Duele ver y escuchar como algunos condenan el terrorismo de Hamás y no el genocidio de Israel.
Duele darse cuenta de cómo los prejuicios religiosos, occidentales y geopolíticos, se anteponen, no ya ante los derechos, sino ante los sentimientos humanos.
Duele ver como el dolor y la sangre derramada en un conflicto de semejantes dimensiones se utiliza de forma partidista en algunas cámaras parlamentarias, para arrojársela a otros, en lugar de hablar de los problemas que atañen a los ciudadanos.
Duele ver como en escasos días un país que parecía civilizado pierde, por culpa de su líder, todos los valores que hasta la fecha se le atribuían a dicha sociedad.
Duele ver como a diferencia de otros países, los crímenes que cometen los países apoyados por occidente quedan impunes.
Duele ver como la especie humana pierde el norte. De cómo la tecnología y la ideología es capaz de hackear nuestras vidas.
Duele la hipocresía de condenar el hambre desde un país que apoya a otro que bloquea no solo los alimentos, sino el agua y la electricidad de la población.
Duele el dolor de las 4.137 vidas inocentes que se han perdido hasta la fecha y los 13.162 heridos inocentes que están padeciendo esta injusta guerra.
Duele el dolor ajeno cuando existe algo de humanidad.
Duele el hombre que es capaz de discriminar el dolor de un semejante de otro, para convertirse en un ser inhumano.
Duele ver y escuchar como a algunos les duele más un disparo que un bombardeo continuado, y una invasión que un genocidio.
Duele ver como algunos se sitúan al lado de un bando cuando todos pertenecemos al mismo bando de la especie humana.
Duele ver en un escenario de guerra mundial, como algunos, en lugar de buscar concordia, aprovechan para recoger munición y la traen a su país para crear más conflicto y enfrentamiento entre los españoles.
Duele la falta de sentido de estado de una oposición que no hace proposición.
Duele ver como el pueblo palestino sometido a la voluntad de los terroristas de Hamás y a la barbarie de Israel sea aún, después de intensos días de bombardeos, y de más de una década de sufrimiento, es el más incomprendido.
Duele la facilidad y rapidez con la que el ser humano pasa de la palabra amor a la palabra guerra.
Duele ver como algunos exigen y esperan la condena de uno de los dos bandos, antes de exigir la paz y de hacerlo a título personal.
Duele volver a darse cuenta que la especie humana es la más violenta y destructiva de todas las especies.
Duele ver el daño y el sufrimiento que es capaz de provocar el ser humano sobre seres inocentes de su misma especie.
Duele ver como el amor y el odio siguen siendo fuerzas incontrolables que se escapan al control y a la razón humana.
Duele ver como el instinto territorial termina por imponerse al sentido común y a los lazos de hermandad entre los pueblos.
Duele ser consciente de la barbarie que es capaz de generar la venganza creada por el odio.
Duele ver como un arma es capaz de acabar en un instante con cientos de vidas.
Duele ver como el bando civilizado exige la evacuación de hospitales mientras bombardea los lugares a los que se dirige la población que huye bajo las directrices occidentales de Israel.
Duele la injusta equidistancia occidental e internacional entre los terroristas y los genocidas.
Duele ver como se ofrecen armas antes que palabras para la resolución del conflicto.
Duele ver como se incumplen los tratados humanitarios internacionales mientras se califica de “animales no humanos” a la población masacrada y bombardeada.
Duele ver como la vida de 200 rehenes adquiere más valor que la de los 4.137 muertos y 13.162 heridos palestinos.
José Luis Meléndez. Madrid, 21 de octubre del 2023. Fuente de la imagen: wikimedia.commons.org
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