Dulcinea, una historia de amor
En un lugar de Castilla, de cuyo nombre quiero acordarme, entre las provincias de Segovia y Ávila, conocido como El Espinar, deambula desde hace quince días por la cuneta de la carretera de dicha localidad, una zagala mestiza de cuatro patas, con el apodo de Dulcinea. Quién le iba a decir a esta perrita vagabunda de pelo blanco y gris, que en su temprana infancia - tenía entonces un año de edad, o lo que es lo mismo siete de nuestros años - iba a presenciar y a ser protagonista, de una de las más precoces, duras, y bonitas historias de amor canino.
Callejero por obligación, y con antecedentes de posible abandono, su compañero, un can de color canela yace sobre la hierba seca de la cuneta. Un desgraciado accidente en forma de atropello, ha acabado con su vida. Quijote, su amigo especial, con el cual compartió comidas, juegos, infortunios, calor y “lamebesos” permanece dormido, y a pesar de sus continuos y desesperados intentos de reanimación, su amiga del alma no sabe de qué forma despertarle. Los dos mantuvieron una relación común, sin propiedades, ni egoísmos. Su único interés era estar juntos. Su única herencia la fidelidad de su amor. Su mejor defensa el cariño compartido ante las duras vicisitudes diarias de la vida.
Dulcinea carece de las habilidades suficientes para enterrar a su compañero. Cabe imaginarse en comparación con nuestros cortos días de ceremonia social y asistida, la impotencia y el desgaste emocional que el animal pudo sentir durante las dos semanas que duró el velatorio, sola, a la intemperie, y durante las veinticuatro horas del día, “en compañía” de su ser amado.
¿Por qué a él? El “asesinato” de su compañero era incomprensible para un alma inocente, y un corazón bondadoso como el de Dulcinea. Acababan de robarle lo más grande de su vida. La conmoción, el desgarro de su dolor, y la vergüenza ajena que Dulcinea sintió durante esos días por la raza humana, no iban a poder borrarse de su corazón y de su mente en cuestión de pocos días.
Los conductores que pasan a diario por la carretera, son los primeros testigos presenciales de tan enternecedora y sobrecogedora escena. Alguno de ellos, conmovido por los acontecimientos, tiene la gentileza de dejarle comida a diario. Otras personas habituales de dicho trayecto como camioneros, o trabajadores de la zona, no dan crédito a lo que un día y otro ven sus ojos: el cuerpo inquieto de Dulcinea cuando no clavado al lado de su compañero, merodeando con la única finalidad de calmar la angustia de su desesperación y de su impotencia. Durante el día se la puede ver como se juega la vida y esquiva como puede los coches que circulan por la vía. Quince largos días de invierno han tenido que transcurrir, hasta que alguien, en última instancia, se ha dignado a llamar a la Asociación El Refugio, y dar el correspondiente aviso de rescate.
Nacho Paunero, presidente de dicha asociación, acompañado por unos voluntarios, se personan en el lugar indicado. El primer día, a pesar de los reiterados intentos de aproximación, los esfuerzos no logran conseguir su objetivo. La confianza hacia esta especie bípeda se ha roto, y no por culpa suya, ni por falta de motivos. Las cerbatanas no pueden llegar a la distancia proporcional que Dulcinea ha impuesto en defensa propia. Al día siguiente, los voluntarios de El Refugio, reanudan las labores de rescate. Uno de los dardos de la cerbatana, logra impactar en el cuerpo de Dulcinea, y una vez dormida, es trasladada, al centro de acogida de dicha Asociación.
La historia insólita, no tarda en saltar a los medios de comunicación, aquel Marzo del dos mil diez. En solo un par de días, Dulcinea consigue entrar en los hogares españoles, y en el corazón de cada uno de los lectores, escuchantes, y espectadores que reciben dicha historia con un semblante de perplejidad y de admiración infinita.
Los días escasos que Dulcinea está en el centro de acogida de la Asociación, son en principio momentos de añoranza de su amigo especial, de desconfianza hacia sus nuevos compañeros, y de miedo con respecto a los visitantes. Gracias a la sensibilidad y el acercamiento diario de los voluntarios, Dulcinea empieza a sentirse tranquila, al comprobar que en el interior de algunos animales racionales, existen sentimientos tan profundos como los que ella todavía siente por Quijote.
Las llamadas de los futuros tutores, y la lista de espera para su adopción, es más que numerosa. Aquel viernes, El Refugio llama a una joven pareja, Laura y Francisco José, y les comunica que van a ser los futuros padres adoptivos de Dulcinea. Laura no consigue dar crédito a la buena noticia que le acaban de comunicar, y después de atender el teléfono, se derrumba por la emoción contenida. El trabajo empleado por Laura en buscar el teléfono en internet, ha dado los resultados esperados. El anuncio de televisión que solicitaba su adopción, no reflejaba este dato, quizás para no bloquear la centralita de la Asociación, y poder atender en los días sucesivos las peticiones de ayuda de otros compañeros en parecidas circunstancias.
