Una persona no humana nos acompaña hasta el final de sus días; una persona humana, no siempre
El gusano se reencarna en mariposa. La noche se reencarna en día. La idea se reencarna en palabra, y la palabra se reencarna en acción. De hecho el hombre a lo largo de la Historia y de su evolución, se ha ido “reencarnando” de mono en hombre. La vida se asemeja a la de un programa informático. Antes de ser ejecutable inicia su vida como un programa fuente y hasta que no se produce su depuración de errores, no cumple su verdadera función.
El escrito que en estos momentos tienen ante sus ojos, ha tenido antes varias vidas. Primero ha sido imaginado, más tarde reflexionado, luego ha sido escrito, posteriormente corregido, editado y publicado. Con la lectura que ustedes hagan de él, tomará una nueva vida interpretativa.
Hace unas décadas tuve la oportunidad de compartir un retiro de quince días con los lamas del Tíbet. Una experiencia que me sirvió para resetear la espiritualidad fallida, impuesta e irracional adquirida durante mi infancia. Gracias al contacto diario y directo durante estos días, pude plantear de manera abierta todos aquellos interrogantes sin respuesta que desde hacía años asaltaban mi mente, y perturbaban interiormente mi existencia. La fuente elegida no solo sació la sed de mi trascendencia humana, sino que contribuyó a crear una paz interior, que ha perdurado hasta hoy en día.
La muerte es un interrogante, pero el que uno crea o deje de creer en la reencarnación no le exime de una posible y futura existencia bajo una apariencia nueva o similar. Porque nadie puede escapar de las leyes de la naturaleza, ni de los efectos y de las causalidades del karma, es decir, de cada uno de los actos mentales, verbales o corporales que llevamos a cabo durante nuestra existencia.
Según la espiritualidad y la filosofía budista, ocho siglos más antigua que el cristianismo, es más fácil nacer en una vida “inferior”. Esto es debido a que existen un mayor número de especies y de animales a lo largo y ancho del planeta. Sandra, mezcla de orangután de Sumatra y de Borneo, no tuvo la suerte de nacer ni de pertenecer a la especie humana. Nació el 14 de febrero de 1986 en el zoológico de Rostock (Alemania). Como consecuencia del abandono afectivo de su madre, durante su infancia creció en soledad “encerrada en una caja de cemento”, hecho que unido a su carácter tímido, le llevó a vivir según sus cuidadores una vida, valga la redundancia, crónicamente deprimida.
Sin embargo la suerte de Sandra cambió cuando la Asociación de Funcionarios y Abogados por los Derechos de los Animales (AFADA), haciéndose eco de su historia, y de su indigna situación, al amparo del Código Civil argentino, presentó una denuncia ante los tribunales, con objeto de que dejara de ser considerada y tratada como una “cosa” u “objeto”. De esta forma comenzó un periplo judicial que terminó por reconocer el 21 de octubre del 2015 a Sandra como “sujeto (no objeto) de derecho”. Quedaba de esta forma obligado el propietario del zoológico a garantizar “las condiciones naturales del hábitat, y las actividades necesarias para preservar sus habilidades cognitivas”.
La juez, Elena Liberatori que se hizo cargo del caso, llegó a implicarse tanto en su causa y en su bienestar, que llegó a acudir personalmente a una de las pruebas médicas de Sandra, antes de su traslado a Florida, y no la soltó la mano, mientras el animal permaneció dormido. “Estudié leyes para defender a los inocentes, y no hay nada más inocente que un animal”, sentenció en una de sus conversaciones.
Como consecuencia de esta iniciativa, el 23 de junio del 2016, el Jefe de gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, responsable del zoológico, anunció que el recinto animal debía convertirse en un ecoparque. Las instalaciones se cerraran este mes de Agosto, motivo por el cual se ha procedido al traslado de muchos animales, a excepción de Sandra que espera su traslado a Florida.
El 12 de diciembre del 2016, Sandra fue reconocida como persona no humana, es decir como un ser dotado de personalidad propia y jurídica. Desde el cierre del zoo, Sandra ha recuperado su intimidad y está pendiente de su traslado este año al Center For Great Apes de Florida (EEUU). El haber nacido en cautividad y ser mestiza, son factores que impiden por el momento su puesta en libertad, así como su adaptación al medio y a su especie. Ahora está más tranquila y sus cuidadores la estimulan por medio de sogas, pelotas, canastas, telas, e incluso periódicos.
