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1 de julio de 2020

La última palabra

Cada día vivo y me muero un poco más. Cada hora te siento más cerca. Has venido a verme varias veces, pero nunca has anunciado tu visita. Llevas oculta en tu agenda, la fecha de mi último día.

Eres silenciosa y ambigua. No te gusta definirte. Prefieres guardar una equidistancia geométrica entre el bien y el mal; entre el inicio y el final; entre la nada y el todo. Como si los elementos opuestos formaran parte de una misma cosa.

Es posible que no existas. Que tan solo seas el inicio de un nuevo ciclo. Que no seas tan fea ni tan cruel como te pintan. Que a tu lado olvide el alboroto de mi ciudad, en la paz de tu territorio.

Un día nos miraremos frente a frente, y me llevarás junto a ti. A ese Edén verde y florido de aguas cristalinas, de almas humanas y animales felices.

Pasará el revisor, y después de pedirme el billete del viaje, le solicitaré un merecido descuento en el nuevo peaje, y el abono del tiempo que la vida me robó. Luego me interrogarás, y me despojarás de mi disfraz corpóreo y terrenal, y me ofrecerás para leer bajo la luz de la verdad, el guion de mi próxima obra.

Ojalá en ese preciso momento, mi expediente sea lo suficientemente limpio, como para que no sea necesaria la asistencia de mi abogado defensor, ni la comparecencia como testigos de mis musas, ni de Amanda. Entonces soltaré todo mi lastre, para elevarme más seguro hacia ti, y te agradeceré con el corazón y con el alma, haberme concedido la última palabra.

José Luis Meléndez. Madrid, 12 de agosto del 2017.

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