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9 de marzo de 2021

Efectos colaterales

Por lo que se ve no existe ninguna relación ni de efecto colateral entre aquellos contenidos y estas cifras que hoy nos presenta el CIS

Hasta ahora creíamos que el virus tenía efectos directos y secundarios sobre nuestra salud física. Lo que desconocíamos era el impacto psicológico y emocional que iban a tener las medidas de protección y de distanciamiento que adoptamos para protegernos de él.

Basta retroceder en el tiempo hasta el mes de marzo del pasado año para darnos cuenta como aquella solidaridad inicial y espontánea se ha ido difuminando con el paso del tiempo. En el Colegio de Administradores de Fincas, sin ir más lejos, reconocen que la conflictividad entre vecinos ha aumentado desde aquella fecha, hasta un diez por ciento. Pero si se pregunta a algunos mediadores elevan esa cifra hasta el sesenta por ciento.

Los ruidos producidos durante la jornada de teletrabajo, de las fiestas domiciliarias, e incluso los producidos durante algunas comidas y cenas se encuentran entre estos motivos. Aunque el andar sin mascarilla por las zonas comunes, la morosidad en el pago de las cuotas, o los comportamientos no deseados de algunos nuevos inquilinos que se inclinan por el alquiler, también tienen mucho que ver.

La situación actual, como apunta Adolfo Calvo-Parra al diario El País, nos ha superado como personas y cualquier conflicto, por muy pequeño que sea, se engrandece, de manera especial cuando de conveniencia se trata. Y añade que esto solo es la punta del iceberg, ya que se espera que la situación se agrave en el momento en el que cesen las ayudas concedidas actualmente.

El jueves pasado el CIS – Centro de Investigaciones Sociológicas – publicó los resultados de una encuesta realizada durante el mes de febrero, entre los días 19 al 25, a una muestra de 3.083 personas. Según esta consulta el 23% de los entrevistados tuvo miedo a morir debido al coronavirus y un 68,6% temió perder algún familiar o ser querido. El 61,2 de los encuestados se mostró más preocupado por su salud que antes y el 35,1% ha llorado debido a esta situación. Asimismo un 41,9% presentó problemas de sueño mientras que un 51,9% presentó síntomas de cansancio. Y el 72,7% de los hijos y los nietos también presentó episodios de cambios de humor. Datos que ponen de manifiesto el impacto psicológico que arrastramos y a los cuales nadie se atreve a situarlos en un gráfico ni ponerles una curva.

Hace escasos días un programa de una cadena privada de televisión con audiencia nacional trató estas cifras, pero tan solo se limitó  a comentar las cifras y a preguntar a sus tertulianos si habían experimentado alguno de estos síntomas durante la pandemia. Ninguna autocrítica ante la gestión de la pandemia por parte de algunas televisiones; de la saturación de cifras diarias de infectados, ingresados y muertos, en sus tres ediciones. Tampoco de ninguno de los monográficos dedicados para comentar las cifras, por si acaso los telespectadores no eran capaces de entenderlas. Por lo que se ve no existe ninguna relación ni de efecto colateral entre aquellos contenidos y estas cifras que hoy nos presenta el CIS, en los mismos medios. Las cifras se presentan y no son los suficientemente importantes como para analizarlas en profundidad con la ayuda de expertos, esto es, psicólogos, sociólogos, algún representante de los medios audiovisuales y de algún profesional de la estadística.

Es cierto que la mayoría de los porcentajes hacen alusión a los síntomas, pero no profundizan en la causa que los originan. La duración de la pandemia, las medidas adoptadas de protección y de distanciamiento, y el impacto de allegados enfermos o fallecidos, es posible que estén teniendo efectos perjudiciales sobre nuestra conducta que aun desconocemos, que no se han rastreado y que aparecerán y se arrastrarán con el paso del tiempo.

Lo sorprendente es que no se haya incluido en dicha encuesta si no la pregunta sobre qué efectos emocionales ha tenido la gestión de los medios audiovisuales sobre la pandemia,  al menos si ésta ha influido en su estado anímico, y en qué grado. Lo que sí parece claro es que estos entes han primado más la audiencia que el efecto emocional que ha ejercido su programación de cara a la audiencia. Y eso es posible que también lo hayan terminado pagando vía resultados, sus propios anunciantes.

Esperemos que en este contexto de cierto control, que deja entrever un futuro esperanzador, dichos editores de contenidos reconozcan los nefastos errores de dicha gestión. Que sepan reconocer y rectificar sus fallos. Que  vuelvan a reconocernos como personas y no como a productos. Que vuelvan si no a ofrecer, al menos a compensar al telespectador con una programación más amena, en la que los partes de guerra se ofrezcan cuando haya acabado la batalla y no tres veces al día, a una audiencia que aún continúa desarmada. Sin duda, nos la merecemos.

José Luis Meléndez. Madrid, 9 de marzo del 2021

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