Se da la circunstancia de que el 12 de diciembre de 2017, el mismo día del año siguiente, la Cámara Baja española aprobó por unanimidad e inició los trámites para proceder a la modificación de dos leyes: la Ley de Enjuiciamiento Civil, y La Ley Hipotecaria. En la actualidad dicha tramitación sigue su curso. Una vez obtenido dicho reconocimiento las mascotas dejarán de ser consideradas como “cosas” y podrán contar con protección contra su maltrato o abandono, como “seres vivos dotados de sensibilidad”. Con la modificación de dichas leyes se evitará que las mascotas dejen de ser “apropiables y objetos de comercio”, que puedan ser embargados y disfrutadas en casos de separación, en régimen de “custodia compartida”. De esta forma, al serles reconocidos dichos derechos, sus tenedores quedarán sujetos a ciertas obligaciones y responsabilidades.
Frans de Waal, biólogo, psicólogo, escritor, catedrático de etología de primates de la Universidad Emory (Atlanta, EE.UU), y director del Living Links Center, ha evidenciado a lo largo de su extensa experiencia, la existencia de sentimientos en ciertos animales como el chimpancé o el perro. Emotividad que cualquier tutor de estas u otras especies como el gato, podrá fácilmente reconocer. Emociones que según el doctor han permitido sobrevivir a estos animales. De Waal afirma que mucho más preocupante que antropomorfizar a los animales es caer en la “antroponegación”. La influencia del judeocristianismo y su negación sobre el derecho a la vida animal, contrasta con la filosofía y la esencia de las religiones orientales, en donde todos los seres son respetados y reconocidos como parte de la naturaleza.
Al igual que en los humanos, De Waal, aduce que pueden existir zonas comunes que realicen funciones relacionadas con la agresión, el afecto, o la diversión. En su último libro, “El último abrazo”, el doctor narra el emotivo encuentro de Mamá, una chimpancé amiga del biólogo Jan Van Hoff. Mamá, aquejada por una artrosis que la impedía moverse, comer y beber, estaba muriendo de vieja. Ambos llevaban años sin verse, y al conocer su estado, decidió ir a verla y despedirla. En un principio ella no advirtió su presencia, pero una vez fue consciente que estaba allí, su cara dibujó una sonrisa de felicidad, gritó de alegría, alargó el brazo hasta la cabeza del recién llegado, y le tocó el pelo. Mientras él le acariciaba la cara, ella le rodeo el cuello con el brazo y lo atrajo hacia sí, como puede observarse en la imagen que acompaña este artículo.
Hace unos meses murió Koko, una gorila de 46 años, adiestrada por la doctora Penny Patterson. Koko aprendió a comunicarse por señas, y llegó a dominar cerca de 1000 palabras. Su principal afición era la pintura. Fue según su doctora y amiga, un animal dotado de una gran simpatía y una gran inteligencia.
En occidente, matar a un humano supone un asesinato, mientras que hacer lo propio con un animal, suele calificarse con los eufemismos lúdicos de “caza” o “pesca”. Con ello se pretende eludir el impacto moral que dicha acción ejerce sobre la conciencia humana. El estudio de los homínidos sobre su propio hábitat puede contribuir a arrojar luz sobre nuestra antigua conducta en las sociedades humanas más primitivas.
Despreciar a nuestra familia de antepasados es hacerlo también contra nuestra propia especie. En el mercado de TompasoBaru, monos, como el yaki o los macacos crestados, son especies de fácil adquisición en los pueblos cristianos de Célebes (Indonesia). En esta zona el consumo de carne de animales salvajes de la selva es algo habitual. Éstos últimos, además de cazados por su carne y de sufrir la expulsión de su ecosistema por parte del hombre, como consecuencia de la tala ilegal del bosque, son capturados como mascotas, y condenados a vivir lejos de sus familias, en condiciones indignas a las de su propia especie.
La conquista de determinados derechos básicos de bienestar no ha sido un éxito de la sociedad, sino una victoria silenciosa y constante que nuestras mascotas han sabido ganarse desde hace miles de años, gracias al cariño diario que proporcionan a sus tutores. La compañía de ciertas especies de animales a lo largo de la Historia ha proporcionado a sus tenedores desarrollar facultades como la empatía, o adquirir valores como la lealtad, la paciencia y el amor desinteresado, que la especie humana ha sido incapaz de demostrar en la misma intensidad hasta sus últimas consecuencias. Hoy en día una persona no humana nos acompaña hasta el final de sus días, una persona humana, no siempre.
Los animales domésticos nos ayudan a socializarnos mientras las redes sociales tienden a individualizar cada día más nuestras emociones y comportamientos como especie humana. No es de extrañar por tanto, que cada día sea más numerosa la presencia en nuestros hogares, de estos seres tan maravillosos y encantadores.
José Luis Meléndez. Madrid, 25 de julio del 2018. Fuente de la imagen: YouTube.com.