Los adjetivos virtual o social, dependen pues del uso que hacemos de ellas
Las estadísticas lo dicen. Nos pasamos el día, e incluso parte de la noche, delante de una pantalla. Suena el despertador de nuestro móvil, es hora de levantarse, asearse y desayunar. Salimos de casa, y al llegar a la parada del autobús o del metro, nos conectamos a WhatsApp. Una vez en la oficina, accedemos con nuestras claves al ordenador y contestamos algún email pendiente de confirmación. Durante el mediodía, y en la hora del descanso, realizamos la primera llamada, como contestación al primer mensaje de la mañana, y antes de entrar, de nuevo a la oficina, encendemos nuestra tablet.
Al salir, un compañero de trabajo nos acerca hasta casa, mientras escuchamos la música ambiental de su transistor digital, y charlamos del transcurso de la jornada.Ya en casa, saludamos a la familia, nos duchamos y preparamos el aperitivo para el partido que va a ser televisado, y permanecemos inertes durante las dos horas del encuentro. Cenamos, y antes de acostarnos, contestamos los mensajes de la pantalla del teléfono fijo, para a continuación sentarnos ante el portátil retwittear y compartir unas cuantas pancartas con algunos “amigos”. En la cama encendemos nuestro ebook, y nos deleitamos con unos minutos de lectura para entrar en la fase de sueño. Sin contar las visitas al frigorífico, las pulsaciones a la vitrocerámica, y los programas de la lavadora, el lavavajillas o la plancha, podría intuirse que somos seres eléctricos o digitales.
En su día nos enseñaron que internet, o lo que es lo mismo la red de redes, fue una creación del Ejército, y como de forma posterior y paulatina fue incorporándose a la sociedad civil. Pero quien iba a pensar que años más tarde, la aparición de las redes sociales, y más tarde del Whatsapp, iba a revolucionar y de qué manera las formas de relación en la sociedad. Mark Zuckerbeg, pasará a la historia por ser el inventor de la mayor red social hasta el momento conocida. Las ventajas que nos reporta la utilización de esta comunidad son indiscutibles, pero, ¿habrá pensado dicho inventor en algún momento en los contras que su red nos ocasiona…?
Observemos por un momento el funcionamiento de la red desde fuera. ¿Se imaginan una red social de perros o gatos en la cual estos animales, solo pudieran ver sus imágenes en movimiento, escucharse y ladrar o maullar, pero sin olerse, ni tocarse? ¿Podría considerarse como social esta interacción incompleta del resto de los sentidos? La respuesta es sencilla. Y entonces, ¿Por qué no utilizar de una forma más correcta el adjetivo virtual en lugar de social? La relación social, se inicia a través de una relación personal, con todo lo que esta conlleva: proximidad física, lenguaje corporal y comunicación directa, entre otros factores.
Presten atención la próxima vez que vean a un perro en el parque, y comprueben como cuando nuestro amigo el sabueso, pisa el césped, un suculento mapa de olores se despliega ante él. A través de su olor consiguen identificar a sus dueños, por donde ha pasado un perro, su sexo, y si es hembra, identifican si está o no en celo. Las hembras tienen hasta 52 variaciones químicas en su orina durante un año que indican, entre otras cosas, su apetencia sexual. La orina y las heces son la manera que los perros tienen de marcar el territorio. Cuando las huele, el perro puede identificar a quienes pertenece y cuando las ha dejado allí. La marca más reciente es la que siempre domina, motivo para que los perros siempre intenten renovar sus marcas.
Como vemos, mucho antes que nosotros los perros, añadían y compartían amigos. ¿Seguirá pensando el inventor de Facebook, después de leer este artículo, que es el pionero de las redes sociales…? Está comprobado que las redes virtuales, nos acercan a las personas lejanas, pero como contrapartida nos alejan de las más cercanas. El problema no es la herramienta, sino el uso que se hace de ella. Las autoridades tecnológicas, no advierten como hacen las sanitarias, que el uso abusivo e irracional de las mismas puede dañar nuestra salud si tenemos menos horas y calidad del sueño, dedicamos más tiempo a lo virtual que a lo real, nos crea adicción, etc. El fabricante tampoco nos proporcionan un manual de utilización, para hacer un uso apropiado de la misma: descansos de pantalla, alternar contenidos y actividades con otras páginas. Ni profundizan en apartados tan importantes como son la seguridad, el tratamiento de datos personales, y sobre todo de una eficiente atención al usuario, formada por diversas direcciones de correo electrónico, según el tema del cual se trate.
