una forma consciente, la sensibilidad de tantas personas.

Ser académico, no le otorga a ninguna persona, la superioridad moral de faltar a nadie, como esta semana ha vuelto a hacer don Javier, en su columna titulada “Ese idiota de Shakespeare”. Especialmente si se trata de un difunto, o de unas criaturas que no tienen la facultad de defenderse. El señor Marías, ha "ladrado" metafóricamente a sus lectores; y lo ha hecho para contarles sus chucherías.

José Luis Meléndez. Madrid, 23 de enero del 2016
Fuente de la imagen: commons.wikimedia.org

12 de enero de 2017

La ciudad verde

Resulta paradójico, que las Administraciones locales, dispongan de puntos limpios destinados a reciclar materia inorgánica, sin vida, y que no habilite puntos verdes, para que los ciudadanos depositen sus plantas

Las plantas son, reconozcámoslo, las mejores mascotas. Nada más llegar al mundo, nos reciben en las habitaciones de los hospitales, en los peores momentos están en nuestras casas, o en las antesalas de las clínicas, y cuando nos vamos, nos acompañan física y emocionalmente. Nunca se quejan ni nos molestan, y es el único ser de la familia, al que nunca hay que llevarle al médico.

Su expresión es corporal. Lo único que piden estos maravillosos seres, es que se les dirija una mirada de vez en cuando, que no se las sitúe en un punto de sol directo, que tengan la tierra húmeda, pero sin encharcamientos, y que se las limpie las hojas de polvo y se las rocíe con agua (lo cual las encanta), para que puedan llevar a cabo sus funciones vitales, con total normalidad. Que durante los meses comprendidos entre marzo y septiembre se las abone durante sus riegos una vez a la semana, y que durante el resto del año, se proceda de igual forma, pero con una menor intensidad.

El verano es para las plantas, bien sean de interior o de exterior, la estación más temida del año. Las altas temperaturas y la falta de riego, hacen que muchas de ellas mueran por nuestra culpa.
Es muy curioso, el vocabulario que muchos emplean cuando se refieren a sus plantas. A muchas personas las plantas se “les estropean”, y se refieren a ellas, como si fueran un electrodoméstico averiado. El lenguaje se convierte de esta forma, en una prueba más que evidente del concepto que tenemos de nuestras plantas.

Las vacaciones, las fiestas, y en especial el trasiego de bultos y de equipaje, son otra de las pruebas de fuego que atraviesan nuestras plantas. Unos aprovechan para abandonarlas en los cubos de basura, en lugar de regalarlas. Otros dejan la llave de su casa a sus familiares, para que las rieguen, pero no se preocupan de dejarlas un poco de luz.
El panorama y el trato recibido, no es menos triste por parte de las Administraciones públicas. Resulta cuanto menos paradójico, que las Administraciones locales, dispongan de puntos limpios destinados a reciclar materia inorgánica, sin vida, y que no habilite puntos verdes, para que los ciudadanos depositen sus plantas, que bien por falta de espacio, o por otros motivos, no pueden hacerse cargo de ellas.

Podría habilitarse un jardín público, compuesto por distintas especies, el cual podría denominarse El Jardín de la Ciudad

La solución pasaría en una primera fase, porque los distintos ayuntamientos, alcanzasen acuerdos con algunos viveros y floristerías, para que los ciudadanos pudieran depositar sus plantas. Los Consistorios, podrían a su vez reutilizar y plantar estas especies, en jardines públicos, o en recintos de interior públicos, en centros comerciales, o en las propias dependencias de las Administraciones locales, según la especie y el clima más apropiado para ellas.

Asimismo, para el resto de plantas, podría habilitarse un jardín público compuesto por distintas especies, el cual podría denominarse el jardín de la ciudad, con plantas bien donadas por los ciudadanos, o encontradas abandonadas en la calle. De esta forma, con la visita a este jardín, la Administración lograría concienciar a los ciudadanos, por medio de visitas guiadas, folletos de concienciación, con campañas de donación durante el año.

Las plantas de interior sobrantes se pueden revender a los viveros de los Ayuntamientos, o donarlas a las floristerías, en compensación a su colaboración. Con estas medidas, por un lado se compensaría, la preocupante falta de verde en las ciudades, como consecuencia de las talas masivas y la falta de repoblación, y se contribuiría a su vez a la limpieza del aire.

