Traductor

4 de julio de 2024

Nadie sobra

Nadie sobra en ningún país del mundo

Tres de julio del 2024. Estación de metro de Pan Bendito. Me dispongo a entrar después de intentar hacer una gestión en la Comunidad de Madrid. Tres menores intentan salir por los torniquetes de entrada. Les oriento hacia las puertas de salida.

Una vez dentro, sentado en el andén, mientras ordeno papeles, veo que los mismos jóvenes de antes se dirigen hacia mí. Uno de ellos, el que mejor español habla, me pregunta por la línea 6. Me ofrezco a acompañarles por la buena impresión que me dan. Les pregunto a que estación se dirigen. Responde uno de ellos que a República Argentina.

Se trata de tres menores de color, mal conocidos como MENAS. Me ofrezco a acompañarles hasta la estación de Pacífico. Por la conversación que mantenemos, me dicen que provienen de un centro que la Cruz Roja tiene en Carabanchel. Llevan, según me cuentan, tres meses, y entre otras cosas, están aprendiendo español. Tienen 17 años y son amigos.

Se dirigen a la embajada de Mali. Allí con una partida de nacimiento, van a solicitar un pasaporte que les permita ir a la Policía Nacional para que a su vez les haga un reconocimiento médico, imprescindible y previo para su ingreso en un centro de acogida de menores.

Son más altos que yo y tienen una mirada madura que no se corresponde con su edad. Se nota que están aseados. En todo momento se dirigen a mi sin avasallar y en un tono de voz bajo. Agradecen mi atención.

Un viajero nos interrumpe y se alegra al vernos. Se dirige visualmente a mí y me pregunta si soy su tutor, ya que ha visto en mi polo gris una pegatina oficial de la Comunidad que aún no me he quitado. Le digo que no, que soy un viajero. Se alegra y me agradece la ayuda y antes de bajarse les anima a los niños.

Durante el trayecto les apunto en uno de los papeles que me enseñan, en el cual viene detallado su itinerario, el nombre de dos ONG´S para que pregunten por ellas en la embajada: CEAR Y ACNUR. Llegado a la estación me despido y les aconsejo que sean buenos y que tengan mucha suerte. Una sensación de humanidad hasta entonces desconocida recorre todo mi cuerpo.

Durante el viaje de regreso intento imaginarme su situación a esa edad como es la de salir de tu país sin estudios, sin maletas, sin familia ni mascotas, dejando atrás el idioma del que hasta hoy ha sido el tuyo. Tu casa, tu cultura, tal vez tu primer amor. Todo de raíz, de una sola vez, de un solo golpe. Jugándote la única vida que tienes en un trayecto, sin saber si vas a sobrevivir o a saber nada más de los tuyos o de ti mismo, incluidos los que van contigo.

A la mañana siguiente decido ir a la biblioteca. En un momento dado entran dos menores de color. Me saludan muy educadamente en tono bajo. Uno de ellos se sienta a mi lado y se conecta a la red. Al cabo del rato observo que muy formal y aplicado se encuentra siguiendo un tutorial para aprender español, adaptado a su edad.

Pasados unos instantes me dirijo a él y le pregunto si le gusta y si lo entiende. Me responde de manera afirmativa. Su mirada es la de un niño pero su actitud es la de un adolescente. Le pregunto de donde viene. Me dice que de Malí. Me pregunta por el significado de la palabra "además". Le comento que ayer conocí a unos paisanos suyos. Sonríe.

Le señalo el mapa de su país en mi pantalla y le digo que Mali no tiene mar y le pregunto desde que punto han salido. Me responde que desde Mauritania. Han venido en patera sesenta personas y ninguna ha fallecido. Me alegro por la noticia y sonrío. Me corresponde de igual forma con esa sonrisa aún de niño adolescente.

La semana pasada tuve la oportunidad de conocer a Isaac. Un joven español de unos 24 años. Está en un centro de desintoxicación por sus adiciones al alcohol y al cannabis. Sus familiares no quieren saber nada de él hasta que no se desintoxique. Ese día llovía a jarros. Ante mi imposibilidad de salir de la biblioteca, empezamos a entablar una conversación y a compartir algunas sonrisas. Al cabo del rato le traigo mis dos poemarios de los estantes de la biblioteca a su puesto de ordenador que está al lado del mío. Por suerte le han encantado. Tanto que al día siguiente constato lo que me dijo: se los ha llevado en préstamo.

Al decirle que tenía hambre, llega a ofrecerme un plátano, que amablemente rechazo. Pero su amabilidad no acaba ahí: antes de que termine de llover me ofrece su chubasquero para que no me moje, gesto que rechazo y que igualmente agradezco de corazón. Antes de irme mientras se fuma un cigarro y termina de llover me pregunta si no me importa que me cuente su vida. Le digo que no. Al final me dice si no me importa que nos crucemos los teléfonos. Acepto.

Por su aspecto lo último que cualquiera pensaría es que nuestro amigo es un sin techo. Aseado, amable, buena persona, de buena familia, pero con una adición. Al preguntarle por la comida me dice que la gente está siendo solidaria con él. En lugar de robar, suele preguntar en un restaurante marroquí. El dueño tiene la amabilidad de invitarle a sentarse y suele sacarle un bocadillo del tamaño de casi una barra de pan. Una emotiva escena de un inmigrante proporcionando comida a un nacional y una lección de la que algunos debieran tomar nota, en lugar de hablar de la delincuencia residual habida en dicho colectivo y no de la violencia criminal, producida entre compatriotas nacionales de nuestro país. Hace unos días, Isaac ha echado una solicitud y le han aceptado como operario en uno de los camiones de limpieza del Ayuntamiento.

Me pregunto en qué mundo vive la gente que además de estigmatizar a la gente necesitada, y de no ayudarla, pretenden devolverla a sus países de origen sin escucharles, sin mirarles a la cara o compartir una conversación con ellos. Todo ello sin ofrecer ningún plan a su país, ante la falta de natalidad que padece desde hace décadas. ¿Qué religión profesan estas personas? ¿Qué valores morales albergan dentro de su hipotética alma? ¿Qué educación han recibido? ¿En qué ambientes se han criado?

Los migrantes son personas vulnerables que huyen de condiciones infrahumanas de sus países de origen. Un país deja de ser humano cuando rechaza la entrada de estas personas necesitadas mientras deja entrar a personas que vienen a divertirse o a descansar con sus arcas llenas.

Nadie sobra en ningún país del mundo. Lo que sobran son las políticas discriminatorias y los políticos que las firman. ¿Son tal vez a ellos a quienes habría que introducir en una patera con destino a estos países, sin posibilidad de retorno a su país de origen, hasta que adquiriesen la humanidad de la que hacen gala sus ciudadanos?

La solución, desde luego, además de salir más barata, conseguiría dar una imagen mucho más digna, de nuestro país al mundo.

José Luis Meléndez. Madrid, 4 de julio del 2024. Fuente de la imagen: pixabay.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario