Traductor

28 de noviembre de 2019

Pasear por Madrid


Pasear por Madrid se ha convertido en una actividad más triste, tóxica e insana

Son los vecinos más fieles y solidarios. Un árbol siempre está en el mismo sitio. Es el ser que menos anda, que menos daño hace y menos contamina. Un árbol posee un karma que ningún humano podrá jamás igualar a lo largo de su existencia. Su capacidad de renuncia y de movimiento; su resistencia a las inclemencias meteorológicas, y su alma inofensiva y compasiva, hacen que estos seres merezcan nuestra amistad y consideración diaria.

Algunos árboles comienzan a desnudarse en otoño, enseñándonos a desprenderse de los superfluo y mostrándose tal como son. Más tarde en primavera comienzan a vestirse para resguardarnos bajo sus brazos y entregarnos de forma generosa y gratuita sus frutos.

Un árbol nos acompaña la mayor parte de nuestra vida, dándonos lo mejor de sí. Son numerosos los efectos beneficiosos que los árboles ejercen sobre nosotros. Por un lado, alargan nuestra vida reduciendo hasta un 37% el dióxido de carbono que emitimos, liberando aire puro no contaminado. Por otro, mejora nuestra calidad de vida proporcionándonos sensación de bienestar relajante, reduce nuestra tensión arterial, aminora el ritmo cardiaco, y eleva de una forma natural nuestras defensas.

Los árboles son en las ciudades auténticos bálsamos que nos ayudan a combatir el estrés, enfermedad catalogada por la OMS, como la epidemia del siglo XXI. Lo verdaderamente injusto es el estrés que reciben por parte de su principal benefactor, como consecuencia de las acciones que éste realiza. Los efectos del cambio climático, la poda indiscriminada o deficitaria, y las obras en el pavimento urbano por parte de la Administración y de empresas privadas, terminan por ocasionar en sus raíces daños fatales, que terminan por ser irreparables con el transcurso del tiempo.

Los árboles sienten y sufren. Algunas especies se les cae la hoja, igual que a los humanos se nos cae el pelo en situaciones de estrés. Esta sintomatología puede ser debida a una inadaptación al medio motivada por una inapropiada elección de la especie (como la llevada a cabo en los años setenta), por la falta de agua, o por el aumento continuado de las temperaturas que asolan España en los últimos años. Pero lo que realmente sorprende es que la mano del hombre sea una de las consecuencias de la pérdida de ejemplares en nuestra capital. Esto es debido a que el gobierno municipal pone en manos de empresas privadas, un bien primordial para la salud de todos los madrileños, como es el mantenimiento y conservación de las zonas verdes, en lugar de contratar personal municipal especializado.

Desde hace unos meses, los vecinos del barrio de Manoteras llevamos presenciando los lamentables y crueles descuartizamientos, así como el entierro de varios ejemplares, concretamente en el parque situado en la calle Cuevas de Almanzora. En algo han mejorado los operarios de este nuevo equipo consistorial, y es en su especialización en la trituración y posterior barrido y entierro de tocones y troncos mutilados, con objeto de minimizar visualmente el tremendo impacto que produce el ver el paisaje funerario de tumbas arbóreas que jalonan nuestros parques, calles y plazas.

Por si esto fuera poco, desde hace un par de meses, los vecinos llevamos viendo dibujadas en el tronco de no pocos ejemplares de la zona, la señal fatídica y ejecutoria, consistente en una cruz verde, rematada con dos puntos verdes a sus extremos (·X·). Es decir, la simbología mortuoria y consistorial que anticipa la tala (eufemismo de ejecución y descuartizamiento), que tendrá lugar en próximas fechas.

Ayer día 26, a las 12:00 horas, acudí ante el estremecedor sonido de una motosierra situada a escasos 70 metros de donde vivo, a presenciar en calidad de vecino y testigo, la ejecución pública de un ejemplar piñonero de unos cincuenta años ubicado en dicho parque. Un acto indigno al cual no suelen acudir ni los ediles, concejales, y mucho menos los alcaldes. Una escena cruel, cobarde, poco estética y no muy agradable en la cual una cuadrilla despedaza un árbol indefenso, inclinado, el cual carece de la posibilidad de defenderse (los hombres que nacen inclinados al menos tienen el derecho a un tratamiento; un árbol solo merece la muerte).

Un acto emotivo (exento de duelos: los rituales quedan reservados para los humanos), como pocos, en plena víspera de la cumbre del cambio climático que tendrá lugar en Madrid, de la utilización indebida por parte del consistorio del distintivo de un Madrid verde (Madrid Green Capital), que solo ha otorgado Europa a la ciudad de Vitoria, y de la precampaña de navidad, festividad que muchos celebrarán a costa de la vida de muchos pinos, animales y plantas.

El trabajo hay sido cumplido, pero no del todo aprovechado. Tal vez la madera de su tronco pueda servirle en un futuro a su verdugo físico e intelectual, bajo alguna forma de mobiliario. O tal vez podamos sentarnos con la conciencia tranquila en un parque a leer un día la prensa o a ver tan solo la escena de una pareja enamorada, en lugar de contemplar a su verdadero protagonista.

A excepción del tronco que se ha llevado el camión fúnebre, aún quedan tendidos en el césped los restos de los brazos (ramas), y de la cabeza (copa), de tan noble ejemplar. Del resto del tronco, aún anclado en el suelo, se pueden apreciar el brillo de las lágrimas convertidas en resina. Ningún llanto por parte de los caballeros de la cruz verde.

Pasear por Madrid se ha convertido en una actividad más triste, tóxica e insana. Detrás de los árboles se van las aves y sus cantos. El aire se torna irrespirable y nuestra salud se ve más resentida. Madrid tiene en su escudo la figura de un oso y la de un madroño. Me temo que los árboles acaben por tener el mismo porvenir que hoy tiene el oso en la capital de España.

Seguiré visitando y venerando las tumbas de los árboles. Hasta que los servicios fúnebres y arboricidas del consistorio se dignen a repoblar nuestros parques, calles y plazas con sus azadas, este cementerio de difuntos ejecutados por doquier. Esperemos que para entonces ya se anestesien y eutanasien nuestros árboles. Y que el alumbrado de navidad no nos impida ver el bosque de nuestras ciudades...

José Luis Meléndez. Madrid, 27 de noviembre del 2019

No hay comentarios:

Publicar un comentario