Nunca he entendido por qué el santo de uno ha de ser aquel que representa su nombre, en lugar con el que uno se siente más identificado
Nunca he entendido por qué el santo de uno ha de ser aquel que representa su nombre, en lugar con el que uno se siente más identificado. Al parecer no es suficiente que a uno le hayan impuesto un nombre y una confesión, sin su consentimiento en el momento de su nacimiento.
Conozco santos con los cuales me siento más identificado, como por ejemplo San Francisco de Asís o San Antón, ambos profundos admiradores de los animales y por ende de la naturaleza. Eso sí, a un nivel intelectual me quedo con Teresa de Jesús. Su prosa y su poesía sin lugar a dudas son de una gran calidad literaria. Las lecturas suyas, que suelo frecuentar desde un punto de vista agnóstico, me ayudan a evadirme y a retrotraerme a épocas pasadas, que no es poco.
Así que hoy es un día triste y extraño. Extraño porque no me siento identificado especialmente con mi santo, y porque creo que no debería haber santos de primera como el mío, ni de segunda. Todos deberían de tener la misma consideración. Y triste porque nadie de las pocas personas que me han felicitado lo han hecho por ser padre adoptivo, motivo por el cual estoy pensando en conceder mis honores en un día como hoy a una personalidad que reúna según mis criterios una mayor consideración, y que no necesariamente ha de pertenecer al mundo eclesiástico.
Estoy convencido que si me decido a ello no me será difícil encontrar hombres y mujeres con los méritos suficientes dentro de la sociedad civil si tenemos en cuenta que vivimos en un Estado aconfesional. ¿Por qué entonces los 365 días del año están dedicados a personas de una confesión y no a personas que contribuyeron con su vida a mejorar la humanidad, por no caer en los nacionalismos?
Se me ocurre por ejemplo Alexander Fleming, inventor de la penicilina. ¿Cuántas vidas ha salvado este hombre? O el de Thomás Alva Edison, inventor de la luz eléctrica. En resumidas cuentas me sorprende como la sociedad civil después de veintiún siglos no ha creado su propia lista de hombres y mujeres ejemplares, y no los ha ubicado de facto en el calendario.
En una sociedad tan polarizada, tan educada en las malas noticias y últimamente en los bulos, se echan en falta no ya personas ejemplares, sino gestos que nos hagan recuperar nuestra autoestima como especie. Pues bien, hace unos días he tenido constancia, gracias a la prensa de una de estos hechos. Se trata de la acción llevada a cabo por una religiosa, condición que no ha de servir motivo para no darla a conocer, sea cual sea la línea editorial de cualquier medio.
El pasado 28 de febrero, la hermana franciscana Ann Nu Thawng, residente en Myitkyina, capital del estado birmano de Kachin, zona cristiana enclavada en esta nación de mayoría budista, después de recibir golpes en la pierna y en el pecho, se postró con las manos entrelazadas ante un grupo de policías para implorarles que cesaran de disparar a una multitud de jóvenes que protestaban pacíficamente contra el golpe de Estado que el ejército perpetró hace más de un mes en dicha región. Un gesto que logró evitar un nuevo baño de sangre.
“Cuando vi ese escenario, sentí que era una zona de batalla”, manifestó. “Soy monja pero también soy ciudadana. Como monja rezo con mis hermanas por el regreso de la paz y la libertad a nuestro país. Pero como ciudadana, se que la oración no es suficiente y que también debemos actuar; así que si esta foto puede ayudarnos a recuperar nuestros derechos, y si puede crear conciencia en otros países y ayudarnos, creo que es algo bueno”, declaró al diario Le Figaró.
Muchos han alabado su gesto valiente más que la humanidad y la coherencia de dicho acto. Como religiosa ha manifestado que sus plegarias o sus palabras no eran suficientes para alcanzar la libertad y la paz de su país. La ciudadana movida por la compasión hacia los jóvenes ha logrado con su ejemplo evitar un derramamiento de sangre, o en su caso conseguir la detención de un centenar de personas contrarias al golpe y lanzar un mensaje de amor al mundo. Pero también de Paz y bien. Las felicitaciones que hoy he recibido se las dedico a ella.
José Luis Meléndez. Madrid, 19 de marzo del 2021. Fuente de la imagen: mensaje.cl
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