La amistad era para ti, solo un término medio, y el amor una batalla que no has terminado de librar
El día que traspasé mi frontera, y te ofrecí mi amistad, me vestiste de soldado. Creías que todos los hombres seguían la misma senda del deseo. Sin saber cuáles eran mis intenciones, sacaste tus pinturas de guerra, cavaste tu trinchera y armaste tu alambrada. Iluminaste mis noches de un cielo colorido, y prendiste ante mí, toda clase de bengalas y de fuegos artificiales. No te diste cuenta que en realidad eran balas de fogueo, disparadas a un enemigo imaginario.
Después me perdonaste la vida. Entonces conseguí ver la única verdad de toda la mentira que llevabas dentro. Desde ese momento guardo escondida la bandera blanca de palabras, que un día tejí, pensando en conquistarte, y que tal vez nunca leas. Abusaste de mis posiciones terrestres. Sobrevolaste y bombardeaste con tus preguntas interesadas mi infantería. Sacaste tu aviación, y tus carros de combate, con el único propósito de analizar y estudiar el inventario de mi ejército.
Preferiste desde el principio marcar distancias. Yo que te ofrecí una relación de igual a igual. De tú a tú. La amistad era para ti solo un término medio. Lo querías todo o nada. Ahora o nunca. Al ver tierra de nadie, pusiste tierra de por medio. Huiste sin siquiera haber leído mi tratado de amistad y de paz. Creíste haberme herido. Ignoraste antes de empezar la guerra, que tu derrota estaba sentenciada. Que en la amistad no hay enemigos, solo aliados.
Hoy he acabado esta guerra que nunca quisiste terminar. Pero tú aun sigues vestida con tu uniforme de guerra. Ostentando tus galones, y tus armas de mujer. Confundida entre el amor y la guerra. Como si el amor fuera para ti una batalla, que no has terminado de librar.
Fuente de la imagen: flickr.com
José Luis Meléndez. Madrid, 9 de mayo del 2016.
El día que traspasé mi frontera, y te ofrecí mi amistad, me vestiste de soldado. Creías que todos los hombres seguían la misma senda del deseo. Sin saber cuáles eran mis intenciones, sacaste tus pinturas de guerra, cavaste tu trinchera y armaste tu alambrada. Iluminaste mis noches de un cielo colorido, y prendiste ante mí, toda clase de bengalas y de fuegos artificiales. No te diste cuenta que en realidad eran balas de fogueo, disparadas a un enemigo imaginario.
Después me perdonaste la vida. Entonces conseguí ver la única verdad de toda la mentira que llevabas dentro. Desde ese momento guardo escondida la bandera blanca de palabras, que un día tejí, pensando en conquistarte, y que tal vez nunca leas. Abusaste de mis posiciones terrestres. Sobrevolaste y bombardeaste con tus preguntas interesadas mi infantería. Sacaste tu aviación, y tus carros de combate, con el único propósito de analizar y estudiar el inventario de mi ejército.
Preferiste desde el principio marcar distancias. Yo que te ofrecí una relación de igual a igual. De tú a tú. La amistad era para ti solo un término medio. Lo querías todo o nada. Ahora o nunca. Al ver tierra de nadie, pusiste tierra de por medio. Huiste sin siquiera haber leído mi tratado de amistad y de paz. Creíste haberme herido. Ignoraste antes de empezar la guerra, que tu derrota estaba sentenciada. Que en la amistad no hay enemigos, solo aliados.
Hoy he acabado esta guerra que nunca quisiste terminar. Pero tú aun sigues vestida con tu uniforme de guerra. Ostentando tus galones, y tus armas de mujer. Confundida entre el amor y la guerra. Como si el amor fuera para ti una batalla, que no has terminado de librar.
Fuente de la imagen: flickr.com
José Luis Meléndez. Madrid, 9 de mayo del 2016.
No hay comentarios:
Publicar un comentario