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3 de junio de 2021

Rescates

Los rescates de animales no son iguales que los rescates humanos

Los rescates no son agradables, aunque sí muy emotivos. Lo ideal sería que no existieran, esto es, que ninguno de nosotros ni ningún animal, viéramos comprometida nuestra integridad física como consecuencia de algún accidente, enfermedad o percance. Las emociones no suelen cambiar. A pesar de estos largos años de asistencia y de colaboración con la UMA – Unidad de Medio Ambiente de la Policía Municipal de Madrid -, y en alguna ocasión con el SEVEMUR – Servicio Veterinario Municipal de Urgencias -.

El primer sentimiento que le asalta a uno al  ver a una criatura indefensa y desvalida, es la compasión. Pero una vez que se toman cartas en el asunto y se notifica el aviso, la impotencia y la impaciencia se apoderan del socorrista, término que considero más apropiado, que rescatador. En esos momentos el corazón y la cabeza se sincronizan ante el apremio de la urgencia. Y una vez que el animal es entregado, bien sea a los agentes, a la madre, o a un lugar más seguro, siempre le asalta a uno la duda de haber actuado en consecuencia.

Los rescates de animales no son iguales que los rescates humanos o de personas. Una persona tiene la posibilidad de comunicarse y de saber cómo actuar. Los humanos además de contar con algunos remedios para las lesiones más leves, disponemos una red de centros de atención sanitaria que nos proporcionan cobertura las veinticuatro horas del día. Se comprende la impotencia que deben sentir las madres de las distintas especies cuando ven a una de sus crías heridas o en situación de peligro. Basta imaginar a una madre humana que contempla impotente como su hijo se ahoga porque no sabe nadar y no hay nadie para socorrerle. Solo así se puede entender el gran trabajo que realizan todas esos “amigos de guardia”. Un calificativo empleado por Mikel Erentxun a la hora de diferenciar los amigos de verdad, en una canción que da título a uno de sus temas. Amigos desconocidos pero siempre dispuestos a ayudarnos en los momentos difíciles y que hoy con su permiso, hago extensivo a los sanitarios, las Fuerzas de Seguridad, los bomberos o las Fuerzas Armadas, cada vez más implicadas en tareas humanitarias, como hemos comprobado recientemente.

Ningún rescate animal hubiera tenido éxito si no fuera gracias la existencia de la Unidad de Medio Ambiente de la Policía Municipal de Madrid y a cada uno de sus miembros. Su existencia, qué duda cabe, se debe a la evolución que ha ido experimentando nuestra sociedad y es a la vez un signo evidente de una sociedad sensible y avanzada. Y cómo no a Organizaciones No Gubernamentales como Brinzal, Grefa y otras asociaciones que cada día socorren a cientos de animales.

Hace unos años un ser especial aprovechó uno de los paseos nocturnos que suelo realizar en verano, en ese momento en el cual la lengua de fuego diaria y estival se retira para dar lugar a esa sensación de frescor y de humedad que nos permite volver a recuperar los niveles mínimos de bienestar ambiental. En un momento dado un elegante y precioso gato negro de ojos verdes que se encontraba en uno de los jardines de césped que jalonan la avenida, se acercó a  mí al ver que le saludaba. Entonces se situó delante de mí y al acariciarle, se tumbó boca arriba para que le siguiera acariciando el vientre.

La reacción del minino me sorprendió y acostumbrado como estoy a encontrarme animales en apuros, lo primero que deduje es que se trataba de un animal abandonado que iba buscando alguien que se hiciera cargo de él. Tal era la confianza que mostró hacia mí, que una chica rubia que pasaba en ese momento por ahí, al contemplar la escena, me preguntó cómo se llamaba. Al responderle que ignoraba su nombre porque no era mío, me dijo sonriendo que no se lo creía. Sólo cuando despedimos al gato y continuamos el paseo hablando entró en razones.

