Mi querida niña:
Me ha sido imposible en estos seis meses largos, coger entre mis manos la misma pluma que tú solías tomar para escribir y corregir los artículos y los versos que me inspiraste. Pero eso, como sabes, no implica que no lo haya hecho a otro nivel, como es a través de los recuerdos más sentidos que guardo de ti.
Tu misma has podido y podrás seguir comprobando que llevo tu nombre inscrito en oro. Tu imagen me acompaña cada día. Tu recuerdo es tan grande que temo que me impida entrar en el cielo y volver a estar contigo.
Fuiste la mejor estudiante de idiomas que jamás he conocido. Yo, sin embargo, nunca llegué a comprender el significado exacto de tu ladrido, pero sí el lenguaje corporal, del cual eres una gran experta.
El tiempo ha sido el principal enemigo de nuestra relación y cree habernos separado. ¡Qué ignorante y maldito hijo de puta! Siempre fusilando a los vivos con el implacable sonido de su casquillo: tic-tac, tic-tac... Aun así hemos podido disfrutar juntos veinte años uno junto al otro. Un tiempo suficiente que nos ha permitido que nuestro amor sea eterno.
No te preocupes, mi pequeña. Ese tiempo solo nos pertenece a ti y a mí. Nadie nos lo puede quitar. Nadie nos lo podrá arrebatar. ¿Sabes? Guardo cada uno de nuestros momentos en la zona más inaccesible de mi alma; en el espacio más restringido de mi corazón.
No desfallezcas. Vamos a ganarle la batalla. El día que mi corazón deje de latir dejará de martillearnos a los dos. Ese será el momento en el cual volveremos a vernos y a ser felices.
Estoy tan en deuda contigo…Tengo tanto amor aún que darte…Me devolvías el cariño que te daba multiplicado, mientras algunos ejemplares de mi especie hacían todo lo posible para cortocircuitar cualquier atisbo emocional sin motivo aparente que lo justificase.
El desprecio de algunos de ellos llegó a hacerme caer en la depresión. Tu, sin embargo, me correspondiste cada día, cada hora y cada minuto, con esa bondad, paciencia y fidelidad de ángel que solo tú supiste demostrarme. Y me ayudaste a salir del pozo al que otros me arrojaban en grupo, actuando como yenas, mientras se ensañaban en su misma sangre, en su propio odio.
Me queda el consuelo de haberte acompañando en los buenos y en los malos momentos. Igual que tú hiciste. No me hace falta traerte a mí porque siempre te llevo dentro de mí. Tu recuerdo me anima a seguir viviendo y a afrontar el destino con la misma valentía y arrojo que tú, siendo tan niña demostraste, enfrentándote a gigantes siete veces mayores que tú. Llegaste a jugarte la vida tantas veces por mí, como yo salvé la tuya, gracias a la correa que nos unía.
He tardado meses en volver a dormir en mi cama, acostumbrado a hacerlo en el colchón que solía habilitar en el suelo del salón, al lado de tu cesto, desde el día que te negaste a dormir en mi cuarto, el último año de tu vida, ¿recuerdas?
Ahora eres libre. Nunca te mereciste llevar la correa con la cual conseguí protegerte y con la cual nos salvamos la vida mutuamente y las que salvamos juntos a otras especies, gracias a la elección que tu misma hacías de nuestros paseos.
Aprovecha ahora la libertad y el cariño de los tuyos: de Toby, de Sheila, de Copito, de Laika y de otros tantos amores y amistades humanas y caninas que partieron antes que tú y que ahora supongo, estarán contigo.
Cada día queda menos para vernos y olernos como me enseñaste. Me muero de ganas por saber qué es lo que me tienes preparado y que has hecho durante todo este tiempo. Y por volverte a recitar los ocho poemas que me inspiraste como musa.
Solo espero que ese día estés ahí para recibirme. Igual que yo lo estuve al despedirme de ti.
¡Hasta pronto, mi vida!
José Luis Meléndez. Madrid, 18 de diciembre del 2022. Fuente de la imagen: wikimedia.commons.org
No hay comentarios:
Publicar un comentario