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10 de junio de 2019

El enemigo en casa

El enemigo del hombre es el propio hombre

Cuidar la tierra es el acto más generoso que una persona puede hacer. Porque detrás de ese gesto respetuoso y altruista, existe un indudable acto de amor hacia todos los seres vivos que habitan en ella. Según un artículo publicado en la prestigiosa revista National Geographic, existen amenazadas hoy en el planeta 10.800 especies de animales y 11.500 de plantas. El doble que en el año 1998, hace diez años (sin incluir al protagonista de este escenario bélico, que sin lugar a dudas es el hombre, la especie más protegida del planeta).

Con estos datos sobre la mesa, es fácil llegar a varias conclusiones. En primer lugar que no solo existen guerras entre humanos, ya que numerosas especies se encuentran amenazadas y en peligro de extinción, por el depredador bípedo y tóxico. En segundo lugar que aunque el hombre ha sido educado en occidente de manera exclusiva para entregarse a los demás, no se le ha enseñado a respetar ni amar a los demás seres vivos que habitan en la naturaleza.

Tomando como partida este código moral y espiritual de occidente, no es extraño que a fecha de hoy que al hombre se le olvide y no reconozca a su madre, a pesar de que cada día se yergue sobre su corteza. Y que no muestre hacia ella un mínimo gesto de agradecimiento por ofrecerle de sus senos montañosos el líquido más preciado que un ser vivo puede recibir de una forma tan generosa y entregada como es a través de un río. O ese aliento que de igual forma, generoso y gratuito, inunda sus pulmones y hace palpitar de forma misteriosa su corazón.

Algunas especies por el contrario son capaces de demostrar afecto a los suyos, un hecho que viene a cuestionar las capacidades morales y las habilidades emocionales y humanas con las demás especies. Conviene por tanto no confundir el concepto de inteligencia emocional con el de inteligencia sentimental, ya que ninguna emoción por si sola adquiere la categoría de sentimiento. Y porque además, para que exista este es necesaria la aparición de otro sujeto.

¿Qué inteligencia sentimental puede tener una especie que no se inmuta ante un mar invadido por el plástico, ante unos pantanos escasos de agua, o ante una boina tóxica de contaminación?, ¿Qué coeficiente intelectual (el emocional todavía no se mide), puede tener una especie que después de dos mil años de historia, no ha creado aun las proteínas sintéticas, viéndose en la “necesidad” de seguir matando?  ¿Qué inteligencia sentimental poseen aquellos que ven en la caza y en la pesca un deporte inofensivo?

La inteligencia emocional e incluso la inteligencia sentimental, sin una inteligencia moral no podrá considerarse una inteligencia superior. Porque si existe un valor que distingue a la especie humana de las demás especies es la moralidad. Aun así, a pesar de este despiadado e incomprensible maltrato físico y psicológico (porque la tierra tiene alma), hacia ella misma y hacia otras criaturas e hijos suyos, a pesar que sobre ella recae la injusta y execrable pena de muerte, desde que el hombre dejó de ser hombre, la tierra sigue llorando y advirtiendo a sus vástagos torcidos con el inmenso amor de una madre paciente, comprensiva y bondadosa.

Un alma y una madre que se encuentra en los parques de nuestras ciudades y que se alegra de las visitas de sus hijos, y les corresponde con los sonidos del agua, los cantos de sus aves, el aroma de su flora o el perfume penetrante y dilatador que emana de su tierra y de su hierba recién mojada. Una actitud que no podrá hacerse sostenible en el tiempo. Porque la paciencia del planeta no es infinita, y los recursos son cada día más limitados, como consecuencia de la actitud nociva de sus inquilinos.

Mientras el ciudadano de a pie no recupere la cordura, exteriorice su humanidad, y despierte su conciencia vital y ecológica que le demanda de forma indirecta las demás especies, mientras no adquiera esta conciencia planetaria que le acredite como ciudadano digno de vivir en este mundo, el ciudadano de a pie seguirá condenándose a sí mismo y a las demás generaciones, a una vida más indigna y llena de sufrimientos.

El enemigo a batir no es en este caso un país. El hombre hace décadas que declaró la guerra a su planeta. El enemigo del hombre, es el propio hombre. El mismo que un día abandonó los bosques, los valles, los ríos, las montañas, y creyó de esta forma independizarse, es el que hoy hace caso omiso a los lamentos de su madre tierra.

El enemigo que cambió de habitación y aún sigue en casa, empezó hace años a aniquilarla y a cavar en ella su propia tumba.

José Luis Meléndez. Madrid, 1 de mayo del 2018
Fuente de la imagen: wikimedia.commons.org

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