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3 de diciembre de 2023

Intervenidos

Hemos pasado de ser hombres libres a ser seres humanos intervenidos por máquinas

Me encuentro en el aeropuerto Adolfo Suárez, Madrid-Barajas. Acudo a él en esta tarde de sábado con la intención de salir de la creciente indiferencia, estrés y crispación que amenazan nuestra convivencia diaria. Pero sobre todo con el deseo de reencontrarme con la humanidad que antes reinaba en las grandes ciudades.

Ante esta imperiosa necesidad de identificación y de reencuentro con mi especie, he decidido visitar el recién remodelado Aeropuerto. Mi objetivo principal, y a la vez sociológico, es dar fe de la manifestación de emociones humanas, lejos de la gran ciudad.

He de advertir que hace décadas que no visitaba el aeropuerto. Después de las cerca de cuatro horas que he deambulado por distintas terminales (T1 Y T4), he podido constatar y confirmar con el personal de llegadas, que las muestras de afecto, aunque afortunadamente siguen existiendo, han disminuido considerablemente en los últimos años.

El aeropuerto ha tomado la forma de una ciudad provista de comercios que alivian y hacen más llevaderas las estancias de los viajeros. Para integrarme en esta nueva ciudad encapsulada he consultado con el personal, como el resto de viajeros, los horarios de regreso del tren que me llevará de regreso a la estación más cercana, he visitado los aseos y he intercambiado impresiones con trabajadores que reciben directamente a los viajeros que salen o toman su vuelo.

Es cierto que no es lo mismo llegar que salir o esperar un transbordo aéreo. En las salidas tienen lugar las despedidas, que suelen diferenciarse de las llegadas porque son más traumáticas. Conviene también diferenciar las salidas de ocio, más breves y de carácter nacional por lo general, que las salidas intercontinentales que además de ser más cansadas por su duración suelen ser más espaciadas en el tiempo.

Mientras que la T4 se caracteriza por ser la terminal “amable”, según me informa un empleado, por llevar a cabo los vuelos más llevaderos como son los de ocio o nacionales, la T1 es la que soporta mayor carga emocional entre sus viajeros, ya que sus vuelos son más traumáticos debido a sus estancias mucho más prolongadas. Pero al contrario de lo que se puede llegar a pensar, no todas las llegadas al aeropuerto son alegres o “amables”. No lo son porque en estos vuelos también vienen personas que se ven obligadas a dejar su patria y a su familia. Lo hacen buscando mejores condiciones de vida. Y dejar a tus seres queridos supone un luto en vida.

Existen pocos lugares como los aeropuertos, en los cuales pueden confluir tantas emociones. El aeropuerto es la única ciudad abierta al mundo que no apaga sus luces de día ni de noche. Son inmensas infraestructuras diseñadas más para unir más que para separar. Unen almas aunque separen cuerpos, independientemente de cuál sea el sexo, la nacionalidad o la ideología.

La mayoría de personas que salen o entran en un aeropuerto, viajan acompañadas. Porque incluso las personas que viajan solas llevan en su mente y en su corazón la imagen de sus seres queridos. Las emociones son el auténtico aire que se respira en los aeropuertos y el verdadero combustible que mueve los aviones.

Me dirijo al área de salidas de la T1 por recomendación del personal, con objeto de ver escenas emotivas. La única escena que logro ver es la despedida de dos amantes que se despiden con dos besos apasionados, pero que no esperan como antes a que cualquiera de los dos desaparezca al final de los pasillos entre la multitud. Una vez traído de vuelta en uno de los autobuses que conectan las distintas terminales (T1, T2, T3 y T4), tomo asiento en el área de llegadas de la sala 10 de la T4.

Al cabo de media hora, recién entrada la noche, empiezo a ver la primera escena emotiva: la de una joven pasajera que nada más salir por la puerta se  arrodilla para abrazar a un par de gemelas pequeñas que salen a su encuentro. Pero la vista no es la única testigo de estas escenas. Minutos después se puede escuchar algún grito de alegría al percibir, después de un tiempo, que el ser querido y esperado estaba al lado de la persona que iba a recogerle.

En otro de los momentos, una joven enamorada despliega una cartulina azul para recibir a su príncipe azul en la cual se puede leer: “Bienvenido a casa” y justo al lado de dicho texto, se puede ver dibujado un avión que sale de Las Palmas. Otros aprovechan para hacerse selfies espontáneos con flores y globos con los recién llegados que inmortalizan a su llegada.

Más apartadas de las puertas se pueden ver a personas que sujetan tablets o móviles con sus nombres para que los recién llegados puedan identificarlos. O mascotas que como miembros de la familia reciben ladrando de una forma tan desmesurada y descontrolada como alegre, a sus seres queridos.

Tras una breve conversación mantenida con algún empleado de la terminal de salidas de la T4, sobre los motivos por los cuales ha disminuido esta preocupante falta de expresividad emocional llegamos a varias conclusiones. El mundo ha sufrido en el último lustro guerras, volcanes y pandemias que nos han vuelto más antisociales. A eso habría que añadir que en la última década se han producido importantes cambios tecnológicos que han modificado y enfriado nuestra forma de ser y de relacionarnos.

La tecnología, en definitiva, a través de las redes sociales, los smartphones y demás aplicaciones, ha suplantado la relación real por el contacto virtual, provocando en nuestra sociedad una degradación emocional. Es más, ha terminado por absorber gran parte del tiempo y energía que antes podíamos dedicar a relacionarnos no solo con los demás, sino con nosotros mismos. En otras palabras: han terminado por hacérnosla adictiva después de haberla logrado instalar en nuestros discos duros, tanto mentales, como emocionales, hackeando de esta forma nuestras vidas, nuestra forma de sentir y de pensar. Hemos pasado de ser hombres libres a ser seres humanos intervenidos por máquinas. Y esa frialdad ha terminado por apoderarse de nuestras emociones socavando la cantidad y la calidad de nuestras relaciones personales y sociales.

Es hora de volver y de aterrizar. Hace apenas una hora que conseguí desplegar mis alas y alzar el vuelo desde el interior de este aeropuerto. Mi llegada ha sido mucho más enriquecedora que mi salida, al haber podido culminar el viaje con las respuestas esperadas y las expectativas cumplidas.

José Luis Meléndez. Madrid, 3 de diciembre del 2023. Fuente de la imagen: wikimedia.commons.org

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