Existe como veremos un largo camino, y a la vez un gran vacío legal. Los usuarios mayores de edad, damos por sabido, que somos a su vez responsables de tomar unas mínimas precauciones, encaminadas a proteger la integridad de su familia, incluyendo a menores, mayores, y personas enfermas con un acceso restringido a las mismas. Pero, hacemos un uso adecuado de las redes sociales Siempre y cuando no haya adicción, es decir, accedamos cuando nosotros decidamos, de una forma más racional que impulsiva, y permaneciésemos el tiempo adecuado, todo entraría dentro de un uso correcto. El grado de dependencia, no es el único factor que deberíamos tener en cuenta, a la hora de acceder, y cabría preguntarnos: ¿Aprovechamos todos los recursos o aplicaciones que nos ofrece este potente club mundial? Es difícil contestar de una manera afirmativa a dicha pregunta, cuando no tenemos un objetivo definido. Si nuestra intención es hacer nuevas amistades reales, los datos no son nada halagüeños.
Si las redes fueran sociales, y se hiciese un uso más inteligente de las mismas, no sería extraño poder establecer a través de ellas relaciones personales enriquecedoras e interesantes. ¿Por qué no aprovechamos la información tan valiosa de la que disponemos sobre otras personas de diversa índole como son la edad, las aficiones, sus ideales, e incluso su físico? Con una utilización mixta y equilibrada de encuentros personales, es cuando la red adquiere su vertiente más social. Los adjetivos virtual o social dependen pues del uso que hacemos de ella.
En el término medio está la virtud, decía Buda, en el siglo VIII a. de C. El concepto banal de amistad que aplican las redes al considerar como amigos a personas recién agregadas, y a las cuales no conocemos, es lo suficientemente llamativo para hacernos reflexionar sobre qué tipo de relaciones tenemos en nuestro perfil. La idolatría de los seguidores, nos recuerda que no todos somos amigos. Para hacernos una ligera idea de hasta qué punto estamos interconectados, basta con recordar los efectos psicológicos que una simple caída de la red puede provocar en nosotros: ansiedad, soledad, tristeza y vuelta a la normalidad una vez que el icono de conexión reaparece en la pantalla.
Y si esta incidencia o caída puntual, la trasladásemos a un escenario global y nos viéramos al despertar que no ha sonado nuestro despertador, no se ha cargado el móvil, no enciende nuestro ordenador, está caído el servidor de nuestro banco, porque el sistema eléctrico está caído y no sabemos cuánto tiempo va a durar la avería, o peor aún, no sabemos si vamos a volver a “disfrutar” de dichos servicios. ¿Cuáles serían nuestras reacciones en ese momento? ¿Sabríamos adaptarnos a nuestra vida anterior? ¿Qué pensaría un ciudadano de Etiopía al vernos en dicho estado?
Aunque el panorama pueda a simple vista, resultar desolador, quizás sería un momento propicio para recuperar algunos valores perdidos. Bien es cierto que la red nos aporta otra serie de valores como la tolerancia, la empatía, la educación, la cultura, e incluso el control emocional. Desde el punto de vista personal, posee una extraordinaria capacidad de acercarnos, enriquecernos, y hablar con ciudadanos de otras culturas, sexos y razas en tan solo décimas de segundo.
La sociedad virtual, ha sobrepasado los clichés de la sociedad real y nacional, hasta el punto de poder afirmar que en la actualidad constituye, no solo la mayor, sino la verdadera democracia del mundo. La pluralidad representada por los distintos grupos de usuarios, así como su votación diaria a través de “me gustas”, comentarios o enlaces compartidos, desde las diversas zonas del planeta, ha logrado despertar y movilizar como auténticas riadas emocionales, las conciencias y los corazones de sus usuarios ante la más mínima pulsación de la realidad mundial. Pero no hemos de olvidarnos, que la verdadera relación social está en la calle, y no en la virtualidad de una pantalla digital.
José Luis Meléndez. Madrid, 31 de Julio del 2014.
