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4 de febrero de 2019

Víctimas y verdugos

No son los animalistas los que quieren acabar con el toro. Es la Tauromaquia la que humilla, tortura, mata, y acaba con la vida del toro en cada corrida

Hace apenas un par de décadas nadie entendía el hecho de que determinadas personas denunciaran los vertidos tóxicos de las industrias en nuestras aguas. Según decían iban a acabar con el modelo industrial y económico de la sociedad del siglo XXI. Me refiero a los ecologistas. Pocos años después han llegado a nuestra sociedad los efectos del cambio climático, y las sociedades avanzadas del mundo se han unido para combatir sus efectos nocivos. Hoy el hombre de antaño que había perdido el respeto a la tierra es un ser más comprometido con el planeta.

Hace unos días, Victorino Martín, Presidente de la Fundación del Toro de Lidia compareció en una Comisión del Senado, Cámara alta que utilizó para arremeter contra los animalistas, responsables según él de las próximas hecatombes económicas, culturales y ecológicas que se le avecinan al mundo en el siglo XXI. Comparecencia que produce cierta compasión. Máxime cuando el ponente intenta defender algo de lo que no está seguro: “¿Es necesaria la Tauromaquia? Pues no estoy seguro”. Y cuando ha de acudir a una institución política en lugar de a una institución cultural. Ninguna autocrítica durante su intervención. Discurso por tanto decepcionante, catastrofista, victimista, contradictorio, falto de humanismo y de respeto hacia las personas que no opinan como él. En definitiva un mitin estéril y antianimalista en toda regla.

En lugar de aprovechar la oportunidad para hacer un debate serio, contrastado, valiente, monográfico, y televisado, con el fin de que los ciudadanos conocieran mejor el mundo del toro, en el que estuvieran representados los taurinos y los animalistas. En lugar de proponer ante una cámara democrática un referéndum sobre si "toros sí" o "toros no", el señor Martín ha preferido comparecer de una forma unilateral, y atacar a un partido animalista como el Pacma (Partido Animalista Contra el Maltrato Animal), que no estaba presente, y que no ha tenido oportunidad de réplica. El ponente ha sacado su capote, su inseparable espada, y ha preferido embestir a un colectivo que defiende no solo la vida y la dignidad del toro, sino la de todos los animales. ¿O acaso la defensa de un animal no empieza por la de su propia vida?

Pues bien, el señor Martín ha perdido la oportunidad, y no ha sabido defender con argumentos convincentes y de peso la tradición de la Tauromaquia. Algo hasta cierto punto normal, cuando ni siquiera es capaz de defender la vida del toro. Porque si el señor Martín quisiera de verdad al toro, lo mantendría libre en las dehesas, en lugar de entregarlos al corredor de la muerte, para que sean torturados y matados. No son por tanto los animalistas los que quieren acabar con el toro. Es la Tauromaquia la que humilla, tortura, mata y acaba con la vida del toro en cada corrida. Primera tergiversación. Los taurinos por tanto no defienden al toro, defienden la Tauromaquia, es decir su profesión y su modo de vida. Los animalistas por el contrario, defienden todas las especies, no solo la del toro.

Así que mientras el credo de la Tauromaquia defiende la muerte, rito en el cual los matadores rezan a sus vírgenes en sus capillas antes de incumplir el quinto mandamiento, los animalistas sin una doble moral, defienden, sin capa ni espada, la vida de sus rehenes, de sus esclavos, y de sus víctimas. Se comprende por tanto el lenguaje contradictorio del señor Martín, cuando en su condición de ganadero, ex matador, y veterinario, cada uno de los respectivos profesionales, va tomando la palabra a lo largo del discurso de manera inconsciente. El ganadero cosifica y “usa” (término que se emplea a la hora de referirse a las cosas o a los productos), a los animales; el veterinario asegura que tiene “una serie de deberes éticos con los animales”, y el ex matador defiende la tauromaquia más que al animal. El problema surge cuando se intentan asimilar y comprender las tres versiones al mismo tiempo.

