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24 de enero de 2014

El abuelo Antonio

La separación de los dos amigos, tuvo los efectos deseados. Pablo se dio cuenta gracias a Sultán que le era necesaria una compañía

Todas las mañanas, a eso de las nueve, el abuelo Antonio, se sentaba en uno de los bancos de piedra del parque que hay enfrente de su casa. Pensativo y ensimismado rememoraba sus primeros escarceos y paseos amorosos a través de las sendas que adornan el ya reverdecido recinto primaveral. ¡Quién pudiera volver a sentir aquellas primeras primaveras…!, pensaba por instantes. Pero, una vez que el tiempo le devolvía a la realidad y recuperaba el presente, se vanagloriaba de la sabiduría adquirida durante todos estos años. La vida ha sido generosa conmigo, quizás porque yo también lo he sido con ella. Eran tantos los recuerdos que acudían a su mente, y que inconscientemente le estremecían el corazón, que opto por levantarse, caminar y recorrer mientras filosofaba, las mismas sendas que en su juventud recorrió de manos de alguien especial.

Una vez reconfortado, y sin apenas darse cuenta, dejándose llevar por su imaginación en medio de aquellos parajes, tan repletos de significado, aparecieron ante el también, las caras de sus primeros amigos, con los cuales jugaba a su deporte favorito, el fútbol. A las cinco de la tarde, como de costumbre, quedaba con su amigo de la infancia Pablo, y ambos recordaban y comentaban las últimas noticias de política, tema preferido por los dos desde su juventud, en la cual militaron en el mismo bando. Pablo, sin embargo acababa de enviudar, y Antonio, el abuelo ponía todo de su parte para no ver a su amigo abatido en estos duros momentos:

-Lo que tú necesitas, Pablo, es venirte conmigo al club de veteranos y distraerte.
-No me apetece, y además estás muy pesado con el propósito tuyo, de quererme presentar a una de tus amigas.
-Sabes que no es bueno que estés solo en estos momentos, así que si no vienes, te dejaré a mi querido perro Sultán, para que te haga compañía estos días, y así pueda irme tranquilo, a pasar unos días al pueblo.
-Está bien, contestó, si con esta penitencia prometes no volver a darme la murga.
Antonio, comprendió que no era el momento ni el método oportuno, y recordó también su duelo, cuando su esposa Fátima le dejó hace apenas dos años.

Aun así, Antonio decidió irse al pueblo, y abandonar la nostalgia que durante esta semana le sobrevino en el parque, esta vez tranquilo de que su amigo Pablo, quedaba a buen recaudo. Los primeros rayos del sol de la mañana se dejaban entrever en la habitación de Pablo. Sultán subió a su cama, y comenzó insistentemente a llamarle con su pata. Era la hora de salir a la calle. Pablo se incorporó con más ánimos de lo habitual. La compañía de Sultán, le hacía el día más ameno. Mientras, Antonio en el pueblo se dedicaba a charlar con sus paisanos, sobre los temas más importantes como son la cosecha, la huerta y la caza.

Sobre las cinco, una vez atardecía, solían reunirse en el banco de la iglesia con sus vecinos Tomás y Eulogio, y a media tarde tenían por costumbre, echar una partida en El Sabroso, único bar de Fuensanta, nombre que el pueblo adquirió el siglo pasado por su famosa fuente.

-Mañana, ya viene tu amo, Sultán, le decía Pablo.

La separación de los dos amigos, tuvo los efectos deseados. Pablo se dio cuenta gracias a Sultán que le era necesaria una compañía, más aun a esas edades:

-La verdad es que no me importaría estar unos días más contigo. Tenía razón tu amo. No es bueno estar solo. Así que cuando llegue, lo primero que le voy a decir, es que me presente a esa amiga suya. Pero no te preocupes Sultán, siempre será con tu consentimiento previo.

Al día siguiente Antonio llegó en tren a la estación de Atocha. Eran las once de la mañana. Pablo y Sultán le esperaban en el andén. De repente, notó como si alguien tocara su bolsillo. Antonio se giró hacia la derecha, y no daba crédito a lo que en ese momento contemplaban sus ojos. Era Sultán, que empujando con su hocico, había olido su rastro. Antonio no pudo contener las lágrimas de alegría, y viendo sus caras exultantes y pletóricas, exclamó:

- ¡Caramba! ¡Pero qué sorpresa más grande! Veo que ha merecido la pena esta pequeña ausencia.
- ¡Tenías razón, Antonio! La soledad no es buena. Gracias por este viaje; ha sido un regalo muy valioso.
- A mí no, dijo. En todo caso dáselas a Sultán. Los animales nos dan muchas veces lecciones que nosotros mismos no sabemos dar.
- Es verdad, no obstante, has demostrado ser un gran amigo, insistió Pablo.
- ¡Muy bien!, exclamó Antonio. A partir de mañana te espero en el club. Estoy seguro que aun te deparan cosas mejores.

José Luis Meléndez. Curso de Redactor-Corrector. Madrid, Mayo del 2011.
Fuente de la imagen: Flickr.com

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