Nunca olvidarán aquel viernes en el que fueron llamados para comunicarles que habían sido elegidos para formar una nueva familia, ni los momentos del viaje previos a su recogida, en los cuales Laura no puede contener las lágrimas de la emoción, y rompe a llorar. Por fin el encuentro deseado. Unas manos todavía temblorosas pero repletas de cariño, acarician el cuerpo de Dulcinea, mientras esta olfatea los primeros olores de la que va a ser su nueva manada. Los méritos de Dulcinea, pronto son reconocidos por los lectores, los oyentes, y los telespectadores. Con sus escasos recursos logra varios objetivos: conseguir llamar la atención de los viandantes, ser rescatada días después gracias al cariño que sentía por Quijote, y posteriormente ser adoptada.
De escasa experiencia vital, carente de formación moral alguna, Dulcinea ha sido capaz de una forma natural, de establecer y mantener en el tiempo un afecto sincero, auténtico y nada retorcido como el del ser humano. No se ha visto en la necesidad de establecer ningún contrato que le haga perdurar una relación interesada, y desde su inicio sospechosa. Su ejemplo, lejos de ser un simple acontecimiento, es hoy una lección en la cual, el valor de la fidelidad mantenido más allá de los últimos momentos, de manera incondicional, sobrepasa con creces, los límites del egoísmo humano.
-¿Por qué el nombre de Dulcinea? Pregunta uno de los reporteros de un medio gráfico a Nacho Paunero.
-“No lo sé. Tenemos entre nuestros voluntarios, verdaderos especialistas, a la hora de asignar apodos. Quizás sea por lo dulce que es, a pesar de todo lo que ha tenido que pasar”, contesta Paunero.
Quijote, el caballero andante y yaciente de la triste figura, fue injusta y mortalmente herido en una batalla en la cual no tuvo oportunidad de defenderse. Dulcinea como personificación del amor, luchó y consiguió con su aullido silencioso, rescatar su historia, su amor y su nombre. Un final feliz gracias a la participación ciudadana, de voluntarios, y profesionales, pero sobre todo gracias al protagonismo de una gran dama.
¡Gracias Dulcinea!
José Luis Meléndez. Madrid, 2 de Septiembre del 2014.
Fuente de la imagen: Que.es
En un lugar de Castilla, de cuyo nombre quiero acordarme, entre las provincias de Segovia y Ávila, conocido como El Espinar, deambula desde hace quince días por la cuneta de la carretera de dicha localidad, una zagala mestiza de cuatro patas, con el apodo de Dulcinea. Quién le iba a decir a esta perrita vagabunda de pelo blanco y gris, que en su temprana infancia - tenía entonces un año de edad, o lo que es lo mismo siete de nuestros años - iba a presenciar y a ser protagonista, de una de las más precoces, duras, y bonitas historias de amor canino.
Callejero por obligación, y con antecedentes de posible abandono, su compañero, un can de color canela yace sobre la hierba seca de la cuneta. Un desgraciado accidente en forma de atropello, ha acabado con su vida. Quijote, su amigo especial, con el cual compartió comidas, juegos, infortunios, calor y “lamebesos” permanece dormido, y a pesar de sus continuos y desesperados intentos de reanimación, su amiga del alma no sabe de qué forma despertarle. Los dos mantuvieron una relación común, sin propiedades, ni egoísmos. Su único interés era estar juntos. Su única herencia la fidelidad de su amor. Su mejor defensa el cariño compartido ante las duras vicisitudes diarias de la vida.
Dulcinea carece de las habilidades suficientes para enterrar a su compañero. Cabe imaginarse en comparación con nuestros cortos días de ceremonia social y asistida, la impotencia y el desgaste emocional que el animal pudo sentir durante las dos semanas que duró el velatorio, sola, a la intemperie, y durante las veinticuatro horas del día, “en compañía” de su ser amado.
¿Por qué a él? El “asesinato” de su compañero era incomprensible para un alma inocente, y un corazón bondadoso como el de Dulcinea. Acababan de robarle lo más grande de su vida. La conmoción, el desgarro de su dolor, y la vergüenza ajena que Dulcinea sintió durante esos días por la raza humana, no iban a poder borrarse de su corazón y de su mente en cuestión de pocos días.
