Pero, ¿cómo puede convertirse en normal algo que de por sí atenta y va en contra de la especie humana?
Los españoles nos hemos pasado la cuarta parte del año en estado de alarma e hibernación, hecho que como animales esporádicamente racionales, nos ha permitido identificarnos con otras especies.
Algunos de los hábitos que hemos adquirido durante este largo confinamiento, tales como llevar mascarilla, no tocarse, o mantener la distancia social, los hemos interiorizado tanto, convencidos de su importancia, que muchos ciudadanos se han visto en la tesitura de denunciar a otros, ante su grave irresponsabilidad e incumplimiento.
Hace tan solo unas cuantas horas, los españoles hemos estrenado, de una forma merecida, lo que algunos han optado por denominar “la nueva normalidad". Aceptar en primer lugar, y, asumir en segundo término este concepto, en su acepción estrictamente etimológica, significaría tanto como aceptar que los apretones de manos, los besos, y las caricias que durante milenios nos han acompañado y contribuido al desarrollo íntegro de nuestra especie, han pasado a mejor vida, y que las nuevas normas, anteriormente mencionadas, ante la falta de alusión temporal, han llegado para quedarse no se sabe durante cuánto tiempo.
Pero, ¿cómo puede convertirse en normal algo que de por sí atenta y va en contra de la especie humana?, ¿Continuaremos con los nuevos hábitos después de ser inmunizados con la aparición de la nueva vacuna?
Me niego por tanto a asumir este concepto que pretenden vendernos algunos con la excusa de hacernos ver como normal, de una forma indefinida en el tiempo, una realidad futura que contribuya a deshumanizar aún más mi especie, con el gancho añadido de la novedad.
Propongo en su lugar un concepto más esperanzador, humano y limitado en el tiempo, como es el de la anormalidad temporal. Un término que respetando los nuevos hábitos adquiridos, impide que en un tiempo futuro, éstos lleguen a convertirse en costumbres.
José Luis Meléndez. Madrid, 24 de junio del 2020.
Fuente de la imagen:wikimedia.commons.org
Los españoles nos hemos pasado la cuarta parte del año en estado de alarma e hibernación, hecho que como animales esporádicamente racionales, nos ha permitido identificarnos con otras especies.
Algunos de los hábitos que hemos adquirido durante este largo confinamiento, tales como llevar mascarilla, no tocarse, o mantener la distancia social, los hemos interiorizado tanto, convencidos de su importancia, que muchos ciudadanos se han visto en la tesitura de denunciar a otros, ante su grave irresponsabilidad e incumplimiento.
Hace tan solo unas cuantas horas, los españoles hemos estrenado, de una forma merecida, lo que algunos han optado por denominar “la nueva normalidad". Aceptar en primer lugar, y, asumir en segundo término este concepto, en su acepción estrictamente etimológica, significaría tanto como aceptar que los apretones de manos, los besos, y las caricias que durante milenios nos han acompañado y contribuido al desarrollo íntegro de nuestra especie, han pasado a mejor vida, y que las nuevas normas, anteriormente mencionadas, ante la falta de alusión temporal, han llegado para quedarse no se sabe durante cuánto tiempo.
Pero, ¿cómo puede convertirse en normal algo que de por sí atenta y va en contra de la especie humana?, ¿Continuaremos con los nuevos hábitos después de ser inmunizados con la aparición de la nueva vacuna?
Me niego por tanto a asumir este concepto que pretenden vendernos algunos con la excusa de hacernos ver como normal, de una forma indefinida en el tiempo, una realidad futura que contribuya a deshumanizar aún más mi especie, con el gancho añadido de la novedad.
Propongo en su lugar un concepto más esperanzador, humano y limitado en el tiempo, como es el de la anormalidad temporal. Un término que respetando los nuevos hábitos adquiridos, impide que en un tiempo futuro, éstos lleguen a convertirse en costumbres.
José Luis Meléndez. Madrid, 24 de junio del 2020.
Fuente de la imagen:wikimedia.commons.org
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