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18 de diciembre de 2019

Sol de amor

A mi padre

Te fuiste un día de forma repentina e inesperada. Estabas cansado de este largo viaje que fue para ti la vida. Dejaste bien claro que no era tu ruta favorita; el lugar más idóneo para ti. Deseabas irte, emprender el vuelo en cielos menos nublados por el odio y la maldad. Necesitabas el silencio igual que el pájaro necesita surcar el aire cada día para volar y respirar. Así conseguías evadirte y sentirte libre. En él encontraste la paz cuando el barullo aniquilador y ensordecedor de los demás te lo permitían.

Entonces llevabas a cabo tu ritual preferido. Buscabas el lugar más tranquilo y próximo y convertías la mesa de turno en el altar en el cual ibas colocando de manera meticulosa y ordenada tus útiles de escritura sagrados como tu agenda, tu fichero artesano, tu tipex, tus tijeras, tu barra adhesiva, tus libros de consulta y tu inseparable Bic negro.

Adorabas el calor de tu hogar. Supiste mantener la llama y la luz del cariño a tu alrededor. Luchaste hasta el último momento contra las tempestades, los tornados y las tormentas que amenazaban con invadir los lazos afectivos de los tuyos, sin más munición que la resistencia.

Venciste el cáncer del odio y el del rencor. Al del egoísmo, y al que se te detectó en uno de tus pulmones. Tus armas fueron la empatía, la tolerancia, la comprensión y el amor igualitario que irradiabas a los demás. Nunca hablabas mal de nadie, y mucho menos en su ausencia. Tenías una sola cara y un solo corazón para todos.

No te dejaste influir ni envenenar por los comentarios tóxicos y malintencionados que te llegaban de terceros. Aceptabas a cada uno como era. Sabías dar a cada uno el espacio y la libertad para que pudiera expresarse. La tranquilidad, la confianza, y la discreción para no sentirse traicionado.

Tenías un buen corazón. Por eso luchaste hasta el final de tus días por la unión de todos. No escondías nada. Todo estaba al servicio de los demás. Ni siquiera esos dulces con los cuales los niños golosos llegan a desvelarse.

Va a hacer doce años que te mudaste de barrio, pero nunca podrás irte de mí. Porque tú te encargaste de sembrar los campos de mi corazón con las semillas indestructibles del amor verdadero. Por eso cada día te saco a pasear por los jardines y las sendas de mi corazón. Por eso me baño contigo en el mar profundo de mi alma.

Ya falta poco para que la primavera te rinda homenaje a través de las semillas que un día sembraste. Para que cada poema se convierta en una flor gracias a tu agua de bondad, y al rayo de sol y de amor que cada día y cada hora me alumbra.

Descansa en paz

José Luis Meléndez. Madrid, 12 de julio del 2018.
Fuente de la imagen: wikimedia.commons.org

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