Si un día me voy, y no os importa, en compensación a los daños ocasionados, me gustaría tener buenas vistas, y que mis cenizas den verde, a lo alto de vuestro monte
Queridos navarros y navarras:
Lo siento. Siento enormemente el incendio ocurrido estos últimos días en vuestras tierras. Las llamas han llegado a un escaso kilómetro y medio de Añorbe, ese pueblo encantador de vuestra ribera, en el que actualmente tengo familia. La hermana de mi padre, María Jesús, maestra en Añorbe (y posteriormente en Puente La Reina), se casó con mi tío Paco, oriundo de este bello pueblo. Mi tío ha sido mi gran maestro en la cocina, y durante estos días me he acordado de sus clases (con aperitivo incluido), de la infancia. De sus inolvidables navidades en Madrid, y de sus conciertos de jotas navarras con la guitarra, acompañado de mi tía. En sus vacaciones, en Salou, llenaban los bares. Con eso basta para hacerse una idea de lo bien que lo hacían.
La cena de navidad, de la que guardo un mejor recuerdo es la que pasé en su cocina de pueblo, un día que hice con un viaje sorpresa, con mis padres. Entonces acompañé a Paco a Puente La Reina, a comprar la cena. Mi tío compró para cenar cardo, que preparó con una salsa deliciosa, y la acompañó con piñones de la zona. Regamos la cena con vino de la tierra, y unos langostinos a la plancha. Como buen cocinero, Paco, no solo cocinaba, iba a la compra, y cuando venía a Madrid, con la excusa de comprar el periódico, me invitaba a unas racioncitas variadas. Luego llegábamos a casa, nos metíamos los hombres en la cocina, por espacio de dos horas y preparábamos su plato estrella: el bacalao ajoarriero, un plato típico aquella tierra. Hoy de vez en cuando lo cocino, y rememoro aquellos momentos.
Como decía al principio: cuatro mil hectáreas de bosque quemadas. El mayor incendio en 30 años en tierras navarras. Todo debido, parece ser, a una colilla arrojada por la ventana de un coche. Espeluznante. Hoy me gustaría aprovechar este trágico accidente, y hacer un acto público de sinceridad. Y es que hoy, también me he acordado de aquel terrible día, en el que un servidor, casi quema, sin intencionalidad alguna, el monte de San Martín, que corona vuestro pueblo. Entonces tenía seis años y me apasionaba la naturaleza de los elementos como el fuego. Era la época en la que los reyes te traían el Cheminova, un juego para iniciarse en la química, compuesto por una serie de artilugios, con los que podías hacer experimentos. Entonces los Reyes Magos, al igual que nuestros políticos, eran aforados, y no tenían ningún tipo de responsabilidades.
En uno de los paseos con la familia, se me cayó encendida una cerilla al suelo, y empezó a arder en primer lugar la paja que cubría los caminos. De forma posterior, el fuego se fue propagando de manera ascendente hacia lo alto del monte. Las voces de los mayores me asustaron tanto, que me fui corriendo al pueblo. Allí permanecí escondido toda la mañana, detrás de la puerta del patio de mis tíos. Todos los tractores que había en ese momento en el pueblo, salieron a sofocar las llamas. Mientras las voces de la gente, paralizaban mi alma, y los sonidos de las campanas estremecían mi cuerpo. Cuando logré salir, en un impulso inconsciente y desesperado (todos me estaban buscando), mi tía Pepi, casada don José, terminó de rematarme, cuando me dijo que a mi padre le iban a meter en el castillo. Recordemos que entonces, era menor de edad.
Años después he regresado a "El sanatorio", como de forma cariñosa me refiero a Añorbe, en un par de ocasiones. Mis visitas y estancias han sido tan reflexivas, saludables y renovadoras, que no he encontrado otro término más idóneo que defina este mágico lugar. Me habéis reconocido, aceptado, y no solo me habéis perdonado la vida, sino que hemos cantado, bebido y comido juntos. He acudido a vuestros conciertos y ensayos de música clásica, he visitado vuestra bodega y he saboreado vuestro excelente vino. He subido andando el monte de San Martín, después de comer, y he contemplado las exquisitas vistas de los pueblos cercanos, como Tirapu, Enéritz, o Úcar.
Añorbe, es el primer pueblo que en mi infancia tuve la oportunidad de pisar. Aún recuerdo aquellos olores a abono, los primeros animales de campo, como los caballos, los conejos, las perdices, y los cerdos. Y también recuerdo el genuino sabor de los productos de vuestra huerta recién traídos, como los tomates y los pimientos. Nada ha cambiado, ni sus calles, ni vosotros. Sus calles, hoy en día, siguen siendo como entonces, empedradas y rasgadas de cemento, para que las ruedas de los coches y de los tractores puedan adherirse mejor y subir sus empinadas cuestas en invierno. De manera especial cuando hay nieve o hielo. Y vosotros, seguís con la buena (y tristemente), rara costumbre, de levantar la mano y saludar a todos, independientemente de que uno sea, un forastero desconocido.
¡Qué mejor acogida puede tener un sobrino del pueblo, si aún sin conocerle a uno lo suficiente, le ofrecéis como postre especial, la amistad de una de vuestras hijas! Así sois los navarros: trabajadores, abiertos, de buen corazón. Amables, educados, y nada rencorosos. Os admiro y os llevo a todos en el corazón. Si un día me voy, y no os importa, en compensación a los daños ocasionados, me gustaría tener buenas vistas, y que mis cenizas den verde, a lo alto de vuestro monte.
Gracias por vuestro cariño
¡Viva Navarra!
