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26 de diciembre de 2023

Espíritu navideño

Espíritu navideño es saber ponerse al lado de los que sufren

Me pregunto, en estas "fiestas", si todo el despilfarro inmoral gastado en comidas excesivas y ostentosas, loterías que nunca tocan, o regalos innecesarios y/o superfluos lo donásemos a una institución de reputada seriedad que se comprometiese a certificar ante notario, que el destino de cada una de esas partidas llega a sus destinatarios, a través de los medios de comunicación.

O si donásemos directamente ese dinero a las personas que vemos todos los días del año, que viven en condiciones infrahumanas, apostados en las calles. ¿No estaríamos contribuyendo de veras  a un mundo más humano y solidario, en lugar de hacerlo a través de deseos impostados, que para más inri, nunca llegan a cumplirse?

Según la OCU, los españoles gastaremos estas Navidades, 745 euros. Suponiendo que la cifra fuese la mitad, pongamos 400 euros extras, si restamos el número de niños y adolescentes y consideramos que España tiene 40 millones de habitantes, en lugar de los 48.446.594 actuales, el presupuesto ascendería a 16.000.000.000, es decir, dieciséis mil millones de euros, el presupuesto equivalente a un ministerio. Faltaría multiplicar esta cifra por los países que celebran la Navidad. Supongamos que son cien. Nos daría una cifra de 1.600.000.000.000, es decir, de mil seiscientos millones de euros, dinero suficiente para acabar con el hambre en el mundo.

Desear felicidad exclusivamente en una etapa del calendario, es una hipocresía. La felicidad no hay que desearla, hay que procurarla material y espiritualmente. Y si los deseos manifestados no se corresponden con los hechos, nos encontramos ante un flagrante caso de hipocresía social.

Me conformaría si empezáramos a invertir ese capital con personas con las cuales nos unen auténticos lazos de amor y de amistad. Con ello estaríamos consiguiendo algo inaudito: ser sinceros con nosotros mismos y los demás  en estas fechas. Sería un bonito comienzo para dejar de establecer relaciones frígidas, carentes de emotividad y afecto. Relaciones más impuestas por el calendario que nacidas de la naturalidad y la espontaneidad.

Resulta anacrónico ver en una democracia, como hay personas que están deseando que llegue la Navidad, para someterse durante treinta días, a las cuatro dictaduras de las que consta esta etapa del año, como son su dictadura social (hay que relacionarse), espiritual (hay que asistir a los oficios), económica (hay que consumir más que durante el resto del año) y gastronómica (hay que comer y beber los mismos productos que impone el ritual).

Hace tiempo me di cuenta que el espíritu navideño no es un espíritu sano. Es un espíritu que está corrompido, que no es consecuente con el mensaje genuino de estas fechas, como es la práctica de los valores espirituales y morales sobre los materiales. Que no es un espíritu libre. Por eso aún, me sigue sorprendiendo la forma en la que la gente celebra las fiestas, que para más inri, son impuestas.

Celebrar el espíritu de la pobreza en medio de tanta ostentación considero por tanto que es una incuestionable aberración ante el pobre recién nacido. Es una falta de educación y una cruel humillación hacia todas las personas que como consecuencia de la guerra, de las catástrofes naturales, del hambre y de tantas y tantas calamidades no tienen ni medios ni fuerza moral para celebrarlas. Mucho menos constituye un gesto de amor y de paz, como se preconiza desde los altares.

Pero la Navidad no solo tiene sus víctimas humanas, formadas por aquellos que de forma indirecta se ven inducidos a celebrarla, también tiene sus víctimas mortales, como todos aquellos que mueren en los desplazamientos. Y no podemos olvidarnos de la cantidad de animales y de seres vegetales (que también son prójimo e hijos del creador), que se sacrifican en estas fechas para saciar de manera exclusiva nuestra desproporcionada y desmedida gula navideña.

La Navidad, más que alegre, pienso que debe inducir a la reflexión. A una reflexión que no tiene que ser espiritual necesariamente. Puede ser también una introspección personal. Admiro por tanto a todas aquellas personas inteligentes que para divertirse no necesitan armar jaleo ni mantener en vigilia a los vecinos. Que son capaces de exteriorizar sus estados de ánimo de una forma civilizada y que respetan la Nochebuena de los demás no condenándolos a pasar una “mala noche”. Que saben diversificar su tiempo con distintas actividades a través de paseos, lecturas, tertulias, juegos de mesa, películas, vídeos o fotos familiares para fortalecer los lazos.