Los Ayuntamientos deberían tomar cartas en el asunto, ante la creciente desertización del país, y actualizar sus ordenanzas municipales. Efectuar campañas de concienciación, para que los ciudadanos participen de una manera activa, en el cuidado de sus jardines públicos. Para ello, la Administración debería establecer horarios y autorizaciones de riego, en los meses de verano. Supervisar y autorizar las talas, e incorporar si es preciso medidas sancionadoras a las comunidades incumplidoras con sus obligaciones, de manera que de forma posterior, pueda destinarse este dinero a servicios sociales.

Es necesario también un papel mucho más activo de la Administración central, y que se lleguen a acuerdos con grupos ecologistas, para el cuidado de las zonas verdes urbanas, y el compromiso de las asociaciones de vecinos. La solidaridad no tiene ningún color político. Estas asociaciones debieran concienciar a los vecinos, y disponer de un material básico, para dar servicio a los vecinos, como una manguera, guantes, azada, rastrillo, e implicarse de una manera más activa en los problemas reales de los barrios, y menos en las actividades lúdicas y de ocio.

Los contratos heredados de una legislatura anterior, no pueden convertirse en la excusa perfecta, para hacer creer a los ciudadanos, que no es posible hacer nada. Si los contratos blindados por definición, son los mismos que tenía el anterior gobierno, ¿cómo es posible que muchos barrios tengan más suciedad que antes?

La solución más eficaz y menos gravosa desde un punto de vista económico, consistiría en contratar inspectores de distrito a media jornada. Las funciones de dichos supervisores consistiría en recorrer bien a pie, bicicleta o moto las calles de los distintos distritos (en coche es difícil acceder a zonas poco visibles), de forma posterior un informe, remitirlo a la central, y que esta de la orden a las contratas. Todo menos tener al ciudadano, efectuando las labores que tendría que realizar su ayuntamiento.

José Luis Meléndez. Madrid, 2 de octubre del 2016
Fuentes de las imagenes: Flickr.com

5 de enero de 2017

Valores naturales

La libertad, antes de que fuera un derecho humano, ya era en la tierra, un fenómeno natural

La naturaleza ha sido una fuente de inspiración para los poetas, escritores y artistas. La cultura oriental, está repleta de innumerables referencias a la madre tierra. Las diferentes religiones y filosofías como el Budismo, han fomentado esta observancia, siglos antes de Cristo. La reflexión a través de la razón, y no la fe a través de la oración, ha contribuido a forjar en estos países, una identidad espiritual, más respetuosa con el medio ambiente, y con los seres vivos. La espiritualidad oriental, en lugar de elevar y trascender la mente a un plano externo y superior, se ha preocupado desde sus inicios de dirigir la mirada hacia el interior del hombre. Solo este por medio de la introspección, puede alcanzar la paz y la felicidad.

Los efectos benéficos de estas doctrinas, se pueden constatar a lo largo de su historia. El continente asiático es posiblemente la zona con menos conflictos a escala mundial. La paz interior parece haberse materializado en una duradera paz social. La cultura occidental por el contrario, ha adoptado una visión y una actitud de superioridad, con respecto a los demás seres. Las teorías humanistas y evolucionistas, se encargaron hace tiempo de declarar la supremacía del homo sapiens, al ocupar el eslabón superior de la cadena evolutiva.

Este desprecio y prepotencia, ha provocado en el hombre, un alejamiento con respecto a su hábitat natural (del cual dicho sea de paso procede). Los efectos devastadores de este distanciamiento progresivo, se pueden constatar hoy en día cuando observamos las terribles consecuencias del cambio climático. El hombre ha dejado de interiorizar sus orígenes, y se ha enfrentado a la naturaleza, como consecuencia de una falta de concienciación por parte de las instituciones públicas.

De nada sirven los innumerables avisos que continúa dando la tierra al hombre, de los datos escalofriantes que los organismos internacionales arrojan sobre la futura sostenibilidad de la vida en el planeta. El hombre no se conforma con ser la especie más dañina, y la que más contamina. Aún debe consolarse y seguir creyéndose esa especie superior, intolerante con las demás especies vegetales y animales, con la suya propia, e incluso contra sí mismo. Bastaría hacer un recuento sobre el número de víctimas humanas asesinadas por su misma especie, y comparar estos datos con los ataques de los más sanguinarios depredadores, los cuales dicho sea de paso, atacan por necesidad o en defensa propia, para hacernos una idea de nuestro perfil humano y superior del homo sapiens en la tierra.

