Homenaje póstumo a la memoria de Julián, vecino de Manoteras. DEP.
Tal vez podamos volver a encontrarnos, y hablar como antes, entre ladridos, en estos jardines del parque
En ese banco que hace meses no ocupas, se encuentran sentados nuestros recuerdos. Intentaré imaginarte con el fin de traerte y sentarte en el mismo lugar en el que lo hacías, y que hoy tristemente se encuentra vacío. Miro tu inseparable gorra de visera, y tu bastón tuneado. Evoco tu rostro sonriente y desafiante, y tu carácter tierno de gestos toscos y reincidentes, que un día logró distanciarnos.
¡Qué duros fueron aquellos meses para los dos! Nuestros cuerpos se cruzaban por la calle, pero nuestros egos se volvieron soberbios. Fuimos sin embargo lo suficientemente sabios, para no dejar que el odio albergase en nuestros corazones. Mi mascota, a la que tanto quieres, nunca llegó a entender aquella tensa situación, e intentó por todos los medios unirnos con su saludo, para vergüenza de los dos, cada vez que te veía. Como si aún recordara aquella ración agradecida a la que un día le invitaste en tu humilde tu casa, al lado de la estufa, cuando entonces estaba tan pachucha. Hasta que un día con su ladrido mediador, consiguió que nuestras palabras volvieran a cruzarse. Una agradecida recompensa a aquellos momentos analgésicos y anestésicos en los que lograste que olvidara su dolor.
Escucho la voz ronca que emana del agujero abierto que tienes en la garganta, y que en ocasiones protegías y disimulabas con una gasa. Muy pronto el invierno, transformará el sol, en un astro menos cercano y más tímido. Volverán aquellos días fríos, en los cuales solía verte a media tarde, mientras calentabas tu cuerpo como lo hace un reptil, en la pared de algún bloque de viviendas.
Las últimas noticias que me llegan, tal vez por la luz de ese mismo sol, han disipado mis temores. Gracias a ella, a unos metros, me recreo en tu casa vacía y deshabitada, pero por fortuna llena de alguna esperanza. Una esperanza que me anima y me invita a depositar esta carta en tu buzón, con el propósito y el anhelo de que muy pronto llegue a tus manos.
Ojalá que pronto, aunque sea en sueños, puedas viajar de nuevo a tu huerta, en compañía de tu cuatro latas rojo. Tal vez así podamos volver a encontrarnos, y hablar como antes, entre ladridos, en estos jardines del parque. En esta sala de estar sin puertas, que es nuestro banco.
José Luis Meléndez. Madrid, 20 de enero del 2018
Tal vez podamos volver a encontrarnos, y hablar como antes, entre ladridos, en estos jardines del parque
En ese banco que hace meses no ocupas, se encuentran sentados nuestros recuerdos. Intentaré imaginarte con el fin de traerte y sentarte en el mismo lugar en el que lo hacías, y que hoy tristemente se encuentra vacío. Miro tu inseparable gorra de visera, y tu bastón tuneado. Evoco tu rostro sonriente y desafiante, y tu carácter tierno de gestos toscos y reincidentes, que un día logró distanciarnos.
¡Qué duros fueron aquellos meses para los dos! Nuestros cuerpos se cruzaban por la calle, pero nuestros egos se volvieron soberbios. Fuimos sin embargo lo suficientemente sabios, para no dejar que el odio albergase en nuestros corazones. Mi mascota, a la que tanto quieres, nunca llegó a entender aquella tensa situación, e intentó por todos los medios unirnos con su saludo, para vergüenza de los dos, cada vez que te veía. Como si aún recordara aquella ración agradecida a la que un día le invitaste en tu humilde tu casa, al lado de la estufa, cuando entonces estaba tan pachucha. Hasta que un día con su ladrido mediador, consiguió que nuestras palabras volvieran a cruzarse. Una agradecida recompensa a aquellos momentos analgésicos y anestésicos en los que lograste que olvidara su dolor.
Escucho la voz ronca que emana del agujero abierto que tienes en la garganta, y que en ocasiones protegías y disimulabas con una gasa. Muy pronto el invierno, transformará el sol, en un astro menos cercano y más tímido. Volverán aquellos días fríos, en los cuales solía verte a media tarde, mientras calentabas tu cuerpo como lo hace un reptil, en la pared de algún bloque de viviendas.
Las últimas noticias que me llegan, tal vez por la luz de ese mismo sol, han disipado mis temores. Gracias a ella, a unos metros, me recreo en tu casa vacía y deshabitada, pero por fortuna llena de alguna esperanza. Una esperanza que me anima y me invita a depositar esta carta en tu buzón, con el propósito y el anhelo de que muy pronto llegue a tus manos.
Ojalá que pronto, aunque sea en sueños, puedas viajar de nuevo a tu huerta, en compañía de tu cuatro latas rojo. Tal vez así podamos volver a encontrarnos, y hablar como antes, entre ladridos, en estos jardines del parque. En esta sala de estar sin puertas, que es nuestro banco.
José Luis Meléndez. Madrid, 20 de enero del 2018
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