Ese tipo de personas molestas y tóxicas a las que me refería anteriormente, carecen por completo de espíritu navideño. El espíritu navideño nunca es egoísta, ni antepone los derechos de uno sobre los del otro. Cabe imaginarse la de cosas que serán capaces de hacer durante el año, las personas que en tiempo de navidad, actúan así ante los más cercanos.

Muy al contrario, existen personas admirables, que en estas Navidades, sin seguir ninguna religión, motu proprio abren su proceso interior para reflexionar y pensar como pueden ayudarse a sí mismos y a los demás. Pero reconocer el marcado carácter espiritual de estas  fechas no implica desatender el aspecto intelectual. Porque preguntémonos: ¿qué es un espíritu sin intelecto? Es como un cielo sin sol, o como una lámpara sin una bombilla.

La forma en la cual se celebra la Navidad atenta contra su propio significado etimológico. Si la Navidad es sinónimo de nuevo (buena y nueva), ¿cómo es posible que se celebren todas las navidades con los mismos productos, con las mismas personas, con los mismos rituales?

He reflexionado sobre este aspecto y he llegado a la conclusión de que el problema nace cuando esa festividad cristiana pasa a convertirse en una tradición social. Ahí pierde todo su significado espiritual. No es el hombre el que tiene que adaptarse a la Navidad, es la Navidad la que tiene que adaptarse a los tiempos actuales.

La opulencia es la farsa macabra de la fiesta de la pobreza, que es la Navidad. Celebrar con nuestra alegría, la tristeza, la miseria y la penuria de una mayoría de personas que habitan en infiernos terrestres, es celebrar desde el cielo, la existencia misma del infierno. La opulencia propia de estas fiestas constituye una humillación a muchas almas que merecen y esperan una mirada empática, un gesto con el cual puedan sentirse sino identificados, al menos comprendidos, acompañados y no despreciados.

Cuando uno vive en el infierno ya no teme nada. Lo único que desea es la muerte, la nada, el no ser, que es lo mismo que el no sufrimiento. Occidente vive en un infierno moral. Desde esta parte del mundo se exportan armas para bombardear a inocentes. Ellos, sus autores, dudo si conocen que ya, antes de morir, han entrado en ese infierno moral, antesala del infierno real. De esa forma sibilina, dicen que actúa Lucifer.

A veces pienso si todos estos psicópatas que bombardean a miles de personas, se han planteado en algún momento de sus vidas, la existencia de ese infierno del cual ya no tienen salida. Porque ni suicidándose podrán librarse de él. Y termino pensando que sí, que ya conocen su destino. Por eso optan por seguir adelante, sabedores de que nada ni nadie puede librarles de semejante castigo.

Si uno considera los miles de infiernos que han dejado en la tierra podemos imaginarnos las decenas de miles de infiernos que les esperan. Aprovechar bien lo que os queda de vida, muchachos. No vais a volver a saber nada de lo que es vivir dignamente, ni de los vuestros, en mucho tiempo.

Que Dios, según dicen, sacrificara su vida para ver como se corrompe su mensaje de amor y su vida, en lugar de ver muestras de solidaridad con respecto a  los más necesitados,  o a la gente atiborrarse cuando se le da la oportunidad de todo lo contrario, sin pensar más que en ellos y en los suyos, es no de juzgado de guardia, sino de juicio final.

La Navidad es algo más que montar un belén o talar un árbol. Es contagiarse de los valores de la pobreza y de la generosidad que ofrecen esos increíbles seres que purifican nuestro aire, haciéndolo más sano y respirable. Que nos cobijan bajo sus brazos ramificados y nos ofrecen sus frutos cuando los necesitamos. Que nos esperan cada día en el mismo lugar, sin separase nunca de nosotros.

La mejor forma de “adorar” al niño es hacerlo desde adentro hacia afuera, como lo hace el manantial que brota después de saciarse a sí mismo, y es capaz de ofrecer su agua a todos los seres. La Navidad debería ser tiempo, como su nombre indica, de renovación interior. De ese interior desde el cual podemos cambiar el mundo, igual que el manantial puede cambiar con su curso  su paisaje creando nueva  flora y atrayendo a más fauna.

