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2 de agosto de 2020

El quiosco

Los vendedores de prensa han sido invitados a dejar sus negocios, por culpa del frío e injusto sonido de un clic de móvil u ordenador

Era el primer establecimiento que abría sus puertas e iluminaba con sus luces las calles del barrio. El más fiel con sus clientes, pues no cerraba ningún día de la semana. Hace apenas un año que los quioscos del barrio echaron el cierre. Desde entonces ni los vecinos ni las calles en las que estaban asentados son las mismas que antaño.

Las mujeres que los atendieron fueron personas entregadas a su oficio que despachaban a sus clientes desde la temprana oscuridad de la madrugada, mientras colocaban los ejemplares de las distintas publicaciones o guardaban las peticiones de los números solicitados por los lectores, los días festivos que solían ausentarse.

Daba lo mismo que lloviese, nevase o hiciese frío. El más fiel comerciante como un centinela custodiaba por un par de monedas la información y el conocimiento, resguardándolos del viento y del agua, para deleite de sus clientes y lectores.

Gracias al quiosco los vecinos nos reencontrábamos, nos saludábamos y fortalecíamos nuestros vínculos sociales. Hoy sin embargo es difícil ver a alguien portando como antaño un periódico bajo el brazo, o leyendo un ejemplar en el parque, una mañana de domingo soleado.

El día 5 de octubre los vendedores de prensa, han celebrado como de costumbre la fecha que antes festejaban. Es difícil, por no decir imposible, festejar un día como este, cuando muchos compañeros del sector, igual que aquellas mujeres aguerridas de mi barrio, se ven hoy en día obligados por las circunstancias, a cerrar el negocio que durante décadas, levantaron con tanto sacrificio.

La crisis económica, la globalización de la información llevada a cabo por las nuevas tecnologías y las faltas de apoyo por parte de la Administración, son factores que han contribuido en mayor o menor medida a que desde el año 2012, hayan decaído el número de estos establecimientos un 37% (400 de los 600 de antes).

Los profesionales del sector que han sobrevivido han sido gracias a la paulatina incorporación de nuevos productos como son el tabaco, el agua, los refrescos, los coleccionables, las chucherías, los pasatiempos o los souvenirs. Incluso han padecido la competencia desleal y suicida de algunos diarios, que para mejorar su cifra de ventas, recurrieron en su día a vender portátiles, y a llevarse clientes a internet.

Los vendedores de prensa que en su día abrieron las puertas de sus negocios para ofrecer a sus clientes por medio del papel una ventana a través de la cual poder ver el mundo, han sido invitados desde hace años a dejar sus negocios por culpa del frío e injusto sonido de un clic de móvil o de ordenador. Aún así es fácil observar como muchos lectores acuden con su smartphone encendido a adquirir alguno de sus productos a dicho establecimiento. Provistos con el mismo artilugio que atenta contra su puesto de trabajo.

El quiosquero por medio del papel y al contrario que el móvil, estimula nuestros sentidos. Gracias a él podemos percibir el olor de la tinta y del papel o escuchar el sonido de sus páginas. Un ejemplar del quiosco nunca te interrumpe, te distrae, ni te entretiene. Te cultiva. Ni siquiera te crea dependencia. Te permite como un amigo que lo dejes, y lo retomes durante el día. Y nunca te dejará tirado como un móvil.

El quiosco aporta una función social y cultural a la sociedad. Contribuye a mejorar nuestra salud física y mental, animándonos a salir y a activarnos interiormente, en lugar de condicionarnos a  estar sentados durante horas delante de una pantalla. Respetando como siempre lo ha hecho la comunicación con nuestras amistades y familiares. Nos permite desayunar sin sobresaltos acompañados de un café, y compartir una mañana,  una tarde, o una noche tranquila de lectura en la esquina del  salón.  Al lado de la tulipa de una lámpara que encendida, será la más cómplice y respetuosa compañera del anhelado y merecido silencio.

José Luis Meléndez. Madrid, 21 de octubre del 2018
Fuente de la imagen: wikimedia.commons.org

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