Es inmoral, injusto y mezquino, exigir a un animal el mismo comportamiento social, que le corresponde a un humano
Al señor Ángel Antonio Herrera no le parece bien que los perros orinen donde les dé “gana de la urgencia”. Al cronista del famoseo le parece poco lo que aguardan pacientemente en sus casas las mascotas a sus tutores, y propone algunos espacios destinados a ello, ya que constituye según él un problema estético y de salud pública.
En resumidas cuentas, lo que viene a decir el señor Herrera es que el hombre por el mero hecho de serlo, puede orinar cuando quiera, pero el perro además de esperar a que llegue su tutor, ha de esperar a que este encuentre un lugar adecuado (si es que lo encuentra), independientemente de si llueve, hace frío, o está mala la mascota. El animal ha de hacer sus necesidades cuando su “amo” (sic), lo diga.
Para solicitar y proponer una solución, Herrera se dirige por carta a la Alcaldesa desde el periódico ABC (de fecha 26 de septiembre y que lleva por título "El perro"), que a todas luces es un medio poco probable de que lo lea Dª Carmena, y que viene a ser lo mismo que dirigirse al Papa desde MUNDO OBRERO. Lo hace para exigir una normativa que comprometa al “dueño” y perjudique aún más al perro (aunque según él no tiene nada en contra de los perros).
El amigo de los perros y el vecino solidario propone incluso que el tutor de la mascota lleve un “agua de jabón”, o “similar”, como ocurre en otras ciudades por si no hubiera sitio para que los animales alivien su extrema necesidad. Una medida exótica, como él mismo reconoce, ya que, si se tiene en cuenta que Madrid tiene 300.000 perros, y cada uno desagua tres veces al día, se evitarían según él al mes seis millones de meadas.
De las peticiones del quejumbroso y afectado ciudadano se deduce que nunca ha estado descompuesto, estreñido, ni se ha visto en la imperiosa tesitura de hacer sus necesidades en un lugar público. Ni siquiera en su más tierna infancia, cosa está sí, verdaderamente exótica. Incluso es posible, según su propuesta que lleve entre sus enseres diarios algún “agua de jabón”, ya que las cisternas que utiliza como ciudadano no llevan incluidas dicho detergente.
El orín de los perros, y no las insolidarias acciones perjudiciales del hombre con respecto a sus semejantes y a las demás especies, merecen para el periodista del corazón una obsesiva y sospechosa cuestión a tener en cuenta por parte del Consistorio. Bañarse con protectores solares en las piscinas sin ducharse, hacer las respectivas micciones por cada uno de los baños, los escupitajos y los vómitos de su especie, la contaminación atmosférica, las basuras fuera de los contenedores, las pipas y los chicles en el suelo, los adoquines levantados o las hojas resbaladizas, son asuntos menores y más llevaderos para el ciudadano Herrera.
Es importante y a la vez urgente según su misiva consistorial que los animales cumplan y hagan lo que los humanos con lustros de normas distadas son incapaces de cumplir. De ahí la brillante idea de proponer nuevas medidas. Mientras algunos urinarios públicos, en vista del buen ejemplo que algunos humanos dan a los animales, seguirán cerrando sus aseos con llave debido a la lamentable situación en al que lo dejan algunos clientes.
Los estornudos en la cara, la halitosis, la sudoración axial, la ducha diaria, el tirar de la cadena o el levantar la tapa de la taza, tirar las servilletas y los huesos de las aceitunas al suelo del bar, o lavarse las manos después de orinar y la boca después de hacer propuestas exóticas, no son asuntos de salud pública según el solicitante.
El grado de exigencia del ciudadano Herrera denota una falta de empatía y de objetividad hacía todos los vecinos de la ciudad. Señalar solo a los ciudadanos que tienen mascota constituye un auténtico derroche de civismo sectario. Madrid tiene seis millones de habitantes, pero el columnista ha ido a responsabilizar de la salud pública a los tutores de los trecientos mil canes que tiene la capital. Si multiplica los seis millones por las tres veces que cada uno de ellos deja de cumplir como ciudadano con sus obligaciones, le salen al señor Herrera un montante de doce millones de cagadas humanas.
Es inmoral, injusto y mezquino, exigir a un animal el mismo comportamiento social, que le corresponde a un humano debido a sus diferencias biológicas y sociales. Más económico para las arcas públicas y para la salud de los ciudadanos sería que la Alcaldesa dictara una norma que obligara a ladrar dos veces antes de hablar sin fundamento. Los perros escriben en el suelo sus obras, y el señor Herrera sus columnas donde le da “gana de la urgencia”. Yo como lector de dicha columna, por si acaso se han visto contaminadas sus líneas, y para rendirle mi pleitesía, voy a rociarlas con su permiso, con “agua de jabón”. ¡Pffsss…!