La Navidad es algo más que montar un belén o un árbol. Es contagiarse de los valores de la pobreza y de la generosidad que ofrecen esos increíbles seres que purifican nuestro aire, haciéndolo más sano y respirable. Que nos cobijan bajo sus brazos ramificados y nos ofrecen sus frutos cuando los necesitamos. Que nos esperan cada día en el mismo lugar, sin separase nunca de nosotros.

Es algo más que estar con la familia y los amigos, porque es Navidad, y no porque sale de adentro. El espíritu navideño, es mucho más que eso: es saber ponerse al lado de los que sufren. Y muchas personas, especies vegetales (incluidos los árboles que se talan) y animales, sufren más en estas fechas por culpa nuestra.

José Luis Meléndez. Madrid, 25 de diciembre del 2023. Fuente de la imagen: wikimedia.commons.org

19 de diciembre de 2023

Dinero o cariño

Los animalistas prefieren recibir de sus mascotas cariño, los explotadores de sus animales, dinero

Resulta asombroso ver como en el siglo XXI, aún existen colectivos que se erigen a sí mismos como representantes de la España rural y de la sociedad civil. Agrupaciones que pretenden que la sociedad actual siga viviendo con normas propias del siglo XIX.

El siglo XX fue un siglo de indudables avances en materia de defensa de los derechos de los animales. Aunque las primeras normas europeas se promulgaron en los años 70 como la Convención Europea para la Protección de Animales en explotaciones (1978), no fue hasta 1998 cuando entró en vigor la directiva de la protección de los animales en explotaciones ganaderas, que establecía aspectos generales para la protección de otras especies (peces, reptiles, anfibios..). Directiva basada en la Convención anteriormente descrita.

En el siglo XXI, la Unión Europea, sigue apreciando y siendo consciente de la creciente sensibilidad de la sociedad con respecto a los animales, por ello ha continuado trabajando para mejorar la vida de todos ellos. Una muestra es el Código de Protección y Bienestar Animal (BOE 25/10/23) y la concienciación que existe en Europa en materia de bienestar animal queda manifiesta en una encuesta del Eurobarómetro: el 82% de los participantes respondieron que el bienestar de los animales de granja debería protegerse mejor.

Hace unos días, concretamente el 12 de diciembre se reunieron cerca de 20  colectivos en Santander, según ellos, para alzar la voz contra el animalismo. Pero cuando uno lee las declaraciones que se vertieron en dicho encuentro se da cuenta que en realidad tenía otros fines añadidos, como es el activar el enfrentamiento entre la España rural, que al parecer es de ellos y no de todos los españoles, con el mundo urbano. Pero sobre todo para defender sus formas de vida (eufemismo de negocios de explotación animal). En resumidas cuentas, sus costumbres y tradiciones empresariales, que a su vez son, según ellos, también culturales.

Hasta ahora uno creía que la cultura estaba basada en la creatividad y que por tanto eran necesarias unas mínimas dosis de sensibilidad o de una cierta aportación intelectual por parte de sus actores. Pues resulta que no. Así que podemos hablar de las culturas de la tortura y del sufrimiento llevadas a cabo en “festejos” taurinos o fiestas populares, en las cuales se sigue maltratando animales. Muchas de ellas en el mundo rural en el que al parecer todos los asistentes viven.

De esta forma tuvieron que promulgarse leyes para que muchos de los tenedores de animales y mascotas, gracias a los defensores de los animales (animalistas), se preocupasen un poco de sus propios animales (la cultura y la responsabilidad, ya ven, no siempre van unidas). Pero lo que más llama la atención es que dichos colectivos tan preocupados por la conservación de los montes, tampoco llevan a cabo actividades encaminadas a fomentar la cría de especies en peligro de extinción en la España rural en la que ellos al parecer viven. Y en consecuencia tienen que ir desde las ciudades agrupaciones animalistas y ecologistas a preocuparse también de ellas, corriendo de su bolsillo todos los gastos. Algo parecido a los pirómanos que no repueblan el bosque. Con una diferencia, al menos estos, se van con las manos vacías.

