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29 de junio de 2015

Sentimiento animal

¿Por qué viven menos que nosotros estos seres tan encantadores...?

Se llamaba Copito. Era el amor de mi mascota. Un perro pequeño, mezcla de pequinés y todo blanco. De ahí su nombre. Tenían el "traje" de novios cambiado. Él vestía pelo blanco, y el de mi mascota, Kutxi era de color negro. Siempre que se veían, o yo le llamaba, venía la más de contento corriendo a saludarme, a mí y a su "chica". Era tan alegre, bueno, cariñoso, y guapo, que algunas personas le insistían a Manuel, su dueño que se lo vendieran.

¡Qué enorme acierto el de su manada humana!, haberle puesto un nombre tan apropiado, tan fresco, limpio, inocente y tierno. Y que castigo el que sufrimos los humanos a la hora de ponernos nombres. Reconozcámoslo: seguimos siendo poco originales, a la hora de nombrarnos. Si bien es cierto que existen nombres de mujer bellos y alegóricos que hacen honor a la naturaleza, a la paz, a la alegría y otras ejemplares cualidades, los del género masculino serían más numerosos, divertidos y menos monótonos, sino hubiéramos tenido la santa manía de acudir de manera insistente al santoral (valga la redundancia). Y si no pregúntense: ¿no es una vergüenza que algunas mascotas tengan nombres más bonitos, originales y simbólicos que los humanos…?

Kutxi y Copo, se gustaron desde el principio. Sus encuentros eran de lo más románticos. Aunque las pretensiones de Copito eran ir más lejos, ellos, a diferencia de nosotros los humanos, supieron distinguir y separar el amor del sexo. "Hacer el amor". Ja, ja, ja, ¡qué risa! ¿Y ahora cariño que hemos hecho "el amor", qué hacemos? ¿Nos separamos temporalmente, tú a lo tuyo, y yo a lo mío...? El amor no es algo que se hace en media hora. Es un concepto más espiritual, profundo, y sostenido en el tiempo. Ellos lo sabían, y no necesitaron consumar el acto, ni disfrazarlo de falsas vestiduras, para justificarlo y avergonzarse de ello. Copito lo entendió muy bien, aunque de vez en cuando lo pasaba mal, cuando Kutxi tenía el celo. Quizás por eso supieron conservar su sentimiento animal hasta el final de sus días.

Como especie “inferior” supieron divinizar y espiritualizar su amor, sin necesidad de ir más allá. Los besos, los juegos, y las caricias eran lo suficientemente sinceras y elocuentes, y no necesitaron recurrir a otro tipo de sucedáneos edulcorados.
El otro día en el parque, dos vecinas se saludaron, e instantes después se comunicaron el triste final: ¿“Sabes que a Copito, le atropellaron el otro día, y ha muerto?". Nada más conocer la noticia, en un acto reflejo evité acercarme, como para que Kutxi no se enterara. La cogí y dimos el paseo habitual, mientras intentaba asumir la noticia, y hacer el duelo, mientras recordaba alguna de sus escenas en compañía de su amada.

Siento una rabia inmensa, de no haber sacado ninguna imagen de los dos juntos. Una de las pocas ventajas de ser animal, es que te no te enteras de muchas barbaridades, y que estas noticias les llegan más tarde, y quizás de una manera menos brusca. Estoy seguro que cuando nos crucemos de nuevo con Manuel, Kutxi vea a “Chispa”, su otra mascota, y no vea a Copito, después de mirar y buscarle con la mirada por todos lados, comprenderá y asumirá esta enorme pérdida.

Y mientras intento evitar el pensar por todos los medios en lo ocurrido, una pregunta insistente aún me fustiga el alma: ¿por qué viven menos que nosotros estos seres tan encantadores...?

José Luis Meléndez. Madrid, 29 de Junio del 2015.
Fuente de la imagen: Flickr.com

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