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13 de agosto de 2020

El luchador

“Estás ahí para luchar pero el cargo no es tuyo, es del pueblo”

Es difícil despedirse de los grandes hombres. He de reconocer que la lucidez metal que irradiaba Julio Anguita no llegó a cegarme, pero si a deslumbrarme por su ejemplo de coherencia y entrega. Este es por tanto uno de los motivos por los cuales hoy, noventa días después de su partida, me haya decidido a intentar a hacerlo, aunque sea solo a un nivel físico. Porque el espíritu del historiador, del maestro, del político, y en definitiva de su persona es imposible desligarlo de los valores sociales que ocuparon la figura y la vida de Anguita.

La vida del ex secretario general de Izquierda Unida podría resumirse en una palabra: lucha, como el mismo expuso el 13 de junio del año 2014 en una conferencia a la cual tuve el honor de asistir y el enorme privilegio de saludarle y compartir con él unas palabras, con motivo de la presentación de su libro “Contra la ceguera”, que tuvo lugar en el salón de actos de El Ateneo. Un título a través del cual invitaba a su auditorio y a sus lectores, a no dejarse llevar por los destellos luminosos que tienen algunas ideologías, para no acabar como las polillas, cegadas y atrapadas por la bombilla.

“Estás ahí para luchar pero el cargo no es tuyo, es del pueblo”, le dijo en una ocasión a un camarada suyo. O “es el pueblo el que tiene que decirle al capital donde tiene que ir, y no al revés”. Son algunas de las frases que esa tarde logré apuntar en mi cuaderno de notas, y que hoy hago públicas de aquel encuentro.

Luchas como digo, encaminadas siempre a mejorar la vida de los ciudadanos. Luchas internas en su partido, y luchas personales entre su corazón apasionado y su cabeza privilegiada, como muchos espectadores pudieron constatar por medio de numerosas entrevistas que el profesor concedió desde su casa a los medios de comunicación.

Anguita desconocía que la mitad de su corazón no era suyo. Hasta que en la campaña electoral de 1983 sufrió el primer infarto que a punto estuvo de costarle la vida. Más tarde, en el año 1999 sus problemas de corazón se repitieron y le obligaron a renunciar a presentarse como cabeza de lista de Izquierda Unida.

Y como según dicen, a la tercera va la vencida, el pasado dieciséis de mayo, a las once de la mañana, el corazón del ex coordinador de Izquierda Unida (Fuengirola 1941) dejó de emitir sus constantes vitales en el Hospital Reina Sofía de Córdoba, como consecuencia de un paro cardiaco que el ex líder de la formación, sufrió una semana antes en su domicilio.

La vocación de Anguita es incuestionable. El profesor supo defender hasta su muerte los mismos principios por los que un día decidió entrar en política, como él mismo definió en una frase: “yo quiero gobernar para cambiar, no cambiar para gobernar”. Su marcha cierra el final de una etapa generacional: la de una forma de entender y de hacer política, lejos de la crispación que como hombre moderado detestaba, a través de una oratoria constructiva, del diálogo, del entendimiento, de la coherencia y de la renuncia. Una coherencia y renuncia que materializó e hizo efectiva al negarse a cobrar la pensión que le correspondía como parlamentario, y optar por la de maestro, de mucha menor cuantía. O la dimisión que presentó en febrero de 1986 para ser candidato a la Junta de Andalucía. Hechos gracias a los cuales consiguió la admiración, como ha quedado demostrado el día de su partida, de las demás fuerzas del arco parlamentario.

Como republicano tuvo sus diferencias con la Casa Real, pero no por ello dejó de mostrar en alguna ocasión su simpatía por la figura del  rey emérito. No tan  cordiales fueron sus relaciones con la Iglesia. Ante la negativa del obispo cordobés José Antonio Infantes Florido de ceder el convento de Santa Clara a una comunidad islámica, Anguita le contestó: “usted no es mi obispo, pero yo si soy su alcalde”.

Los medios nunca justificaron los fines ni los principios del profesor. Para alcanzarlos tan solo le bastó su método centrado en la concreción de ideas: “programa, programa y programa”. Aupado siempre por las bases supo retirarse como los sabios lo hacen, en tiempo y forma, para retomar su plaza de profesor de instituto, con la humildad y ejemplaridad de la que solo un hombre de su talla es capaz.

Es imposible despedirse de los grandes hombres, porque su ejemplo, sus valores, y su legado nos acompañarán y recordarán sus hazañas de una forma postrimera, el resto de nuestra vida. Por eso hoy, al igual que aquella tarde, me limitaré a evocar aquel encuentro, a recordar sus palabras, y a sentir de nuevo el calor de su mano.

José Luis Meléndez. Madrid, 12 de agosto del 2020
Fuente de la imagen: wikimedia.commons.org

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