Los conductores que pasan a diario por la carretera, son los primeros testigos presenciales de tan enternecedora y sobrecogedora escena. Alguno de ellos, conmovido por los acontecimientos, tiene la gentileza de dejarle comida a diario. Otras personas habituales de dicho trayecto como camioneros, o trabajadores de la zona, no dan crédito a lo que un día y otro ven sus ojos: el cuerpo inquieto de Dulcinea cuando no clavado al lado de su compañero, merodeando con la única finalidad de calmar la angustia de su desesperación y de su impotencia. Durante el día se la puede ver como se juega la vida y esquiva como puede los coches que circulan por la vía. Quince largos días de invierno han tenido que transcurrir, hasta que alguien, en última instancia, se ha dignado a llamar a la Asociación El Refugio, y dar el correspondiente aviso de rescate.
Nacho Paunero, presidente de dicha asociación, acompañado por unos voluntarios, se personan en el lugar indicado. El primer día, a pesar de los reiterados intentos de aproximación, los esfuerzos no logran conseguir su objetivo. La confianza hacia esta especie bípeda se ha roto, y no por culpa suya, ni por falta de motivos. Las cerbatanas no pueden llegar a la distancia proporcional que Dulcinea ha impuesto en defensa propia. Al día siguiente, los voluntarios de El Refugio, reanudan las labores de rescate. Uno de los dardos de la cerbatana, logra impactar en el cuerpo de Dulcinea, y una vez dormida, es trasladada, al centro de acogida de dicha Asociación.
La historia insólita, no tarda en saltar a los medios de comunicación, aquel Marzo del dos mil diez. En solo un par de días, Dulcinea consigue entrar en los hogares españoles, y en el corazón de cada uno de los lectores, escuchantes, y espectadores que reciben dicha historia con un semblante de perplejidad y de admiración infinita.
Los días escasos que Dulcinea está en el centro de acogida de la Asociación, son en principio momentos de añoranza de su amigo especial, de desconfianza hacia sus nuevos compañeros, y de miedo con respecto a los visitantes. Gracias a la sensibilidad y el acercamiento diario de los voluntarios, Dulcinea empieza a sentirse tranquila, al comprobar que en el interior de algunos animales racionales, existen sentimientos tan profundos como los que ella todavía siente por Quijote.
Las llamadas de los futuros tutores, y la lista de espera para su adopción, es más que numerosa. Aquel viernes, El Refugio llama a una joven pareja, Laura y Francisco José, y les comunica que van a ser los futuros padres adoptivos de Dulcinea. Laura no consigue dar crédito a la buena noticia que le acaban de comunicar, y después de atender el teléfono, se derrumba por la emoción contenida. El trabajo empleado por Laura en buscar el teléfono en internet, ha dado los resultados esperados. El anuncio de televisión que solicitaba su adopción, no reflejaba este dato, quizás para no bloquear la centralita de la Asociación, y poder atender en los días sucesivos las peticiones de ayuda de otros compañeros en parecidas circunstancias.
Nunca olvidarán aquel viernes en el que fueron llamados para comunicarles que habían sido elegidos para formar una nueva familia, ni los momentos del viaje previos a su recogida, en los cuales Laura no puede contener las lágrimas de la emoción, y rompe a llorar. Por fin el encuentro deseado. Unas manos todavía temblorosas pero repletas de cariño, acarician el cuerpo de Dulcinea, mientras esta olfatea los primeros olores de la que va a ser su nueva manada. Los méritos de Dulcinea, pronto son reconocidos por los lectores, los oyentes, y los telespectadores. Con sus escasos recursos logra varios objetivos: conseguir llamar la atención de los viandantes, ser rescatada días después gracias al cariño que sentía por Quijote, y posteriormente ser adoptada.
De escasa experiencia vital, carente de formación moral alguna, Dulcinea ha sido capaz de una forma natural, de establecer y mantener en el tiempo un afecto sincero, auténtico y nada retorcido como el del ser humano. No se ha visto en la necesidad de establecer ningún contrato que le haga perdurar una relación interesada, y desde su inicio sospechosa. Su ejemplo, lejos de ser un simple acontecimiento, es hoy una lección en la cual, el valor de la fidelidad mantenido más allá de los últimos momentos, de manera incondicional, sobrepasa con creces, los límites del egoísmo humano.
-¿Por qué el nombre de Dulcinea? Pregunta uno de los reporteros de un medio gráfico a Nacho Paunero.
-“No lo sé. Tenemos entre nuestros voluntarios, verdaderos especialistas, a la hora de asignar apodos. Quizás sea por lo dulce que es, a pesar de todo lo que ha tenido que pasar”, contesta Paunero.
Quijote, el caballero andante y yaciente de la triste figura, fue injusta y mortalmente herido en una batalla en la cual no tuvo oportunidad de defenderse. Dulcinea como personificación del amor, luchó y consiguió con su aullido silencioso, rescatar su historia, su amor y su nombre. Un final feliz gracias a la participación ciudadana, de voluntarios, y profesionales, pero sobre todo gracias al protagonismo de una gran dama.
¡Gracias Dulcinea!
José Luis Meléndez. Madrid, 2 de Septiembre del 2014.
Fuente de la imagen: Que.es
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