En una casita del bosque, vivía una profesora muy, muy buena llamada Soraya. Durante el día daba clases a los niños y a las niñas que vivían en los pueblos más cercanos. A los niños les gustaba mucho ir a Villa Sora, nombre de la escuela que llevaba el nombre de su fundadora. La escuela tenía un cuarto con libros muy divertidos y entretenidos, plastilina, cuadernos de colores, y estuches que tenían colores, tijeras, y pegamento para hacer trabajos manuales.
En su exterior tenía un jardín muy bonito con muchas flores mágicas que curaban heridas y enfermedades. Cada una de ellas tenía un olor y un color distinto. De vez en cuando venían mariposas, y otros animalitos a comer las migas de los bocadillos de los niños. También había un tobogán, varios columpios, un castillo para jugar a las princesas y a los caballeros, y un barco de madera para defender con sus piratas a los príncipes.
Cuando los niños salían al último recreo se lo pasaban tan bien que se olvidaban de todo, y los papás tenían que venir a buscarlos. A la entrada del jardín había un haya, un árbol grande y misterioso. Sus ramas se parecían a los brazos y sus hojas al pelo de las personas. Cuando hacía viento sus hojas producían un ruido como si se estuviera riendo. Debajo del árbol había una mesa con sillas de madera, y cuando salía el sol todo el grupo salía y terminaba la clase al aire libre.
Un día, Nerea, que era la chica más lista de la clase, le preguntó a Soraya la profesora:
- Profesora... ¿si traemos los deberes hechos, podremos quedarnos más tiempo jugando?
- Claro que sí, contestó Soraya, pero tenéis que decírselo antes a vuestros papás.
Un día Saya que era como los niños llamaban a la profesora, explicaba en clase. Pero enseguida se dio cuenta que nadie le hacía caso:
- ¿por qué no hacéis caso a lo que os estoy enseñando?, les dijo Saya.
Los niños en lugar de contestar a la profesora miraron a la ventana.
- ¿Os habéis entretenido porque hay un pajarito en la ventana?
A continuación Saya se acercó al cristal de la ventana, y le dijo al pajarito:
- Hola pajarito, dime, ¿qué quieres?
- Pío, pío, contestó el pajarito.
- No te entendemos, dijo Saya. Pero si pronuncias las tres palabras mágicas: “Pio, pío, Pi”, te concederé con mi varita mágica la posibilidad de hablar.
- Eso, eso, respondieron todos.
- Entonces el pajarito pronunció las tres palabras mágicas: Pío, pío, pi.
- Y bien dime ahora pajarito: ¿Cuál es tu nombre?, le preguntó Saya.
- Me llaman Pipo, porque me gusta mucho la fruta, y me como toda hasta dejar pelado el hueso.
¿Os habéis dado cuenta? comentaban los niños entre sí. La profesora tiene poderes mágicos. Es una bruja.
- No preocuparos dijo Nerea, es solo una brujita buena.
- Y dinos Pipo, ¿qué querías decirnos cuando piabas?, le preguntó Saya.
- Los animales del bosque estamos un poco tristes, porque no vienen los niños a vernos, y por eso estamos dejando de cantar y no se nos oye.
- ¿Queréis entonces que vayan los niños al bosque?
- Sí. Nos sentimos un poco solos, así que si venís todos, os daremos una pequeña sorpresa.
Los niños empezaron a gritar como locos:
- “Sí, eso, vamos todos”.
- Está bien, contestó Saya. Dejar todo y vestiros que nos vamos al bosque.
Los niños y Saya, fueron siguiendo a Pipo, que iba marcando el camino mientras saltaba de un árbol a otro y silbaba la más de contento. Cuando llegaron al centro del bosque, estaban esperándoles otros pajaritos de otras muchas más especies como mirlos, palomas, verderones, jilgueros, tórtolas y gorriones, y les recibieron piando todos juntos de alegría:
- Pipirripipí, pío-pío, cucu, cucurrucucú, gruag.
Los niños empezaron a reírse, y los pajaritos mientras tanto dejaban caer al suelo frutos que cogían del bosque como moras, arándanos, trocitos de manzana, cerezas, peras y otras frutas muy ricas.
- ¿Por qué nos dais estos frutos? Preguntó Nerea.
- Para que Saya os haga una tarta de frutas, y celebremos nuestra amistad juntos en Villa Sora.
- Vale, contestó Nerea. Toma Saya, llévalos tú.
- Pues hala, vamos dijo Pipo. Yo os voy guiando.
Juntos volvieron a Villa Sora, mientras cantaban por el camino: "tralalá, pio, pio tralalá…"
- Bueno, ya hemos llegado. Supongo que estaréis cansados. Sentaros todos, dijo Saya. Voy a preparar la tarta de frutas del bosque. Mientras tanto, ir poniendo la mesa en el jardín, que vamos a comerla en la mesa, debajo del haya.
Los pajaritos llevaban sus frutos encima de la mesa, mientras los niños colocaban el hule, los vasos, los platos y los cubiertos.
- ¿Os gusta? Les preguntó Saya a todos.
- ¡Ummm!, sí, mucho. Está riquísima.
Entonces muchos más pájaros contentos, se animaron a venir a Villa Sora a hacer sus nidos en el haya del jardín, y en el tejado de la escuela. Los alumnos y los pajaritos estaban tan felices, que los niños de otras escuelas empezaron a sentir envidia porque en Villa Sora sacaban las mejores notas de la ciudad. Todos querían entrar, quedarse y dormir en la escuela de Saya.
- Tranquilos, dijo Saya. El próximo año seremos más, y ampliaremos la escuela. Mientras tanto ser buenos e iros haciendo amigos de los animales.