José Luis Meléndez. Madrid, 30 de septiembre del 2018
Fuente de la imagen: wikimedia.commons.org
Al señor Ángel Antonio Herrera no le parece bien que los perros orinen donde les dé “gana de la urgencia”. Al cronista del famoseo le parece poco lo que aguardan pacientemente en sus casas las mascotas a sus tutores, y propone algunos espacios destinados a ello, ya que constituye según él un problema estético y de salud pública.
En resumidas cuentas, lo que viene a decir el señor Herrera es que el hombre por el mero hecho de serlo, puede orinar cuando quiera, pero el perro además de esperar a que llegue su tutor, ha de esperar a que este encuentre un lugar adecuado (si es que lo encuentra), independientemente de si llueve, hace frío, o está mala la mascota. El animal ha de hacer sus necesidades cuando su “amo” (sic), lo diga.
Para solicitar y proponer una solución, Herrera se dirige por carta a la Alcaldesa desde el periódico ABC (de fecha 26 de septiembre y que lleva por título "El perro"), que a todas luces es un medio poco probable de que lo lea Dª Carmena, y que viene a ser lo mismo que dirigirse al Papa desde MUNDO OBRERO. Lo hace para exigir una normativa que comprometa al “dueño” y perjudique aún más al perro (aunque según él no tiene nada en contra de los perros).
El amigo de los perros y el vecino solidario propone incluso que el tutor de la mascota lleve un “agua de jabón”, o “similar”, como ocurre en otras ciudades por si no hubiera sitio para que los animales alivien su extrema necesidad. Una medida exótica, como él mismo reconoce, ya que, si se tiene en cuenta que Madrid tiene 300.000 perros, y cada uno desagua tres veces al día, se evitarían según él al mes seis millones de meadas.
De las peticiones del quejumbroso y afectado ciudadano se deduce que nunca ha estado descompuesto, estreñido, ni se ha visto en la imperiosa tesitura de hacer sus necesidades en un lugar público. Ni siquiera en su más tierna infancia, cosa está sí, verdaderamente exótica. Incluso es posible, según su propuesta que lleve entre sus enseres diarios algún “agua de jabón”, ya que las cisternas que utiliza como ciudadano no llevan incluidas dicho detergente.
El orín de los perros, y no las insolidarias acciones perjudiciales del hombre con respecto a sus semejantes y a las demás especies, merecen para el periodista del corazón una obsesiva y sospechosa cuestión a tener en cuenta por parte del Consistorio. Bañarse con protectores solares en las piscinas sin ducharse, hacer las respectivas micciones por cada uno de los baños, los escupitajos y los vómitos de su especie, la contaminación atmosférica, las basuras fuera de los contenedores, las pipas y los chicles en el suelo, los adoquines levantados o las hojas resbaladizas, son asuntos menores y más llevaderos para el ciudadano Herrera.
Es importante y a la vez urgente según su misiva consistorial que los animales cumplan y hagan lo que los humanos con lustros de normas distadas son incapaces de cumplir. De ahí la brillante idea de proponer nuevas medidas. Mientras algunos urinarios públicos, en vista del buen ejemplo que algunos humanos dan a los animales, seguirán cerrando sus aseos con llave debido a la lamentable situación en al que lo dejan algunos clientes.
Los estornudos en la cara, la halitosis, la sudoración axial, la ducha diaria, el tirar de la cadena o el levantar la tapa de la taza, tirar las servilletas y los huesos de las aceitunas al suelo del bar, o lavarse las manos después de orinar y la boca después de hacer propuestas exóticas, no son asuntos de salud pública según el solicitante.
El grado de exigencia del ciudadano Herrera denota una falta de empatía y de objetividad hacía todos los vecinos de la ciudad. Señalar solo a los ciudadanos que tienen mascota constituye un auténtico derroche de civismo sectario. Madrid tiene seis millones de habitantes, pero el columnista ha ido a responsabilizar de la salud pública a los tutores de los trecientos mil canes que tiene la capital. Si multiplica los seis millones por las tres veces que cada uno de ellos deja de cumplir como ciudadano con sus obligaciones, le salen al señor Herrera un montante de doce millones de cagadas humanas.
Es inmoral, injusto y mezquino, exigir a un animal el mismo comportamiento social, que le corresponde a un humano debido a sus diferencias biológicas y sociales. Más económico para las arcas públicas y para la salud de los ciudadanos sería que la Alcaldesa dictara una norma que obligara a ladrar dos veces antes de hablar sin fundamento. Los perros escriben en el suelo sus obras, y el señor Herrera sus columnas donde le da “gana de la urgencia”. Yo como lector de dicha columna, por si acaso se han visto contaminadas sus líneas, y para rendirle mi pleitesía, voy a rociarlas con su permiso, con “agua de jabón”. ¡Pffsss…!
José Luis Meléndez. Madrid, 30 de septiembre del 2018
Fuente de la imagen: wikimedia.commons.org
No hay comentarios:
Publicar un comentario