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28 de mayo de 2019

La ruptura


La mayor apuesta emocional y de valores jamás emprendida por ti, ha terminado

No te lo esperabas. La ruptura de ayer, te ha cogido de improviso. La mayor apuesta emocional y de valores jamás emprendida por ti, ha terminado. La vida, a través de las palabras, ha decidido esta vez llevar la contraria a tu corazón. Ese misterioso órgano que por medio de la intuición, ha ido siempre delante de ti, es el mismo que hoy, no termina de entender, ni de asumir, la unión de esas tres palabras: “todo ha terminado”.

Hoy te he visto de nuevo, a la misma hora en el parque; debajo del mismo árbol. Intentando ocultar tus lágrimas, con unas gafas de sol. El mismo sol que hoy te da la espalda. Has salido de casa, y has desconectado el móvil, para que tu voz rota y entrecortada, no intranquilice, ni preocupe a los tuyos. Tu impotencia, tu incomprensión, y tu dolor son tan grandes, que has llegado por momentos a sentir que alguien, o quizás todavía algo, lo suficientemente grande, te cogía de la mano, tiraba de ti, y te llevaba al lugar en el que ahora te encuentras.

Tu grado de confusión es todavía tan grande, que te impide dilucidar quién eres, y comprender que solo tú, eres el que ahora tiene que moldear y darle forma a esa energía. Saber reducirla a la mínima expresión de ti mismo. Volver a quererte. Aprender a darte. Hacerte respetar y exigir algo a los demás. Saber querer mejor, en lugar de querer tanto, como de pequeños nos enseñaron. Sientes unas ganas tan irrefrenables de llorar, que has decidido aprovechar tus lágrimas, y regar así el árbol que ahora te cobija. El mismo que según tú, sabe en estos momentos entenderte. El único que sabe escucharte, sin proferir ningún tipo de consejo.

Nunca te ha gustado preocupar a los demás con tus problemas. Intentas ordenar, relativizar, y racionalizar tus pensamientos y tus emociones (“la energía ni se crea, ni se destruye; solo se transforma”), para empezar a asumir este largo y doloroso proceso. Pero la emoción aún contenida en tu corazón te lo impide. Tus pensamientos y tus emociones se encuentran con dificultades de género, a la hora de expresarse; a la hora de pensar y de sentir en singular. A pesar de tus reiterados esfuerzos, no lo consigues. Ignoras que ella existe todavía en tu interior, o mejor dicho, que todavía eres ella. Tu mirada perdida en el infinito, y tu mente insistente y obsesionada, intenta responder la misma pregunta: ¿dónde se ha ido algo tan grande?

Tu actitud, y tu comportamiento, durante el tiempo que ha durado la relación, ha sido tan ejemplar, y tienes un expediente tan impecable, que la otra persona, desprovista de argumentos, no ha tenido siquiera el valor, y la honestidad de serte lo suficientemente sincera, en ese último y fatídico momento. De esgrimir un solo motivo, una sola queja. Hubieras preferido la existencia de una tercera persona. Una explicación digna y racional, por parte de alguien que un día dijo y prometió quererte y amarte eternamente. Incluso una mentira piadosa que lograse al menos sacarte de ese estado de locura, mientras intentabas una y otra vez encontrar el error. El supuesto fallo. Un gesto mínimamente sensible, comprensivo y conciliador, que nos hubiera permitido al menos quedar como amigos. Una frase algo más esperanzadora, y más emotiva que la esbozada en esos últimos momentos: “tienes un corazón muy bonito”. Qué importancia tenía en esos momentos lo bonito, te preguntabas, cuando lo más hermoso, que aún latía dentro de ti, estaba destinado inexorablemente a morir. No, no estuvo a la altura. Nunca hubieras imaginado ser el destinatario de este abandono indeterminado, indefinido, unilateral, desleal, frío y despiadado.

Tu cita con el psiquiatra es dentro de quince días. El ansiolítico que te ha recetado entretanto tu médico de cabecera, apenas logra calmar el dolor de tu alma, y el desgarro de tu corazón. El tiempo pasa tan despacio, y tus sentimientos en forma de recuerdos tan deprisa y están tan vivos, que pareces estar muerto. Dudas poder llegar sano y salvo a la cita con el especialista, y en tu propia resiliencia. Ni la cita con el psiquiatra ni con la psicóloga consiguen levantar tu estado de ánimo. Toda la energía que has entregado durante estos años, se ha vuelto contra ti como un boomerang, y en escasas horas, te ha tirado al suelo, y te ha hecho perder el sentido de la orientación.

No sabes hacia dónde ir, ni siquiera quién eres, ni que es lo que quieres. El amor ha sido tan intenso, que apenas te reconoces. Consideras la medicación prescrita un autoengaño, y decides abandonarla con permiso del psiquiatra. Quieres experimentar el proceso de una forma natural. Sin que la química duerma tus sentimientos. Esa parte desgarradora del amor, de la cual tan pocos hablan, y la cual te ha cogido de sorpresa. Lo estás pasando tan mal, que lo único que deseas es que no vuelva a repetirse esta experiencia, y decides recibir este escarmiento consciente, y de aprendizaje de cara a una futura relación.

El grupo de terapia que te han asignado es poco numeroso, y el perfil de los algunos pacientes es tan agudo, que te replanteas la posible gravedad de tu patología. A las pocas sesiones, abandonas el grupo, y decides recurrir a los libros de autoayuda. En ellos encuentras el remedio más rápido, infalible, y menos traumático, para salir de este lamentable estado.

Te propones salir de esta zona cero, en la cual te encuentras, y reconstruirte de una forma lenta y a la vez segura. Inicias la cimentación y la construcción, piedra a piedra, grano a grano, igual que una hormiguita que ignora la obscuridad del agujero en el cual se encuentra, y que sale a construir y a depositar sus granos de arena, con objeto de volver a construir la ciudad de emociones que uno mismo, con la ayuda de otros, destruyó sin darse cuenta. Te sientes igual que después de una tormenta inesperada, sin más guía que la luz que proviene del exterior.

Hoy he pasado como todos los días por este árbol. El mismo que hace años escuchó impotente, paciente y atento mis lamentos. Un árbol provisto de ramas más robustas, y de hojas más sabias que ha manifestado su alegría al verme, con la voz incesante del continuo movimiento de sus ramas. Parecía decirme que el amor es una idealización del otro, y una traición inconsciente a sí mismo. Una mentira lo suficientemente cruel, diseñada por la naturaleza, para hacernos olvidar quienes somos. Una flecha narcotizada de duración indeterminada. Un viaje tan placentero de ida, como desgarrador de vuelta. Un billete de ida y vuelta, que la vida un día te pagó; que creías gratis, y que conducía a alguna parte, y que años más tarde, pagaste a un precio, y a un interés personal jamás imaginado.

José Luis Meléndez. Madrid, 4 de noviembre del 2016
Fuente de la imagen: wikimedia.commons.org

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