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19 de noviembre de 2018

Mar adentro

A la pintora Molina

Me pregunto cuál fue el motivo que me llevó a abandonar la sala de lectura, y a entablar la conversación de hoy contigo: si fue la obra escultural de tu cuerpo o la colección de cuadros pintada por ti. Tal vez fueron las ventanas que abriste, las que hicieron que penetrara en mi pecho el primer efluvio primaveral y embriagador que provocó nuestro acercamiento. La tarde soleada iluminaba por igual la belleza natural de tu rostro, y los colores de tus pinturas.

Tú y yo solos. Como Adán y Eva en la sala de exposiciones; en medio del hábitat  natural de tu casa y de tu mundo fantástico. Rodeados de bosques frondosos, de riberas otoñales, y de campos nevados. Tu chaqueta militar hacía que tu presencia pasase desapercibida en medio de la maleza, llegándose a integrar por momentos dentro de ella.

Después de recorrer con la vista tu paisaje colorido; de respirar sus fragancias naturales, me detuve detrás de ti, mientras contemplaba como retocabas una de tus creaciones. De repente el pincel que sostenía tu mano, hizo que de aquel mar en calma surgiese la bruma de tu oleaje interior, la cual llegaba con una inusitada bravura a la playa. Como si el mismo aire que entraba por la ventana fuera el espíritu que impulsase tu mano y tu pincel cubierto de blanco.

Ahora sé que fuiste tú la diosa creadora de aquella bruma que me empujó y arrastró mar adentro. Tan dentro que no he logrado salir de ti. Por eso ahora permanezco sumergido en tu boca. Y recuerdo mojado los besos de despedida que aun inundan aquel grato encuentro…

José Luis Meléndez. Madrid, 14 de abril del 2018

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