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28 de febrero de 2021

Momentos dichosos

No hay años felices, sino momentos dichosos

Aún no he conectado el teléfono y ahora que empieza a oscurecer, accedo a las redes. He de reconocer que los cumpleaños no son para mí días especialmente felices, sino más bien normales. Creo que los que se sienten felices son los demás felicitándome. Aún así sigo sin encontrar una razón para celebrarlos como hoy en día se celebran, es decir, como días de compromiso social.

Por este motivo he decidido el día de mi nacimiento, que no el de me mi cumpleaños, festejarlo como creo que ha de celebrarse. Un día el de hoy debe ser considerado como un momento de fuerza mayor para escapar de las visitas no anunciadas, de la adicción de las redes y del spam telefónico. No se nace todos los días ni todos los años.

Así que después de recibir las primeras llamadas del día - que suelen las más sinceras y emotivas -, me he encaminado hacia el escenario más propicio para celebrar un día como hoy, la alegría y la fiesta de la vida. Y qué mejor lugar aquí en Madrid que dirigirse a un parque tan emblemático como el Parque del Retiro. Un enclave en donde la vida animal y vegetal fluye de una forma constante.

No hay sensación más placentera que la que uno experimenta nada más adentrarse en estos recintos mágicos. Entonces uno puede escuchar el habla de  los árboles, a través del sonido de sus hojas, mientras sus ramas o brazos se mueven alegres agradeciendo y dando la bienvenida a los visitantes.

No recuerdo ningún cumpleaños rodeado de tantos invitados. De seres tan bondadosos incapaces de traicionar a nadie. Los pájaros parecen entonar el cumpleaños feliz con la música del agua de fondo, y el ruido de los coches y el lenguaje de los humanos enmudece ante el canto de estos encantadores animales.

Aquí el hombre se transforma en un ser más civilizado y receptivo. Las aves lo saben. De ahí que especies como los gorriones, las palomas, algún jilguero y que otro mirlo, aprovechen la visita de las personas que se sientan en los bancos, para acercarse a ellas y recibir algo de comida a cambio de la alegría que nos brindan con sus cantos. En lugares como estos el tiempo no lo marcan las agujas ni la suma de los números, sino la intensidad y la orientación de la luz del sol.

Llevo más de dos horas sin hablar. Aquí la comunicación fluye a través de otras energías y de otros lenguajes, y se recibe de una forma más intensa a través de todos los sentidos. No es necesario entablar relación con los demás seres para que estos sean conscientes y perciban que uno ha llegado, que está ahí, y que ha venido a verlos, a estar con ellos.

Una vez más salgo satisfecho de la conversación sensorial que he intercambiado con los animales y los árboles que residen en este envidiable lugar. El cumpleaños, han venido a decirme, debería ser algo más que un ritual social, una toma de conciencia de la vida y de agradecimiento hacia ella. Una fiesta que hay que celebrar cada día, en lugar de cada año.

No basta como nos enseñaron de pequeños con desearnos cada año un “Feliz cumpleaños”, sino de compartir algo de nuestro amor y de nuestra pequeña felicidad  diaria con los demás. No existen años felices, sino momentos dichosos.

José Luis Meléndez. Madrid, 28 de febrero del 2021

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