Hoy algunos, pueden hacer de este día, un día especial
Dentro de unas horas despediré este mes con un día significativo para algunos, y nada relevante para mí: el día de mi nacimiento (omito la palabrita “cumpleaños”). Una costumbre social que he ido soportando durante más de medio siglo, año tras año, en contra de mi voluntad. Una labor social como tantas, no reconocidas por el Estado, que ha permitido sentirse mejores personas a todos aquellos que se acordaban, a costa de la paciencia y el martirio del homenajeado. Una maldita fecha que algunas redes sociales se encargan de recordar al resto de amistades.
Asumir de golpe el significado de dicha fecha en un minuto, y sin previo aviso, no es tarea fácil. Un asunto que algunos desde su egoísmo se niegan a entender. Algo hasta cierto punto comprensible si no tiene uno tiene en cuenta que desde la infancia nos enseñan a correr kilómetros, a comprar por kilos, y a medir nuestra existencia en años.
Soy de la opinión que una felicitación de cumpleaños ha de hacerse personalmente. Entre otros motivos para sentir la emotividad y autenticidad de dicho encuentro. En su defecto acepto los mensajes de texto por las redes o el móvil. Pero lo que más echaré en falta, puestos a elegir, serán esas notas personales pergeñadas a mano, bien sea bajo el formato de una carta o de una postal. Formas mucho más auténticas de felicitación en donde queda demostrado el verdadero afecto o aprecio de la persona, como consecuencia de la energía y el tiempo empleados.
Como principal protagonista damnificado de un día como este, dudoso de la intencionalidad y la sinceridad de las distintas muestras de afecto, me otorgo la licencia de abstenerme de coger cualquier llamada. Llamadas que en su caso serán amablemente atendidas y grabadas por la secretaria virtual que en su día puso a mi disposición mi compañía telefónica.
De este modo evitaré las llamadas poco originales, las preguntas indiscretas del tipo: "¡qué!, ¿cuántos han caído hoy?", así como las respuestas protocolarias y de cortesía, o las oportunas y pertinentes contestaciones a dichas cuestiones, en números romanos y/o frases irónicas, según sea el caso (yo también te aprecio mucho).
Me niego por tanto a celebrar un día que quieren los demás que festeje a costa de mi paciencia y de mi persona, que muy poco tienen que ver conmigo. Un día en el cual no tengo nada que celebrar. Seguiré como hasta ahora celebrando a nivel personal los momentos y acontecimientos más significativos, y prescindiré de esta forma, de la admiración que muchos profesan ante un día en el cual les trajeron sin su consentimiento.
Otro motivo por el cual no creo en esta festividad es el que no se tiene en cuenta la edad psicológica del protagonista. Conozco a personas jóvenes que son mucho más maduras y responsables que muchas personas mayores. Y muchas personas mayores que viven sus últimos días jugando como si fueran niños.
Felicitar por lo tanto el cumpleaños a una persona sin tener en cuenta estos datos, sin preguntarle la edad que ella cree que representa, constituye una clarísima falta de respeto, cuando no de educación. Mucho más si el hecho no va acompañado de su consentimiento. De nada sirve por tanto abstenernos de preguntar la edad a ciertas preguntas, si a continuación algunos se otorgan el permiso de recordarles la edad, haciéndoles abandonar la juventud que habían conquistado con denodado esfuerzo.
Faltan pocos días para que tenga lugar dicho acontecimiento. Llegado el día podré tener cumplido conocimiento del número de inoportunos maleducados que se han arrogado el derecho de llamarme, o atrevido a marcar mi número de teléfono, sin mi previo consentimiento, vulnerando de esta forma mi voluntad, e interrumpiendo la intimidad, normalidad, y tranquilidad de un día de diario.
Hoy algunos, pueden hacer de este día, un día especial. Un día y un momento único que te ofrece el año para felicitar a los tontos. Felicidades a todos ellos, no por sus años, que de nada les han servido, sino por sus preciados valores. Por ser incapaces de cumplir los deseos del homenajeado, y recordarle una vez más su edad.