¿Superiores quizás en ética, o en inteligencia, al tener que recurrir a matar animales para comer, en lugar de alimentarse de productos que nos proporciona la tierra?, ¿Superiores moral y emocionalmente, al disfrutar viendo una corrida de toros, o una pelea de gallos?, ¿Superiores en sensibilidad al talar y no repoblar?, ¿Al ver plantas torturadas, y pasar de largo, sin siquiera ofrecerles agua?, ¿Superiores al reconocer como prójimo solo a los miembros de nuestra especie, mientras otras especies crían y amamantan a otras especies, como hemos visto a lo largo de la Historia?, ¿Superiores al matarnos entre nosotros mismos, sin saber controlar nuestras propias emociones?, ¿Superiores al otorgar al dinero un valor superior a nuestro tiempo vital?, ¿Superiores al no ser fieles a nuestros propios principios, y en traicionarnos a nosotros mismos?, ¿Superiores al hablar, sin saber escuchar?, ¿Superiores a tener miedo de estar solos, y de encontrarnos con nosotros mismos?, ¿Superiores en vivir la vida que quieren otros, en lugar de la nuestra?, ¿Superiores en vivir en el pasado o en el futuro, sin saber vivir el aquí y el ahora?, ¿Superiores cuando necesitamos a gurús espirituales que nos enseñan a vivir de espaldas a nosotros mismos? ¿Superiores al pretender gobernar a los demás, sin saber controlarnos a nosotros mismos?, ¿Superiores cuando nos escandalizamos al vernos desnudos?, ¿Cuándo necesitamos emborracharnos o drogarnos, para olvidarnos de nosotros mismos?, ¿Superiores cuando nos aburrimos, y recurrimos a los pasatiempos, porque no sabemos en qué ocupar nuestro tiempo libre?, ¿Superiores en utilizar a los demás en beneficio propio, y en creerse más que los subalternos?, ¿Superiores por tener un alto nivel, y no ser felices con nosotros mismos?, ¿Superior por ser más religioso que moral?, ¿Superior por tener que recurrir a hablar mal de los demás, para aumentar de una forma indigna y artificial nuestra autoestima?, ¿Superior por saberse vestir bien por fuera, sin saber que talla tiene uno por dentro?, ¿Superior por presumir de pareja, sin saber lo que es el amor universal?

El hombre a lo largo de la Historia, ha intentado apropiarse de algunos valores personales como la fidelidad, de otros de carácter social, como la libertad, y de otros conceptos como la monarquía, o la dictadura. Incluso ha llegado a autoproclamarse inventor de los mismos. A nadie al parecer, le ha dado por observar la naturaleza. Vamos tan deprisa, que no tenemos tiempo. Haberlo hecho, hubiera supuesto desmontar toda una serie de mentiras. Y si no preguntémonos: ¿desde cuándo las abejas o las hormigas, poseen como tales un régimen político y monárquico? ¿Por qué los lobos, y otras especies similares, adoptan un régimen más autocrático, militar o dictatorial, en el que el líder de la manada no es elegido, sino impuesto por su propia fuerza? ¿Desde cuándo las plantas luchan por ese ideal tan alto, el cual parecía exclusivo de la especie humana, como es el de la libertad?

¿Cómo es posible que existan numerosas especies como el periquito, el castor, la tórtola, el pingüino, el penacho amarillo, el cisne, el gibón, el lobo gris, el pez ángel francés, la lechuza, el águila calva, la termita, el caballito de mar, la nutria gigante, el albatro, el cóndor, el ganso, el ratón de campo, la grulla de cola blanca, el chacal, el lémur, el buitre negro, o el antílope africano que practiquen la fidelidad, y que compartan sus vidas con una única pareja? ¿Cómo es posible que sobrevivan algunas especies solitarias, en estado de libertad, y que el hombre no sepa estar solo? Que muchos animales practiquen la libertad con sus parejas, apareándose en la época de cría, y viviendo en sociedad el resto del año? ¿Se ha ido restringiendo la libertad el hombre a sí mismo, con normas encaminadas a un hipotético bien común? ¿No es la verdadera libertad aquella que puede practicar uno mismo, desde su propio interior?

Como vemos, antes de que el hombre hablara de libertad, la naturaleza, ya se intentaba liberar a sí misma de las normas del hombre. En otras palabras, la libertad, antes de que fuera un derecho humano, ya era en la tierra un fenómeno natural. Como dice una célebre cita: "Hombre de genio, nunca digas: yo he inventado; en este mundo, todo son reminiscencias".

José Luis Meléndez. Madrid, 25 de septiembre del 2016