Así de malos son los animalistas que describe Manuel Gallardo, Presidente de la Real Federación de Caza, Pedro Barato, Presidente de ASAJA, o Victorino Martín presidente de la Fundación Toro de Lidia: “Es un orgullo estar rodeado de personas que han hecho de los animales el centro de su vida (negocio) y de su cultura (tradición familiar) y que están dispuestos a defender esa forma de entender el mundo (empresa)”.

Asegura el señor Gallardo que en las ciudades se sabe poco o nada del verdadero trato a los animales. Como si no fuésemos conscientes en el mundo urbano de la existencia de ningún matadero, ninguna plaza de toros, ninguna armería, ningún circo o ninguna carroza tirada por animales.

El animalismo según el presidente de ASAJA, Pedro Barato, es “una utopía destructiva que no solo pone en peligro la civilización  humanista, sino que también amenaza la continuidad de los paisajes rurales y la relación histórica entre humanos y animales”. Porque son los animalistas los que mandan el ganado a los mataderos, los que salen al campo a matar animales en lugar de a rescatarlos, los que torturan antes de matar a los toros o los que velan por la totalidad de especies, incluidas las que son de su responsabilidad. Son tan destructivos los animalistas que gracias a ellos hoy existe una normativa que vela por todos los animales, incluidos los de todos los colectivos congregados.

Afortunadamente los paisajes, las ganaderías y las civilizaciones siguen existiendo y teniendo más vida, gracias a las personas que se preocupan de defenderla. Incluso los animales son más agradecidos y productivos si se les trata dignamente, como ha quedado demostrado. La cultura también se demuestra en el trato con los animales.

Utilizar a los animales urbanos como son las mascotas en comparación con los animales de trabajo, es algo absurdo y a la vez perverso. Dice el señor Gallardo que hay que querer más al perro que al hijo. Normalmente un perro suele querer más a sus tutores que lo que un empresario quiere a sus reses. Quizás sea porque sabe devolver el cariño que se le dispensa, cosa que no suele ocurrir cuando el señor Gallardo sale a matar animales. No tiene la culpa el mascotismo: el animal solo es el reflejo del trato que recibe. Aunque entiendo y respeto que el señor Gallardo quiera más a los animales muertos y no contento con su proeza asesina, luego se los coma.

Con las mascotas es posible mantener relaciones profundas porque son relaciones desinteresadas. En lugar de obtener un beneficio económico el tutor de un animal doméstico es capaz de demostrarle su cariño, desembolsando importantes cantidades de dinero, sin necesidad de explotarle con objeto amortizar dicha inversión económica. Los animalistas prefieren recibir de sus mascotas cariño, los explotadores de sus animales, dinero.

Un ideólogo especista e involucionista del siglo XIX, nunca podrá entablar una relación de amistad con un animal porque sus prejuicios supremacistas le impiden situarse a la misma altura de cualquier especie.

El problema no es  el concepto de animal que existe en las grandes ciudades, es el concepto mercantilista y utilitario con el que se adquieren no animales, sino bestias de trabajo que no reciben, no ya el cariño que se les dispensa en las ciudades, sino  unas mínimas condiciones de existencia. Mientras que los especistas prefieren explotar a bestias (animales sin derechos), procurándoles una existencia más corta y penosa, los animalistas se relacionan con las distintas especies como seres sintientes con objeto de mejorar y prolongar su calidad vida.

De las mascotas se aprenden valores como la empatía, la fidelidad, el amor incondicional. Valores que luego repercuten positivamente en la sociedad. Basta con leer un poco para darse cuenta de los beneficios que aportan las mascotas a la sociedad (rural y urbana). ¿Qué valores aprende un empresario de sus animales si no es capaz de invertir un mínimo de su cariño en su trato y en su psicología?

Reconocer derechos básicos de los animales no significa, equiparar animales y humanos, significa dotarlos de unos mínimos (no iguales) derechos. No se trata por tanto de “destruir” el legado cultural. Las sociedades desarrolladas a lo largo de la Historia avanzan gracias a los cambios sociales. Las tradiciones y las costumbres no son eternas. Las culturas también cambian. Y las “culturas” de la explotación y del sacrificio animal no son una excepción. Las leyes son iguales para todos.

La cultura real fomenta la ética y la moral. Lo que es extraño es ver como el especismo con sus prejuicios discrimina a los animales “inferiores” y que sean incapaces de demostrar su superioridad moral a la hora de apoyar y defender con derechos, a los seres más débiles y desvalidos. Eso no es cultura, es clasismo sectario.