José Luis Meléndez. Madrid, 22 de febrero del 2020
Fuente de la imagen: wikimedia.commons.org
Dentro de unas horas despediré este mes con un día significativo para algunos, y nada relevante para mí: el día de mi nacimiento (omito la palabrita “cumpleaños”). Una costumbre social que he ido soportando durante más de medio siglo, año tras año, en contra de mi voluntad. Una labor social como tantas, no reconocidas por el Estado, que ha permitido sentirse mejores personas a todos aquellos que se acordaban, a costa de la paciencia y el martirio del homenajeado. Una maldita fecha que algunas redes sociales se encargan de recordar al resto de amistades.
Asumir de golpe el significado de dicha fecha en un minuto, y sin previo aviso, no es tarea fácil. Un asunto que algunos desde su egoísmo se niegan a entender. Algo hasta cierto punto comprensible si no tiene uno tiene en cuenta que desde la infancia nos enseñan a correr kilómetros, a comprar por kilos, y a medir nuestra existencia en años.
Soy de la opinión que una felicitación de cumpleaños ha de hacerse personalmente. Entre otros motivos para sentir la emotividad y autenticidad de dicho encuentro. En su defecto acepto los mensajes de texto por las redes o el móvil. Pero lo que más echaré en falta, puestos a elegir, serán esas notas personales pergeñadas a mano, bien sea bajo el formato de una carta o de una postal. Formas mucho más auténticas de felicitación en donde queda demostrado el verdadero afecto o aprecio de la persona, como consecuencia de la energía y el tiempo empleados.
Como principal protagonista damnificado de un día como este, dudoso de la intencionalidad y la sinceridad de las distintas muestras de afecto, me otorgo la licencia de abstenerme de coger cualquier llamada. Llamadas que en su caso serán amablemente atendidas y grabadas por la secretaria virtual que en su día puso a mi disposición mi compañía telefónica.
De este modo evitaré las llamadas poco originales, las preguntas indiscretas del tipo: "¡qué!, ¿cuántos han caído hoy?", así como las respuestas protocolarias y de cortesía, o las oportunas y pertinentes contestaciones a dichas cuestiones, en números romanos y/o frases irónicas, según sea el caso (yo también te aprecio mucho).
Me niego por tanto a celebrar un día que quieren los demás que festeje a costa de mi paciencia y de mi persona, que muy poco tienen que ver conmigo. Un día en el cual no tengo nada que celebrar. Seguiré como hasta ahora celebrando a nivel personal los momentos y acontecimientos más significativos, y prescindiré de esta forma, de la admiración que muchos profesan ante un día en el cual les trajeron sin su consentimiento.
Otro motivo por el cual no creo en esta festividad es el que no se tiene en cuenta la edad psicológica del protagonista. Conozco a personas jóvenes que son mucho más maduras y responsables que muchas personas mayores. Y muchas personas mayores que viven sus últimos días jugando como si fueran niños.
Felicitar por lo tanto el cumpleaños a una persona sin tener en cuenta estos datos, sin preguntarle la edad que ella cree que representa, constituye una clarísima falta de respeto, cuando no de educación. Mucho más si el hecho no va acompañado de su consentimiento. De nada sirve por tanto abstenernos de preguntar la edad a ciertas preguntas, si a continuación algunos se otorgan el permiso de recordarles la edad, haciéndoles abandonar la juventud que habían conquistado con denodado esfuerzo.
Faltan pocos días para que tenga lugar dicho acontecimiento. Llegado el día podré tener cumplido conocimiento del número de inoportunos maleducados que se han arrogado el derecho de llamarme, o atrevido a marcar mi número de teléfono, sin mi previo consentimiento, vulnerando de esta forma mi voluntad, e interrumpiendo la intimidad, normalidad, y tranquilidad de un día de diario.
Hoy algunos, pueden hacer de este día, un día especial. Un día y un momento único que te ofrece el año para felicitar a los tontos. Felicidades a todos ellos, no por sus años, que de nada les han servido, sino por sus preciados valores. Por ser incapaces de cumplir los deseos del homenajeado, y recordarle una vez más su edad.
José Luis Meléndez. Madrid, 22 de febrero del 2020
Fuente de la imagen: wikimedia.commons.org
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