Fuente de la imagen: Flickriver.com
José Luis Meléndez. Madrid, 30 de agosto del 2016
Queridos navarros y navarras:
Lo siento. Siento enormemente el incendio ocurrido estos últimos días en vuestras tierras. Las llamas han llegado a un escaso kilómetro y medio de Añorbe, ese pueblo encantador de vuestra ribera, en el que actualmente tengo familia. La hermana de mi padre, María Jesús, maestra en Añorbe (y posteriormente en Puente La Reina), se casó con mi tío Paco, oriundo de este bello pueblo. Mi tío ha sido mi gran maestro en la cocina, y durante estos días me he acordado de sus clases (con aperitivo incluido), de la infancia. De sus inolvidables navidades en Madrid, y de sus conciertos de jotas navarras con la guitarra, acompañado de mi tía. En sus vacaciones, en Salou, llenaban los bares. Con eso basta para hacerse una idea de lo bien que lo hacían.
La cena de navidad, de la que guardo un mejor recuerdo es la que pasé en su cocina de pueblo, un día que hice con un viaje sorpresa, con mis padres. Entonces acompañé a Paco a Puente La Reina, a comprar la cena. Mi tío compró para cenar cardo, que preparó con una salsa deliciosa, y la acompañó con piñones de la zona. Regamos la cena con vino de la tierra, y unos langostinos a la plancha. Como buen cocinero, Paco, no solo cocinaba, iba a la compra, y cuando venía a Madrid, con la excusa de comprar el periódico, me invitaba a unas racioncitas variadas. Luego llegábamos a casa, nos metíamos los hombres en la cocina, por espacio de dos horas y preparábamos su plato estrella: el bacalao ajoarriero, un plato típico aquella tierra. Hoy de vez en cuando lo cocino, y rememoro aquellos momentos.
Como decía al principio: cuatro mil hectáreas de bosque quemadas. El mayor incendio en 30 años en tierras navarras. Todo debido, parece ser, a una colilla arrojada por la ventana de un coche. Espeluznante. Hoy me gustaría aprovechar este trágico accidente, y hacer un acto público de sinceridad. Y es que hoy, también me he acordado de aquel terrible día, en el que un servidor, casi quema, sin intencionalidad alguna, el monte de San Martín, que corona vuestro pueblo. Entonces tenía seis años y me apasionaba la naturaleza de los elementos como el fuego. Era la época en la que los reyes te traían el Cheminova, un juego para iniciarse en la química, compuesto por una serie de artilugios, con los que podías hacer experimentos. Entonces los Reyes Magos, al igual que nuestros políticos, eran aforados, y no tenían ningún tipo de responsabilidades.
En uno de los paseos con la familia, se me cayó encendida una cerilla al suelo, y empezó a arder en primer lugar la paja que cubría los caminos. De forma posterior, el fuego se fue propagando de manera ascendente hacia lo alto del monte. Las voces de los mayores me asustaron tanto, que me fui corriendo al pueblo. Allí permanecí escondido toda la mañana, detrás de la puerta del patio de mis tíos. Todos los tractores que había en ese momento en el pueblo, salieron a sofocar las llamas. Mientras las voces de la gente, paralizaban mi alma, y los sonidos de las campanas estremecían mi cuerpo. Cuando logré salir, en un impulso inconsciente y desesperado (todos me estaban buscando), mi tía Pepi, casada don José, terminó de rematarme, cuando me dijo que a mi padre le iban a meter en el castillo. Recordemos que entonces, era menor de edad.
Años después he regresado a "El sanatorio", como de forma cariñosa me refiero a Añorbe, en un par de ocasiones. Mis visitas y estancias han sido tan reflexivas, saludables y renovadoras, que no he encontrado otro término más idóneo que defina este mágico lugar. Me habéis reconocido, aceptado, y no solo me habéis perdonado la vida, sino que hemos cantado, bebido y comido juntos. He acudido a vuestros conciertos y ensayos de música clásica, he visitado vuestra bodega y he saboreado vuestro excelente vino. He subido andando el monte de San Martín, después de comer, y he contemplado las exquisitas vistas de los pueblos cercanos, como Tirapu, Enéritz, o Úcar.
Añorbe, es el primer pueblo que en mi infancia tuve la oportunidad de pisar. Aún recuerdo aquellos olores a abono, los primeros animales de campo, como los caballos, los conejos, las perdices, y los cerdos. Y también recuerdo el genuino sabor de los productos de vuestra huerta recién traídos, como los tomates y los pimientos. Nada ha cambiado, ni sus calles, ni vosotros. Sus calles, hoy en día, siguen siendo como entonces, empedradas y rasgadas de cemento, para que las ruedas de los coches y de los tractores puedan adherirse mejor y subir sus empinadas cuestas en invierno. De manera especial cuando hay nieve o hielo. Y vosotros, seguís con la buena (y tristemente), rara costumbre, de levantar la mano y saludar a todos, independientemente de que uno sea, un forastero desconocido.
¡Qué mejor acogida puede tener un sobrino del pueblo, si aún sin conocerle a uno lo suficiente, le ofrecéis como postre especial, la amistad de una de vuestras hijas! Así sois los navarros: trabajadores, abiertos, de buen corazón. Amables, educados, y nada rencorosos. Os admiro y os llevo a todos en el corazón. Si un día me voy, y no os importa, en compensación a los daños ocasionados, me gustaría tener buenas vistas, y que mis cenizas den verde, a lo alto de vuestro monte.
Gracias por vuestro cariño
¡Viva Navarra!
Fuente de la imagen: Flickriver.com
José Luis Meléndez. Madrid, 30 de agosto del 2016
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