Intento medir, antes de volver, la distancia que me separa de la realidad, y de mi mismo.
Se acabaron las carreras. La rodilla izquierda ha quedado definitivamente resentida por las prisas, y el ímpetu que en su día derroché, con la intención de llegar con la suficiente antelación, al septuagésimo quinto aniversario de la muerte de Machado. Un solemne y emotivo acto, que tuvo lugar el año pasado en El Ateneo, el cual recuerdo con especial cariño. Imagino la escena, y el cariñoso reproche del profesor: “caminante no hay camino, se hace camino al andar”.
Desde entonces, he sustituido el footing por la natación, he incorporado el paseo Machadiano como ejercicio diario, y presumo como usuario de utilizar para mis desplazamientos, el mejor vehículo jamás inventado: el cuerpo humano. Una oportunidad y una excusa perfecta, para escapar del mundo virtual, y percibir con todos los sentidos, la realidad palpitante de la calle.
Ya en el exterior, sin radio, móvil, ni portátil, siento y agradezco la anhelada libertad del peatón desmotorizado. Las caricias del aire en mi cara, y el calor del sol relajando mi cuerpo. Oigo e intento escuchar el lenguaje piador, y los cantos alegres y matutinos de las aves, y respondo con mi mejor sonrisa, al saludo sonoro y corpóreo que los brazos de los árboles me dedican, con el movimiento de sus hojas.
Bienvenido a la realidad. Respiro el aroma floral de las plantas, y un olor húmedo y refrescante a hierba y a tierra mojada, asciende desde el suelo hasta las vías respiratorias, inundando en una única y profunda inspiración, el interior de mis pulmones. Siento como el corazón y la mente se abren como una flor, y aprovecho la ecuanimidad del instante, para intercambiar emociones con los viandantes y sus mascotas. Hoy no voy a permitir que los emoticonos castren la capacidad expresiva de mis palabras, y de mi lenguaje no verbal.
Enseguida noto los saludables beneficios del paseo. Como estimula mis sentidos, y los humaniza. Mientras las inquietudes, ideas y pensamientos se resuelven, ordenan y encajan con la precisa arquitectura de un tetrix, en el interior de mi cerebro. El ciudadano de la gran urbe, encapsulado y preso, ha logrado una vez más, salir y escapar de las vidriosas cabinas urbanas que forman las habitaciones, los autobuses, los vagones y los coches, y transformarse por un momento en un caminante libertario y provinciano.
Mientras el alma secuestrada por los estímulos artificiales, apura sus últimos momentos para buscarse y encontrarse consigo misma, y las cárceles vidriosas esperan impacientes el regreso de su inquilino y ex presidiario urbanita, intento medir antes de volver, la distancia que me separa de la realidad, y de mi mismo.
José Luis Meléndez. Madrid, 4 de Marzo del 2015
Fuentes de las imágenes: Flickr.com
Se acabaron las carreras. La rodilla izquierda ha quedado definitivamente resentida por las prisas, y el ímpetu que en su día derroché, con la intención de llegar con la suficiente antelación, al septuagésimo quinto aniversario de la muerte de Machado. Un solemne y emotivo acto, que tuvo lugar el año pasado en El Ateneo, el cual recuerdo con especial cariño. Imagino la escena, y el cariñoso reproche del profesor: “caminante no hay camino, se hace camino al andar”.
Desde entonces, he sustituido el footing por la natación, he incorporado el paseo Machadiano como ejercicio diario, y presumo como usuario de utilizar para mis desplazamientos, el mejor vehículo jamás inventado: el cuerpo humano. Una oportunidad y una excusa perfecta, para escapar del mundo virtual, y percibir con todos los sentidos, la realidad palpitante de la calle.
Ya en el exterior, sin radio, móvil, ni portátil, siento y agradezco la anhelada libertad del peatón desmotorizado. Las caricias del aire en mi cara, y el calor del sol relajando mi cuerpo. Oigo e intento escuchar el lenguaje piador, y los cantos alegres y matutinos de las aves, y respondo con mi mejor sonrisa, al saludo sonoro y corpóreo que los brazos de los árboles me dedican, con el movimiento de sus hojas.
Bienvenido a la realidad. Respiro el aroma floral de las plantas, y un olor húmedo y refrescante a hierba y a tierra mojada, asciende desde el suelo hasta las vías respiratorias, inundando en una única y profunda inspiración, el interior de mis pulmones. Siento como el corazón y la mente se abren como una flor, y aprovecho la ecuanimidad del instante, para intercambiar emociones con los viandantes y sus mascotas. Hoy no voy a permitir que los emoticonos castren la capacidad expresiva de mis palabras, y de mi lenguaje no verbal.
Enseguida noto los saludables beneficios del paseo. Como estimula mis sentidos, y los humaniza. Mientras las inquietudes, ideas y pensamientos se resuelven, ordenan y encajan con la precisa arquitectura de un tetrix, en el interior de mi cerebro. El ciudadano de la gran urbe, encapsulado y preso, ha logrado una vez más, salir y escapar de las vidriosas cabinas urbanas que forman las habitaciones, los autobuses, los vagones y los coches, y transformarse por un momento en un caminante libertario y provinciano.
Mientras el alma secuestrada por los estímulos artificiales, apura sus últimos momentos para buscarse y encontrarse consigo misma, y las cárceles vidriosas esperan impacientes el regreso de su inquilino y ex presidiario urbanita, intento medir antes de volver, la distancia que me separa de la realidad, y de mi mismo.
José Luis Meléndez. Madrid, 4 de Marzo del 2015
Fuentes de las imágenes: Flickr.com
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