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11 de julio de 2014

El presagio

Las señales de la vida

El golpe seco en la ventana de la habitación, hizo que interrumpiera y perdiera el hilo de la lectura. Al incorporarme y abandonar el escritorio, me dirigí hacia el cristal, y me aproximé lo suficiente para no asustar a la criatura. En ese momento pude confirmar, muy a mi pesar, las primeras impresiones: un gorrión macho, se encontraba en el rincón del apoyabrazos del ventanal, aturdido, malherido y encogido.

Antes de decidirme a abrir la ventana para intentar socorrer al pajarillo, apareció, y se posó a su lado una hembra. A la vez que le piaba, se dirigía a él excitada, intentando animarle. Durante el transcurso de unos diez minutos, el sonido de su piar, se hizo más intenso, se llegó a acercar a él, e incluso a picarle en último recurso como diciéndole: “¡venga ánimo!, intenta saltar y volar, quizás se trate de un bajoncillo…”

El macho saltó al vacío, inducido por las voces de su insistente compañera. Intentó remontar el vuelo, pero cayó al suelo en vertical. Durante los pocos minutos que estuvo con vida, la hembra bajó a intentar reanimar su cuerpo agonizante, mientras picoteaba su cuerpo y gritaba en su lenguaje, su impotencia y su pena. A los pocos minutos el cuerpo del gorrión, expiró y se quedó solo. Las labores paliativas habían acabado. Su compañera había comprendido todo, y con toda certeza, fue a consolarse con sus amigas.

Aún recuerda mi mano el calor de su cuerpo, como si hubiera estado reteniéndolo el animal, para ofrecer con él, su última dádiva. Qué bonito debe ser morir así, entre tanto amor y en la “casa celestial” de un “ser superior”. Al cabo de una hora, y después del cumplido duelo, con una cuchara, cavé un hoyo en el jardín, lugar en el cual reposan los restos de nuestro querido amigo.

Curioso, triste y emotivo presagio, que un día más he recordado, y que solo semanas después viví en primera persona, mientras “moría” al lado del primer gorrión femenino, cuando con su pio-pio, intentaba explicar y animar el acto final de aquella relación sentimental. Veinte años ya, de aquel veintitrés de Agosto del noventa y cuatro, con su maldita hora de las quince y treinta. Un caro y duro precio personal, que hubo que pagar para aprender, y más tarde comprender, que tan importante como volar, es posarse.

José Luis Meléndez. Madrid, 8 de Julio del 2014.
Fuente de la imagen: Flickr.com

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