Pero una vez nos despedimos, al recordar la escena, una sensación de intranquilidad se apoderó de mí ante el temor de que alguien acabara llevándose a mi nuevo amigo. Así que decidí cancelar temporalmente mi regreso y volver al lugar del acontecimiento, pero el gato ya no estaba. Al cabo de unos días volvió a repetirse la escena, pero en esta ocasión opté por llamar y preguntar a una Residencia de personas mayores si sabían algo de este gato tan encantador con objeto de poner en conocimiento de su tutor, el peligro que corría su animal si alguna persona decidía llevárselo. La recepcionista de noche contestó afirmativamente a mi pregunta y me amplió información sobre el animal. El gato me dijo que se llamaba Marcelo y que era uno de los residentes de este centro. También que desde muy pequeño estaba acostumbrado a las caricias de los residentes, que no son pocos por el tamaño de la misma. Entonces entendí la reacción de Marcelo al verme. Tal vez el animal creía que yo era uno de los nuevos residentes y el animal entabló una relación de absoluta confianza conmigo.

Hoy durante la primera salida de mi mascota me llamó poderosamente la atención  un ave de pequeñas dimensiones que permanecía inmóvil detrás de una de las motocicletas aparcada de unos vecinos. El animal se había parapetado en ese lugar para sentirse más protegido. Al acercarme dudé si se trataba de un polluelo de paloma o de tórtola. Cerca de él había un platito de plata, como puede verse en la imagen, que alguien había confeccionado y colocado con unas cuantas miguitas de pan según me comentó la propietaria de una de las motocicletas en cuestión. Ocasión que aproveché para informarle que iba a dar aviso a la UMA, ya que ella misma y otros vecinos poseen gatos, lo cual supondría un riesgo para la supervivencia del polluelo.

Una vez entregada la criatura a los agentes de la Unidad, de vuelta a casa, después de hacer unas compras pude observar durante el trayecto a unos metros de dicha residencia - ¡oh, casualidad! -, a lo lejos, a una urraca que caminaba por la acera de la misma avenida arbolada, cerca de los viandantes, sin alzar el vuelo. Al acercarme pude cerciorarme que se trata de un polluelo precioso de dicha especie. Al intentar cogerlo con la intención de introducirlo en alguno de los jardines privados para que el animal se encontrase tranquilo, a salvo y la madre pudiera atenderlo en condiciones, el animal se resistió. Una buena señal que me indicó que se encontraba fuerte y nutrido.

Cuando al final conseguí atraparlo entre mis manos, el animal torció el cuello mirándome, abrió la boca y me soltó un graznido de esos que no se olvidan. Graznido que me recordó a los que hace años, una madre urraca me dirigió por espacio de media hora, mientras sobrevolaba la casa donde me encontraba, reclamando la entrega de su cría, después de haber entregado su cría a los agentes de la UMA, para evitar su atropello y su deshidratación en las horas centrales de un mes estival.

A los pocos metros del lugar del lugar en cuestión se encuentra la residencia de mayores que posee un fabuloso y grandioso jardín, así que decidí introducir al animal a través de sus barrotes mientras procedí a soltarlo suavemente sobre el suelo. En ese momento una persona mayor que contemplaba la escena se dirigió a mí para que le dijera al jardinero que se encontraba trabajando en el mismo recinto a escasos metros, que parase la sopladora para no ahuyentar al animal, orden que cumplí a rajatabla. A su vez me informó de la presencia de la madre, señalándome su posición encaramada en la fachada del edificio, mientras dirigía sus advertencias a su polluelo y sus frases más intimidatorias hacia mi persona. Antes de abandonar el lugar informé al personal del centro de la presencia del polluelo en el jardín y de la compañía de su madre. Entretanto algunas personas que paseaban por la zona sonreían mientras contemplaban la escena.

Proseguí mi camino a casa con mi “Rocinante” rojo de cuatro ruedas y a los pocos metros caí en la cuenta de la presencia de Marcelo, el gato encantador negro de ojos verdes que posiblemente aún siguiese residiendo en dicho centro. Una vez de vuelta a la residencia puse en antecedentes al personal del centro, así como del peligro que corría el polluelo ante la presencia de Marcelo. El personal me autorizó a acceder al jardín pero después de una exhaustiva comprobación, constaté que no existía rastro del pequeño, que después del susto, siguiendo las instrucciones de su madre, había logrado emprender el vuelo.

José Luis Meléndez. Madrid, 27 de mayo del 2021

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