Colorín, colorado, este cuento se ha acabado.
José Luis Meléndez. Madrid, 7 de Febrero del 2015.
Fuente de la imagen: Flickr.com
En su exterior tenía un jardín muy bonito con muchas flores mágicas que curaban heridas y enfermedades. Cada una de ellas tenía un olor y un color distinto. De vez en cuando venían mariposas, y otros animalitos a comer las migas de los bocadillos de los niños. También había un tobogán, varios columpios, un castillo para jugar a las princesas y a los caballeros, y un barco de madera para defender con sus piratas a los príncipes.
Cuando los niños salían al último recreo se lo pasaban tan bien que se olvidaban de todo, y los papás tenían que venir a buscarlos. A la entrada del jardín había un haya, un árbol grande y misterioso. Sus ramas se parecían a los brazos y sus hojas al pelo de las personas. Cuando hacía viento sus hojas producían un ruido como si se estuviera riendo. Debajo del árbol había una mesa con sillas de madera, y cuando salía el sol todo el grupo salía y terminaba la clase al aire libre.
Un día, Nerea, que era la chica más lista de la clase, le preguntó a Soraya la profesora:
- Profesora... ¿si traemos los deberes hechos, podremos quedarnos más tiempo jugando?
- Claro que sí, contestó Soraya, pero tenéis que decírselo antes a vuestros papás.
Un día Saya que era como los niños llamaban a la profesora, explicaba en clase. Pero enseguida se dio cuenta que nadie le hacía caso:
- ¿por qué no hacéis caso a lo que os estoy enseñando?, les dijo Saya.
Los niños en lugar de contestar a la profesora miraron a la ventana.
- ¿Os habéis entretenido porque hay un pajarito en la ventana?
A continuación Saya se acercó al cristal de la ventana, y le dijo al pajarito:
- Hola pajarito, dime, ¿qué quieres?
- Pío, pío, contestó el pajarito.
- No te entendemos, dijo Saya. Pero si pronuncias las tres palabras mágicas: “Pio, pío, Pi”, te concederé con mi varita mágica la posibilidad de hablar.
- Eso, eso, respondieron todos.
- Entonces el pajarito pronunció las tres palabras mágicas: Pío, pío, pi.
- Y bien dime ahora pajarito: ¿Cuál es tu nombre?, le preguntó Saya.
- Me llaman Pipo, porque me gusta mucho la fruta, y me como toda hasta dejar pelado el hueso.
¿Os habéis dado cuenta? comentaban los niños entre sí. La profesora tiene poderes mágicos. Es una bruja.
- No preocuparos dijo Nerea, es solo una brujita buena.
- Y dinos Pipo, ¿qué querías decirnos cuando piabas?, le preguntó Saya.
- Los animales del bosque estamos un poco tristes, porque no vienen los niños a vernos, y por eso estamos dejando de cantar y no se nos oye.
- ¿Queréis entonces que vayan los niños al bosque?
- Sí. Nos sentimos un poco solos, así que si venís todos, os daremos una pequeña sorpresa.
Los niños empezaron a gritar como locos:
- “Sí, eso, vamos todos”.
- Está bien, contestó Saya. Dejar todo y vestiros que nos vamos al bosque.
Los niños y Saya, fueron siguiendo a Pipo, que iba marcando el camino mientras saltaba de un árbol a otro y silbaba la más de contento. Cuando llegaron al centro del bosque, estaban esperándoles otros pajaritos de otras muchas más especies como mirlos, palomas, verderones, jilgueros, tórtolas y gorriones, y les recibieron piando todos juntos de alegría:
- Pipirripipí, pío-pío, cucu, cucurrucucú, gruag.
Los niños empezaron a reírse, y los pajaritos mientras tanto dejaban caer al suelo frutos que cogían del bosque como moras, arándanos, trocitos de manzana, cerezas, peras y otras frutas muy ricas.
- ¿Por qué nos dais estos frutos? Preguntó Nerea.
- Para que Saya os haga una tarta de frutas, y celebremos nuestra amistad juntos en Villa Sora.
- Vale, contestó Nerea. Toma Saya, llévalos tú.
- Pues hala, vamos dijo Pipo. Yo os voy guiando.
Juntos volvieron a Villa Sora, mientras cantaban por el camino: "tralalá, pio, pio tralalá…"
- Bueno, ya hemos llegado. Supongo que estaréis cansados. Sentaros todos, dijo Saya. Voy a preparar la tarta de frutas del bosque. Mientras tanto, ir poniendo la mesa en el jardín, que vamos a comerla en la mesa, debajo del haya.
Los pajaritos llevaban sus frutos encima de la mesa, mientras los niños colocaban el hule, los vasos, los platos y los cubiertos.
- ¿Os gusta? Les preguntó Saya a todos.
- ¡Ummm!, sí, mucho. Está riquísima.
Entonces muchos más pájaros contentos, se animaron a venir a Villa Sora a hacer sus nidos en el haya del jardín, y en el tejado de la escuela. Los alumnos y los pajaritos estaban tan felices, que los niños de otras escuelas empezaron a sentir envidia porque en Villa Sora sacaban las mejores notas de la ciudad. Todos querían entrar, quedarse y dormir en la escuela de Saya.
- Tranquilos, dijo Saya. El próximo año seremos más, y ampliaremos la escuela. Mientras tanto ser buenos e iros haciendo amigos de los animales.
Colorín, colorado, este cuento se ha acabado.
José Luis Meléndez. Madrid, 7 de Febrero del 2015.
Fuente de la imagen: Flickr.com
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