Resulta asombroso ver como en el siglo XXI, aún existen colectivos que se erigen a sí mismos como representantes de la España rural y de la sociedad civil. Agrupaciones que pretenden que la sociedad actual siga viviendo con normas propias del siglo XIX.
El siglo XX fue un siglo de indudables avances en materia de defensa de los derechos de los animales. Aunque las primeras normas europeas se promulgaron en los años 70 como la Convención Europea para la Protección de Animales en explotaciones (1978), no fue hasta 1998 cuando entró en vigor la directiva de la protección de los animales en explotaciones ganaderas, que establecía aspectos generales para la protección de otras especies (peces, reptiles, anfibios..). Directiva basada en la Convención anteriormente descrita.
En el siglo XXI, la Unión Europea, sigue apreciando y siendo consciente de la creciente sensibilidad de la sociedad con respecto a los animales, por ello ha continuado trabajando para mejorar la vida de todos ellos. Una muestra es el Código de Protección y Bienestar Animal (BOE 25/10/23) y la concienciación que existe en Europa en materia de bienestar animal queda manifiesta en una encuesta del Eurobarómetro: el 82% de los participantes respondieron que el bienestar de los animales de granja debería protegerse mejor.
Hace unos días, concretamente el 12 de diciembre se reunieron cerca de 20 colectivos en Santander, según ellos, para alzar la voz contra el animalismo. Pero cuando uno lee las declaraciones que se vertieron en dicho encuentro se da cuenta que en realidad tenía otros fines añadidos, como es el activar el enfrentamiento entre la España rural, que al parecer es de ellos y no de todos los españoles, con el mundo urbano. Pero sobre todo para defender sus formas de vida (eufemismo de negocios de explotación animal). En resumidas cuentas, sus costumbres y tradiciones empresariales, que a su vez son, según ellos, también culturales.
Hasta ahora uno creía que la cultura estaba basada en la creatividad y que por tanto eran necesarias unas mínimas dosis de sensibilidad o de una cierta aportación intelectual por parte de sus actores. Pues resulta que no. Así que podemos hablar de las culturas de la tortura y del sufrimiento llevadas a cabo en “festejos” taurinos o fiestas populares, en las cuales se sigue maltratando animales. Muchas de ellas en el mundo rural en el que al parecer todos los asistentes viven.
De esta forma tuvieron que promulgarse leyes para que muchos de los tenedores de animales y mascotas, gracias a los defensores de los animales (animalistas), se preocupasen un poco de sus propios animales (la cultura y la responsabilidad, ya ven, no siempre van unidas). Pero lo que más llama la atención es que dichos colectivos tan preocupados por la conservación de los montes, tampoco llevan a cabo actividades encaminadas a fomentar la cría de especies en peligro de extinción en la España rural en la que ellos al parecer viven. Y en consecuencia tienen que ir desde las ciudades agrupaciones animalistas y ecologistas a preocuparse también de ellas, corriendo de su bolsillo todos los gastos. Algo parecido a los pirómanos que no repueblan el bosque. Con una diferencia, al menos estos, se van con las manos vacías.
Así de malos son los animalistas que describe Manuel Gallardo, Presidente de la Real Federación de Caza, Pedro Barato, Presidente de ASAJA, o Victorino Martín presidente de la Fundación Toro de Lidia: “Es un orgullo estar rodeado de personas que han hecho de los animales el centro de su vida (negocio) y de su cultura (tradición familiar) y que están dispuestos a defender esa forma de entender el mundo (empresa)”.
Asegura el señor Gallardo que en las ciudades se sabe poco o nada del verdadero trato a los animales. Como si no fuésemos conscientes en el mundo urbano de la existencia de ningún matadero, ninguna plaza de toros, ninguna armería, ningún circo o ninguna carroza tirada por animales.
El animalismo según el presidente de ASAJA, Pedro Barato, es “una utopía destructiva que no solo pone en peligro la civilización humanista, sino que también amenaza la continuidad de los paisajes rurales y la relación histórica entre humanos y animales”. Porque son los animalistas los que mandan el ganado a los mataderos, los que salen al campo a matar animales en lugar de a rescatarlos, los que torturan antes de matar a los toros o los que velan por la totalidad de especies, incluidas las que son de su responsabilidad. Son tan destructivos los animalistas que gracias a ellos hoy existe una normativa que vela por todos los animales, incluidos los de todos los colectivos congregados.
Afortunadamente los paisajes, las ganaderías y las civilizaciones siguen existiendo y teniendo más vida, gracias a las personas que se preocupan de defenderla. Incluso los animales son más agradecidos y productivos si se les trata dignamente, como ha quedado demostrado. La cultura también se demuestra en el trato con los animales.
Utilizar a los animales urbanos como son las mascotas en comparación con los animales de trabajo, es algo absurdo y a la vez perverso. Dice el señor Gallardo que hay que querer más al perro que al hijo. Normalmente un perro suele querer más a sus tutores que lo que un empresario quiere a sus reses. Quizás sea porque sabe devolver el cariño que se le dispensa, cosa que no suele ocurrir cuando el señor Gallardo sale a matar animales. No tiene la culpa el mascotismo: el animal solo es el reflejo del trato que recibe. Aunque entiendo y respeto que el señor Gallardo quiera más a los animales muertos y no contento con su proeza asesina, luego se los coma.
