Lo que crea cierta aprensión ante el consumidor, es que existan en muchos prospectos, mayores contraindicaciones, que efectos saludables y reconfortantes
La hipocondría está clasificada dentro de la medicina, como una patología, es decir, como un “síndrome común a diversas afecciones mentales con estados de angustia y obsesión, en general de tipo depresivo. Es un estado morboso intermedio entre la neurastenia y la psicopatía, y de forma particular del egocentrismo; el enfermo quiere atraer la atención de los demás hacia su persona, quejándose de numerosas perturbaciones y molestias, que varían con frecuencia”.
Según la definición anterior, y, como en otras tantas enfermedades, toda la culpa de dichos síntomas recae sobre el enfermo, en este caso imaginario, sin reparar, ni atender las causas o causantes que los originan. Escarnece a uno la sombra de sospecha que la sociedad proyecta sobre algunas personas de forma gratuita por no mencionar la falta de sensibilidad, empatía, y el exceso de superioridad con la que el grupo inquisitorial que forma la masa, etiqueta y trata sin pruebas fehacientes a dichos colectivos. Tal es la ignorancia, la imprudencia, la osadía y el ímpetu con el que alguno de estos Torquemadas arremeten contra sus inocentes víctimas, que llegan como hemos visto a situarlas entre la escasa línea que separa la enfermedad mental o imaginaria.
Basta leer el prospecto o información del medicamento de un determinado laboratorio para darse cuenta que las tres cuartas partes del mismo está compuesto por advertencias, precauciones, recomendaciones, prohibiciones, y posibles efectos adversos, hecho que contribuye al respectivo aumento de personas aprensivas. Los facultativos que prescriben su consumo, son los mismos que se olvidan de recomendar su lectura, limitándose en la mayoría de los casos, a pautar las respectivas tomas y dosis. Solo si el paciente plantea alguna duda sobre su administración, el facultativo en cuestión resuelve las oportunas dudas que al paciente le pueden sobrevenir al salir de la consulta, o, en el peor de los casos, en su propio domicilio.
Los farmacéuticos a su vez también tampoco advierten de la importancia que tiene leer las indicaciones de cada medicamento, pasando de esta forma por alto, algunos aspectos que pueden provocar consecuencias mortales sobre los pacientes, tales como accidentes domésticos, de tráfico, complicaciones durante el embarazo, etc. Tomarse un medicamento para subsanar las dolencias de un determinado órgano con el riesgo añadido de causar algún tipo de efecto adverso sobre otros, es cuanto menos una decisión que muchos pacientes, de no tratarse de una dolencia grave, omitirían en plenas facultades mentales. Debería por tanto hacerse el mismo hincapié a la hora de advertir de los peligros de la automedicación que el de tomar la medicación estrictamente necesaria.
Hasta cierto punto es comprensible que determinados laboratorios, ante posibles demandas, decidan cubrirse las espaldas e informen a los pacientes de todos los posibles efectos adversos de cada de sus medicamentos. Lo que crea cierta aprensión, por no decir cierta desconfianza ante el consumidor, es que existan en muchos prospectos médicos, mayores contraindicaciones que efectos saludables y reconfortantes. Cabría por tanto recomendar y recetar a la industria farmacéutica, cierta dosis de moderación y de equilibrio a la hora de exponer y presentar ante los pacientes sus productos, en el momento de la toma, con objeto de que estos los ingieran y no se vean peor de lo que están en dichas circunstancias. Con ello se evitaría fomentar la hipotética “enfermedad mental” que algunos irresponsables vierten sobre ciertas personas que no han sido tratadas ni diagnosticadas de dicha patología.
Cabe esperar que para entonces esta fijación (y no se sabe si obsesión), que tienen algunos sanitarios de no recomendar la lectura de los prospectos que prescriben y dispensan, ya la hayan superado. Porque los prospectos si han sido escritos, más con ese tipo de advertencias, es imprescindible que sean leídos y no relegados al olvido.
José Luis Meléndez. Madrid, 19 de junio del 2020. Fuente de la imagen: wikimedia.commons.org
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