Ante la falta de humanidad y la crisis de valores por los que atraviesa la sociedad, las mascotas han sabido ganarse y ocupar mejor que nadie dicho espacio
El hallazgo de restos restos animales en un asentamiento en la Edad de Piedra, el descubrimiento de tumbas caninas con ofrendas funerarias en Berenice (Egipto), o la tumba de un perro con un hueso en la boca en Predmostí (Chequia), como muestra del cariño que su dueño sentía por él, hace 30.000 años, evidencia la profunda admiración y complicidad que ha existido entre los cánidos y la especie humana.
Sin embargo los resultados de algunos estudios contradicen de plano la tesis antropocéntrica: fue el lobo y no el hombre (como sigue ocurriendo en la actualidad) el que ha demostrado mayor interés por acercarse al hombre y estudiar sus códigos de conducta.
Según el artículo publicado por dichos investigadores el momento mágico y trascendental en el que un Homo sapiens y un Canis lupus decidieron abandonar sus diferencias, sus distancias y sus nombres científicos, fue el día en el que un cachorro de lobo y un niño se miraron por primera vez a los ojos. En ese preciso momento, y debido a su complicidad, ambas especies formaron un primer acuerdo: el Homo sapiens pasó a ser humano y se hizo hombre, y el Canis lupus pasó a ser un perro, es decir, un miembro de la familia.
Me mueve a escribir estas líneas el hecho de haber sido criado entre uno de sus ejemplares. Fue el primer animal con el cual llegué a establecer un contacto directo. Debido a la edad que tenía (dos años), no recuerdo ninguna anécdota de nuestra relación, lo cual dice mucho de él. Tarzán era un lobo que llegó a casa siendo adulto. Hizo por tanto las funciones de hermano mayor. Nunca llegó a morderme ni a gruñirme a pesar de las travesuras propias de un niño. Nos aceptamos desde el primer día y estoy seguro que también hizo con esta cría las funciones de padre mientras este se ausentaba durante las horas de trabajo. Hoy siento la rabia y la pena de no haber atendido y mirado más a este ser que me dio lo que solo podía y sabía: su protección y su cariño como miembro de la manada.
Hasta hoy se creía que fue el hombre el que capturó al lobo con objeto de domesticarlo. Sin embargo según estudios recientes llevados a cabo por Even Mc Lean y Brian Hare investigadores de la Universidad de Duke, a lo largo de esta relación fiel y milenaria, ambas especies hemos ido conociéndonos. Ambos hemos aprendido nuestro lenguaje corporal y nuestra relación se ha vuelto tan cómplice y necesaria, que hoy a juzgar por su número creciente de ejemplares en las casas, y ante la falta de humanidad y la crisis de valores por los que atraviesa la sociedad, las mascotas han sabido ganarse y ocupar mejor que nadie dicho espacio.
Las mascotas aportan valores como la empatía, nos demuestran su fidelidad y su afecto diario. Con su paciencia soportan nuestros estados de ánimo, y con su actitud nos aportan lecciones de resiliencia. Nuestros compañeros retienen sus necesidades y nos demuestran que saben controlar sus estados de ánimo, en muchas ocasiones, mejor que los humanos. Los animales al contrario que muchos familiares y amigos, nos acompañan hasta el final de sus días. Y como nos vienen demostrando desde hace miles de años, es incuestionable el beneficio físico y psicológico que nos aportan estos adorables seres gracias a su compañía.
Esta es la fantástica historia de una alianza de amistad y de supervivencia que se fraguó hace miles de años y que hoy queda patente por medio de escenas como la reflejada en la pintura rupestre de caza aparecida en Tassili (Argelia), en la cual se ve a dos cazadores disparando con sus flechas a un buey, mientras dos perros atacan al animal. Por eso, cuando contemplo la foto junto a mi hermano mayor y recuerdo la paciencia que me demostró durante el transcurso de mi infancia, y cuando recorro las habitaciones y los rincones en los que con sus lametones me ofreció de una forma desinteresada su cariño, me entran unas ganas irrefrenables de reencontrame con él.
José Luis Meléndez. Madrid, 1 de diciembre del 2018.
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