El especismo puede convivir perfectamente con el animalismo. Uno puede pensar o creer (sin dar la oportunidad a los animales a que demuestren sus capacidades), que algunos animales son especies inferiores, pero eso no es excusa a la hora de defender sus derechos.

La involución y el inmovilismo de las tradiciones y de las costumbres nos retrotrae a siglos pretéritos. Las costumbres con el paso del tiempo se convierten en imposiciones desfasadas y absurdas. ¿Es señal de cultura y de ética, la tradición de comer carne de toro torturado?

La RAE define cultura como: “Conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc.”. Según esta definición podría ser cultura el canibalismo (costumbre y tradición de algunos pueblos), ya que no es necesario tener ningún tipo de valor ético o intelectual. O puedo hacerme musulmán y eructarle a cualquiera en la cara y quedar perfectamente como un hombre culto (al parecer tampoco es necesario ser educado para ser culto). Es más, los animales, menos mal que lo reconoce la RAE, también tienen su cultura, ya que tienen sus costumbres y sus modos de vida.

De la misma forma, un forofo que acude a ver a su equipo, siguiendo su "costumbre" y "tradición", es más culto que otro que en el mismo tiempo escribe o lee de forma esporádica en su casa. Solo hace falta crear o seguir una tradición o costumbre para convertirse en el acto en hombres "cultos". Da lo mismo que no haya leído un solo libro en su vida. Aunque no sepa leer ni escribir, puede ser igual de culto que el que sigue una tradición o costumbre. Por ejemplo: un hombre que tiene la costumbre de ir a la taza del servicio en su casa es más culto que otro que hace un pis ocasional en una cafetería.

Hablan de respetar las tradiciones aquellos a los que les cuesta o se resisten a acatar las leyes de bienestar animal. Y hablan de relaciones entre hombres y animales y no de los animales con los hombres. ¡Curioso! Es más, reniegan de las “imposiciones ignorantes” provenientes de las ciudades, pero se arrojan el derecho a criticar desde el mundo rural, desde el cual parece que hablan, el “sumiso mascotismo” que según ellos, existe en las ciudades.

Hablan de "ideología" animalista pero no se quejan de la "ideología" fotovoltaica ante la cual se muestran sumisos y cuyo origen se centra en las grandes “ciudades ignorantes”, a las cuales luego acuden a vender sus productos. O de la energía eólica que ha cambiado para bien los paisajes a los cuales se refería el señor Barato, y con la cual si que parece estar contento. ¡Qué desastres está creando la ecología  y el animalismo  en el mundo rural! Menos mal que las palabras del señor Barato, presidente de ASAJA, no son semillas, porque si no, nos hubiera dejado un árido y deprimente paisaje de esos que tanto le disgustan y que tanto le angustian.

Expongo el artículo 13 del Título II del Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea: “La Unión y los Estados miembros tendrán plenamente en cuenta las exigencias en materia de bienestar de los animales como seres sensibles”. Dan escalofríos pensar en cómo algunos animales se ven obligados a vivir (que no a convivir), con algunas personas que tienen menos sensibilidad que ellos.

José Luis Meléndez. Madrid, 18 de diciembre del 2023. Fuente de la imagen: imagen cedida por la gentileza de Susana del Hoyo.

12 de diciembre de 2023

La reconciliación

La normalidad me ha vuelto a reconciliar con la vida

Suena el despertador. Son las siete y media de la mañana. A las nueve tengo cita en el centro de salud con mi atractiva doctora de “Atención Primaria”. Nunca mejor dicho... Un buen motivo para levantarse, acicalarse e ir como un pincel a la cita médica, si no fuese porque desde hace seis larguísimos meses  he esperado una ecografía urológica en la sanidad pública madrileña.

Hoy se cumplen quince días desde que me hicieron aquella prueba en la cual pude comprobar en el monitor una figura geométrica de forma circular, dotada del poder suficiente de levantar en la mente y en el estado anímico de uno las correspondientes suspicacias. Suspicacias que nunca llegaron a convertirse temores.

Seis meses y quince días en los cuales uno se ve abocado a considerar todo tipo de escenarios, tanto vitales como ultra existenciales. Seis meses y quince días en los cuales uno entra y sale de esa neblina con la misma incertidumbre pero con la creciente preocupación de “ y si…”, como consecuencia de una pérdida de peso de tres kilos.