Es por tanto comprensible que el señor Martín no entienda los argumentos de los animalistas, ya que existe una cierta diferencia entre vivir en una explotación ganadera a costa de los animales, que compartir a diario con ellos su compañía y sus sentimientos en casa, y no solo en los establos o en el campo. Porque la Tauromaquia vive a costa de la vida y de la muerte del toro (“hay amores que matan”). Produce cierta tristeza y estupefacción ver mientras cómo algunos veganos acuden a los mataderos a vigilias pacíficas, como las organizadas por Save Movement Madrid, para despedirse, acompañar y dar fuerzas y ánimos a los animales que van a ser sacrificados, otros lloren y se lamenten porque su negocio está en riesgo de desaparecer.

Los datos y registros crecientes de adopción de mascotas por parte de los españoles contradice de plano la afirmación del taurino, cuando afirma que “el animalismo es una filosofía absolutamente incompatible con nuestra cultura". Quizás lo incompatible en una sociedad avanzada culturalmente, a juzgar por la mayoría de países del planeta, sea la Tauromaquia y el maltrato a los animales. En la prehistoria el hombre cazaba para alimentarse y vestirse. Hoy, veinte siglos después el hombre tortura, mata y recurre a sus bajos instintos para entretenerse. El arte por el contrario, como parte de la cultura, ennoblece los sentimientos sin necesidad de recurrir a ellos. He aquí el “humanismo” primario y retrógrado de la Tauromaquia. Se entiende por tanto que el señor Martín, ante la falta de argumentos convincentes, se vea en la necesidad de recurrir a la práctica de la “Tauromagia” (magia de las palabras), y provoque sin darse cuenta cierta confusión: los toros en la plaza no se “mueren”: se matan.

Llama poderosamente la atención el concepto tan particular que posee D. Victorino sobre la cultura, cuando compara la belleza y el placer que proporcionan una danza, o el desarrollo de una obra de teatro, en la que los actores participan de una forma libre, con las escenas sangrientas, dolorosas y de muerte que tiene lugar en una corrida de toros, en las cuales los animales son rehenes, esclavos y víctimas de dicho “festejo”. ¿Aceptamos a los mataderos como bienes culturales, y patrimonios de la nación? ¿Otorgamos a los matarifes la condición de artistas?

Las sociedades avanzan y evolucionan. Los animalistas abogan por que la tauromaquia se transforme y se convierta en una actividad respetuosa con el medioambiente, los animales y las personas, entre las cuales merecen especial consideración los menores. Las explotaciones avícolas y ganaderas, formadas por toros, vacas, cabras y ovejas, entre otros, pueden seguir viviendo en las dehesas y en el mundo rural, con una mayor dignidad y calidad de vida, gracias a los ganaderos (entre los cuales también existen animalistas), y a los animalistas que sostienen proyectos como zoos de animales exóticos, protectoras, o santuarios.

Ni la ganadería se ve en estas horas bajas de la tauromaquia sin futuro, ni la ganadería se verá perjudicada por la transformación de la Tauromaquia. El hombre posee en la actualidad suficientes productos y recursos, con los cuales puede alimentarse de una forma sana y equilibrada, evitando como recomiendan los facultativos el sedentarismo y un excesivo consumo de carnes rojas, sin necesidad de perjudicar su medio natural, como día a día demuestran los agricultores. La economía a su vez puede verse reforzada con la incorporación de nuevos cultivos y explotaciones ganaderas, como es el caso de las granjas de avestruces.

Le corresponde ahora a la opinión pública dilucidar quiénes son las víctimas y quiénes los verdugos. Quiénes tienen las manos limpias, y quiénes manchadas de sangre.


José luis Meléndez. Madrid, 2 de febrero del 2019
Fuente de la imagen: wikimedia.commons.org

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