Fuentes de las imagenes: Flickr.com
Las estadísticas lo dicen. Nos pasamos el día, e incluso parte de la noche, delante de una pantalla. Suena el despertador de nuestro móvil, es hora de levantarse, asearse y desayunar. Salimos de casa, y al llegar a la parada del autobús o del metro, nos conectamos a WhatsApp. Una vez en la oficina, accedemos con nuestras claves al ordenador y contestamos algún email pendiente de confirmación. Durante el mediodía, y en la hora del descanso, realizamos la primera llamada, como contestación al primer mensaje de la mañana, y antes de entrar, de nuevo a la oficina, encendemos nuestra tablet.
Al salir, un compañero de trabajo nos acerca hasta casa, mientras escuchamos la música ambiental de su transistor digital, y charlamos del transcurso de la jornada.Ya en casa, saludamos a la familia, nos duchamos y preparamos el aperitivo para el partido que va a ser televisado, y permanecemos inertes durante las dos horas del encuentro. Cenamos, y antes de acostarnos, contestamos los mensajes de la pantalla del teléfono fijo, para a continuación sentarnos ante el portátil retwittear y compartir unas cuantas pancartas con algunos “amigos”. En la cama encendemos nuestro ebook, y nos deleitamos con unos minutos de lectura para entrar en la fase de sueño. Sin contar las visitas al frigorífico, las pulsaciones a la vitrocerámica, y los programas de la lavadora, el lavavajillas o la plancha, podría intuirse que somos seres eléctricos o digitales.
En su día nos enseñaron que internet, o lo que es lo mismo la red de redes, fue una creación del Ejército, y como de forma posterior y paulatina fue incorporándose a la sociedad civil. Pero quien iba a pensar que años más tarde, la aparición de las redes sociales, y más tarde del Whatsapp, iba a revolucionar y de qué manera las formas de relación en la sociedad. Mark Zuckerbeg, pasará a la historia por ser el inventor de la mayor red social hasta el momento conocida. Las ventajas que nos reporta la utilización de esta comunidad son indiscutibles, pero, ¿habrá pensado dicho inventor en algún momento en los contras que su red nos ocasiona…?
Observemos por un momento el funcionamiento de la red desde fuera. ¿Se imaginan una red social de perros o gatos en la cual estos animales, solo pudieran ver sus imágenes en movimiento, escucharse y ladrar o maullar, pero sin olerse, ni tocarse? ¿Podría considerarse como social esta interacción incompleta del resto de los sentidos? La respuesta es sencilla. Y entonces, ¿Por qué no utilizar de una forma más correcta el adjetivo virtual en lugar de social? La relación social, se inicia a través de una relación personal, con todo lo que esta conlleva: proximidad física, lenguaje corporal y comunicación directa, entre otros factores.
Presten atención la próxima vez que vean a un perro en el parque, y comprueben como cuando nuestro amigo el sabueso, pisa el césped, un suculento mapa de olores se despliega ante él. A través de su olor consiguen identificar a sus dueños, por donde ha pasado un perro, su sexo, y si es hembra, identifican si está o no en celo. Las hembras tienen hasta 52 variaciones químicas en su orina durante un año que indican, entre otras cosas, su apetencia sexual. La orina y las heces son la manera que los perros tienen de marcar el territorio. Cuando las huele, el perro puede identificar a quienes pertenece y cuando las ha dejado allí. La marca más reciente es la que siempre domina, motivo para que los perros siempre intenten renovar sus marcas.
Como vemos, mucho antes que nosotros los perros, añadían y compartían amigos. ¿Seguirá pensando el inventor de Facebook, después de leer este artículo, que es el pionero de las redes sociales…? Está comprobado que las redes virtuales, nos acercan a las personas lejanas, pero como contrapartida nos alejan de las más cercanas. El problema no es la herramienta, sino el uso que se hace de ella. Las autoridades tecnológicas, no advierten como hacen las sanitarias, que el uso abusivo e irracional de las mismas puede dañar nuestra salud si tenemos menos horas y calidad del sueño, dedicamos más tiempo a lo virtual que a lo real, nos crea adicción, etc. El fabricante tampoco nos proporcionan un manual de utilización, para hacer un uso apropiado de la misma: descansos de pantalla, alternar contenidos y actividades con otras páginas. Ni profundizan en apartados tan importantes como son la seguridad, el tratamiento de datos personales, y sobre todo de una eficiente atención al usuario, formada por diversas direcciones de correo electrónico, según el tema del cual se trate.
