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12 de diciembre de 2023

La reconciliación

La normalidad me ha vuelto a reconciliar con la vida

Suena el despertador. Son las siete y media de la mañana. A las nueve tengo cita en el centro de salud con mi atractiva doctora de “Atención Primaria”. Nunca mejor dicho... Un buen motivo para levantarse, acicalarse e ir como un pincel a la cita médica, si no fuese porque desde hace seis larguísimos meses  he esperado una ecografía urológica en la sanidad pública madrileña.

Hoy se cumplen quince días desde que me hicieron aquella prueba en la cual pude comprobar en el monitor una figura geométrica de forma circular, dotada del poder suficiente de levantar en la mente y en el estado anímico de uno las correspondientes suspicacias. Suspicacias que nunca llegaron a convertirse temores.

Seis meses y quince días en los cuales uno se ve abocado a considerar todo tipo de escenarios, tanto vitales como ultra existenciales. Seis meses y quince días en los cuales uno entra y sale de esa neblina con la misma incertidumbre pero con la creciente preocupación de “ y si…”, como consecuencia de una pérdida de peso de tres kilos.

Para colmo, o quién sabe si como protección, la niebla de esta mañana, envuelve mi cuerpo y mi alma en este día gris. Un paisaje también típico a la hora de ser el destinatario de un mal presagio. Un escenario propicio para recibir cualquier noticia capaz de estremecer a cualquiera. El terror suele venir después del susto, cuando uno tiene que despedirse por unas horas de sí mismo a la hora de la anestesia. Y quizás la tranquilidad llega al final cuando a uno no le da tiempo a despedirse de nadie.

Nada más salir del trasiego de la clínica privada en la cual me realizaron la ecografía, eufemismo de manoseo abdominal, me puse como un loco a buscar en internet resultados de ecografías urológicas. Tuve la gran suerte de dar con una de similares características a la mía, la cual compartí en mis redes sociales. Aposté a que se trataba de un quiste en un riñón. Más tarde pregunté a algún familiar y me confesó que otros parientes míos también lo tenían y que no requería intervención.

Pero esa imagen que aprecié en el monitor y que se quedó fija al final de la prueba y en las neuronas más recónditas de mi cerebro, era solo uno de los posibles síntomas o dolencias que podía tener, ya que no eran visibles el resto de tomas que me realizaron por espacio de un cuarto de hora.

Ya hoy, en la sala de espera del centro de salud, me sorprendo a mi mismo de la tranquilidad y entereza con la que he llevado estos seis meses y quince días. Después de unos instantes he comprendido el por qué. Han sido ciento noventa y cinco días y ciento noventa y cinco noches en las cuales uno ha manejado todo tipo de escenarios. La vida o tal vez la muerte me ha cogido con lo más importante dicho y hecho. Y ese es el mayor impulso con el que uno puede irse. La vida, al fin y al cabo, es mucho más cruel que la muerte. No hay porqué preocuparse. Tal vez la preocupación sea la de seguir viviendo. La de seguir disfrutando un tercio a cambio de tres cuartas partes de sufrimiento.

Intento cambiar de escenario mental. La doctora está a punto de salir y no quiero entristecer su bello semblante. Aprovecho para recordar los tres motivos de la consulta. Instantes después se abre la puerta y pronuncian mi nombre. No es mi  doctora titular, es la doctora suplente.

Después de presentarse y de excusarse por la ausencia de mi doctora, en contra de mis previsiones, conduce la conversación de una forma amena y a la vez receptiva, lo cual agradezco, ya que me ahorra exponerle el motivo principal de la cita (bueno, el segundo, el primero podría haber sido el hablar con mi doctora).

El informe médico concluyente ha sido coincidente con las investigaciones personales que llevé a cabo, en su día, horas después de salir de la clínica. Los hipotéticos tumores han resultado ser quistes renales e inofensivos. Y la cirugía, que en su día fue descartada de una forma provisional, pasa a serlo de una manera definitiva. Al menos por el momento.

La doctora suplente me ofrece un tratamiento para otra de mis insignificantes dolencias, pero ante mi falta de síntomas y de preocupación (tal vez interés mostrado) me pregunta si desea que mejor aplacemos tres meses el tratamiento y lo trate directamente con la doctora, ante lo cual asiento firme y fervorosamente con un : “¡sí, por favor!”.

El karma parece haberse vuelto a poner de  mi parte. Ya no será necesario vivir ni pensar con la misma intensidad con la que lo he hecho estos ciento noventa y cinco días. La normalidad me ha vuelto a reconciliar con la vida.

José Luis Meléndez. Madrid, 12 de diciembre del 2023. Fuente de la imagen: wikimedia.commons.org

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