Con las mascotas es posible mantener relaciones profundas porque son relaciones desinteresadas. En lugar de obtener un beneficio económico el tutor de un animal doméstico es capaz de demostrarle su cariño, desembolsando importantes cantidades de dinero, sin necesidad de explotarle con objeto amortizar dicha inversión económica. Los animalistas prefieren recibir de sus mascotas cariño, los explotadores de sus animales, dinero.
Un ideólogo especista e involucionista del siglo XIX, nunca podrá entablar una relación de amistad con un animal porque sus prejuicios supremacistas le impiden situarse a la misma altura de cualquier especie.
El problema no es el concepto de animal que existe en las grandes ciudades, es el concepto mercantilista y utilitario con el que se adquieren no animales, sino bestias de trabajo que no reciben, no ya el cariño que se les dispensa en las ciudades, sino unas mínimas condiciones de existencia. Mientras que los especistas prefieren explotar a bestias (animales sin derechos), procurándoles una existencia más corta y penosa, los animalistas se relacionan con las distintas especies como seres sintientes con objeto de mejorar y prolongar su calidad vida.
De las mascotas se aprenden valores como la empatía, la fidelidad, el amor incondicional. Valores que luego repercuten positivamente en la sociedad. Basta con leer un poco para darse cuenta de los beneficios que aportan las mascotas a la sociedad (rural y urbana). ¿Qué valores aprende un empresario de sus animales si no es capaz de invertir un mínimo de su cariño en su trato y en su psicología?
Reconocer derechos básicos de los animales no significa, equiparar animales y humanos, significa dotarlos de unos mínimos (no iguales) derechos. No se trata por tanto de “destruir” el legado cultural. Las sociedades desarrolladas a lo largo de la Historia avanzan gracias a los cambios sociales. Las tradiciones y las costumbres no son eternas. Las culturas también cambian. Y las “culturas” de la explotación y del sacrificio animal no son una excepción. Las leyes son iguales para todos.
La cultura real fomenta la ética y la moral. Lo que es extraño es ver como el especismo con sus prejuicios discrimina a los animales “inferiores” y que sean incapaces de demostrar su superioridad moral a la hora de apoyar y defender con derechos, a los seres más débiles y desvalidos. Eso no es cultura, es clasismo sectario.
El especismo puede convivir perfectamente con el animalismo. Uno puede pensar o creer (sin dar la oportunidad a los animales a que demuestren sus capacidades), que algunos animales son especies inferiores, pero eso no es excusa a la hora de defender sus derechos.
La involución y el inmovilismo de las tradiciones y de las costumbres nos retrotrae a siglos pretéritos. Las costumbres con el paso del tiempo se convierten en imposiciones desfasadas y absurdas. ¿Es señal de cultura y de ética, la tradición de comer carne de toro torturado?
La RAE define cultura como: “Conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc.”. Según esta definición podría ser cultura el canibalismo (costumbre y tradición de algunos pueblos), ya que no es necesario tener ningún tipo de valor ético o intelectual. O puedo hacerme musulmán y eructarle a cualquiera en la cara y quedar perfectamente como un hombre culto (al parecer tampoco es necesario ser educado para ser culto). Es más, los animales, menos mal que lo reconoce la RAE, también tienen su cultura, ya que tienen sus costumbres y sus modos de vida.
De la misma forma, un forofo que acude a ver a su equipo, siguiendo su "costumbre" y "tradición", es más culto que otro que en el mismo tiempo escribe o lee de forma esporádica en su casa. Solo hace falta crear o seguir una tradición o costumbre para convertirse en el acto en hombres "cultos". Da lo mismo que no haya leído un solo libro en su vida. Aunque no sepa leer ni escribir, puede ser igual de culto que el que sigue una tradición o costumbre. Por ejemplo: un hombre que tiene la costumbre de ir a la taza del servicio en su casa es más culto que otro que hace un pis ocasional en una cafetería.
Hablan de respetar las tradiciones aquellos a los que les cuesta o se resisten a acatar las leyes de bienestar animal. Y hablan de relaciones entre hombres y animales y no de los animales con los hombres. ¡Curioso! Es más, reniegan de las “imposiciones ignorantes” provenientes de las ciudades, pero se arrojan el derecho a criticar desde el mundo rural, desde el cual parece que hablan, el “sumiso mascotismo” que según ellos, existe en las ciudades.
Hablan de "ideología" animalista pero no se quejan de la "ideología" fotovoltaica ante la cual se muestran sumisos y cuyo origen se centra en las grandes “ciudades ignorantes”, a las cuales luego acuden a vender sus productos. O de la energía eólica que ha cambiado para bien los paisajes a los cuales se refería el señor Barato, y con la cual si que parece estar contento. ¡Qué desastres está creando la ecología y el animalismo en el mundo rural! Menos mal que las palabras del señor Barato, presidente de ASAJA, no son semillas, porque si no, nos hubiera dejado un árido y deprimente paisaje de esos que tanto le disgustan y que tanto le angustian.
Expongo el artículo 13 del Título II del Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea: “La Unión y los Estados miembros tendrán plenamente en cuenta las exigencias en materia de bienestar de los animales como seres sensibles”. Dan escalofríos pensar en cómo algunos animales se ven obligados a vivir (que no a convivir), con algunas personas que tienen menos sensibilidad que ellos.
José Luis Meléndez. Madrid, 18 de diciembre del 2023. Fuente de la imagen: imagen cedida por la gentileza de Susana del Hoyo.
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