La musa espera impaciente para ofrecer a los amantes, su sinfonía de palabras
¡Ahí está...!: como un hombre enamorado que intenta ocultar los sentimientos a su prometida, por miedo a que se rompa el prodigioso hechizo de su amor, la escritura. Su pluma, recostada en el cubilete de la estantería, se insinúa a él, con su esbelto cuerpo.
Antes que los dedos de él lleguen a abrazarla, se acerca a ella, y, con una mirada corta, pero intensa, le pregunta: ¿bailas...? El cómplice silencio de ella, hace intuir al escritor su afirmativa respuesta: la toma, y la lleva hasta la pista de baile, que bajo forma de folio, yace al lado de su cama.
Ya es de noche, y la musa, como si de un disk jockey se tratase, espera impaciente para ofrecer a los amantes su sinfonía de palabras. Él la abraza, y, en medio de un pasional arrebato, acaricia y desnuda la mitad inferior de su cuerpo, tan perfecto como deseado.
Después de agacharse hasta su hoja, y, llevado por el éxtasis de tan erótica danza, consiguen llegar juntos hasta la extenuación, mojando la pista con sus últimas palabras ya ilegibles, y entre borrones de tinta.
Todo estaba dicho...
José Luis Meléndez Solórzano. Madrid, 02 de Febrero del 2014
¡Ahí está...!: como un hombre enamorado que intenta ocultar los sentimientos a su prometida, por miedo a que se rompa el prodigioso hechizo de su amor, la escritura. Su pluma, recostada en el cubilete de la estantería, se insinúa a él, con su esbelto cuerpo.
Antes que los dedos de él lleguen a abrazarla, se acerca a ella, y, con una mirada corta, pero intensa, le pregunta: ¿bailas...? El cómplice silencio de ella, hace intuir al escritor su afirmativa respuesta: la toma, y la lleva hasta la pista de baile, que bajo forma de folio, yace al lado de su cama.
Ya es de noche, y la musa, como si de un disk jockey se tratase, espera impaciente para ofrecer a los amantes su sinfonía de palabras. Él la abraza, y, en medio de un pasional arrebato, acaricia y desnuda la mitad inferior de su cuerpo, tan perfecto como deseado.
Después de agacharse hasta su hoja, y, llevado por el éxtasis de tan erótica danza, consiguen llegar juntos hasta la extenuación, mojando la pista con sus últimas palabras ya ilegibles, y entre borrones de tinta.
Todo estaba dicho...
José Luis Meléndez Solórzano. Madrid, 02 de Febrero del 2014
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