Existe como veremos un largo camino, y a la vez un gran vacío legal. Los usuarios mayores de edad, damos por sabido, que somos a su vez responsables de tomar unas mínimas precauciones, encaminadas a proteger la integridad de su familia, incluyendo a menores, mayores, y personas enfermas con un acceso restringido a las mismas. Pero, hacemos un uso adecuado de las redes sociales Siempre y cuando no haya adicción, es decir, accedamos cuando nosotros decidamos, de una forma más racional que impulsiva, y permaneciésemos el tiempo adecuado, todo entraría dentro de un uso correcto. El grado de dependencia, no es el único factor que deberíamos tener en cuenta, a la hora de acceder, y cabría preguntarnos: ¿Aprovechamos todos los recursos o aplicaciones que nos ofrece este potente club mundial? Es difícil contestar de una manera afirmativa a dicha pregunta, cuando no tenemos un objetivo definido. Si nuestra intención es hacer nuevas amistades reales, los datos no son nada halagüeños.
Si las redes fueran sociales, y se hiciese un uso más inteligente de las mismas, no sería extraño poder establecer a través de ellas relaciones personales enriquecedoras e interesantes. ¿Por qué no aprovechamos la información tan valiosa de la que disponemos sobre otras personas de diversa índole como son la edad, las aficiones, sus ideales, e incluso su físico? Con una utilización mixta y equilibrada de encuentros personales, es cuando la red adquiere su vertiente más social. Los adjetivos virtual o social dependen pues del uso que hacemos de ella.
En el término medio está la virtud, decía Buda, en el siglo VIII a. de C. El concepto banal de amistad que aplican las redes al considerar como amigos a personas recién agregadas, y a las cuales no conocemos, es lo suficientemente llamativo para hacernos reflexionar sobre qué tipo de relaciones tenemos en nuestro perfil. La idolatría de los seguidores, nos recuerda que no todos somos amigos. Para hacernos una ligera idea de hasta qué punto estamos interconectados, basta con recordar los efectos psicológicos que una simple caída de la red puede provocar en nosotros: ansiedad, soledad, tristeza y vuelta a la normalidad una vez que el icono de conexión reaparece en la pantalla.
Y si esta incidencia o caída puntual, la trasladásemos a un escenario global y nos viéramos al despertar que no ha sonado nuestro despertador, no se ha cargado el móvil, no enciende nuestro ordenador, está caído el servidor de nuestro banco, porque el sistema eléctrico está caído y no sabemos cuánto tiempo va a durar la avería, o peor aún, no sabemos si vamos a volver a “disfrutar” de dichos servicios. ¿Cuáles serían nuestras reacciones en ese momento? ¿Sabríamos adaptarnos a nuestra vida anterior? ¿Qué pensaría un ciudadano de Etiopía al vernos en dicho estado?
Aunque el panorama pueda a simple vista, resultar desolador, quizás sería un momento propicio para recuperar algunos valores perdidos. Bien es cierto que la red nos aporta otra serie de valores como la tolerancia, la empatía, la educación, la cultura, e incluso el control emocional. Desde el punto de vista personal, posee una extraordinaria capacidad de acercarnos, enriquecernos, y hablar con ciudadanos de otras culturas, sexos y razas en tan solo décimas de segundo.
La sociedad virtual, ha sobrepasado los clichés de la sociedad real y nacional, hasta el punto de poder afirmar que en la actualidad constituye, no solo la mayor, sino la verdadera democracia del mundo. La pluralidad representada por los distintos grupos de usuarios, así como su votación diaria a través de “me gustas”, comentarios o enlaces compartidos, desde las diversas zonas del planeta, ha logrado despertar y movilizar como auténticas riadas emocionales, las conciencias y los corazones de sus usuarios ante la más mínima pulsación de la realidad mundial. Pero no hemos de olvidarnos, que la verdadera relación social está en la calle, y no en la virtualidad de una pantalla digital.
José Luis Meléndez. Madrid, 31 de Julio del 2014.
Fuentes de las imagenes: Flickr.com
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