Para colmo, o quién sabe si como protección, la niebla de esta mañana, envuelve mi cuerpo y mi alma en este día gris. Un paisaje también típico a la hora de ser el destinatario de un mal presagio. Un escenario propicio para recibir cualquier noticia capaz de estremecer a cualquiera. El terror suele venir después del susto, cuando uno tiene que despedirse por unas horas de sí mismo a la hora de la anestesia. Y quizás la tranquilidad llega al final cuando a uno no le da tiempo a despedirse de nadie.

Nada más salir del trasiego de la clínica privada en la cual me realizaron la ecografía, eufemismo de manoseo abdominal, me puse como un loco a buscar en internet resultados de ecografías urológicas. Tuve la gran suerte de dar con una de similares características a la mía, la cual compartí en mis redes sociales. Aposté a que se trataba de un quiste en un riñón. Más tarde pregunté a algún familiar y me confesó que otros parientes míos también lo tenían y que no requería intervención.

Pero esa imagen que aprecié en el monitor y que se quedó fija al final de la prueba y en las neuronas más recónditas de mi cerebro, era solo uno de los posibles síntomas o dolencias que podía tener, ya que no eran visibles el resto de tomas que me realizaron por espacio de un cuarto de hora.

Ya hoy, en la sala de espera del centro de salud, me sorprendo a mi mismo de la tranquilidad y entereza con la que he llevado estos seis meses y quince días. Después de unos instantes he comprendido el por qué. Han sido ciento noventa y cinco días y ciento noventa y cinco noches en las cuales uno ha manejado todo tipo de escenarios. La vida o tal vez la muerte me ha cogido con lo más importante dicho y hecho. Y ese es el mayor impulso con el que uno puede irse. La vida, al fin y al cabo, es mucho más cruel que la muerte. No hay porqué preocuparse. Tal vez la preocupación sea la de seguir viviendo. La de seguir disfrutando un tercio a cambio de tres cuartas partes de sufrimiento.

Intento cambiar de escenario mental. La doctora está a punto de salir y no quiero entristecer su bello semblante. Aprovecho para recordar los tres motivos de la consulta. Instantes después se abre la puerta y pronuncian mi nombre. No es mi  doctora titular, es la doctora suplente.

Después de presentarse y de excusarse por la ausencia de mi doctora, en contra de mis previsiones, conduce la conversación de una forma amena y a la vez receptiva, lo cual agradezco, ya que me ahorra exponerle el motivo principal de la cita (bueno, el segundo, el primero podría haber sido el hablar con mi doctora).

El informe médico concluyente ha sido coincidente con las investigaciones personales que llevé a cabo, en su día, horas después de salir de la clínica. Los hipotéticos tumores han resultado ser quistes renales e inofensivos. Y la cirugía, que en su día fue descartada de una forma provisional, pasa a serlo de una manera definitiva. Al menos por el momento.

La doctora suplente me ofrece un tratamiento para otra de mis insignificantes dolencias, pero ante mi falta de síntomas y de preocupación (tal vez interés mostrado) me pregunta si desea que mejor aplacemos tres meses el tratamiento y lo trate directamente con la doctora, ante lo cual asiento firme y fervorosamente con un : “¡sí, por favor!”.

El karma parece haberse vuelto a poner de  mi parte. Ya no será necesario vivir ni pensar con la misma intensidad con la que lo he hecho estos ciento noventa y cinco días. La normalidad me ha vuelto a reconciliar con la vida.

José Luis Meléndez. Madrid, 12 de diciembre del 2023. Fuente de la imagen: wikimedia.commons.org

3 de diciembre de 2023

Intervenidos

Hemos pasado de ser hombres libres a ser seres humanos intervenidos por máquinas

Me encuentro en el aeropuerto Adolfo Suárez, Madrid-Barajas. Acudo a él en esta tarde de sábado con la intención de salir de la creciente indiferencia, estrés y crispación que amenazan nuestra convivencia diaria. Pero sobre todo con el deseo de reencontrarme con la humanidad que antes reinaba en las grandes ciudades.

Ante esta imperiosa necesidad de identificación y de reencuentro con mi especie, he decidido visitar el recién remodelado Aeropuerto. Mi objetivo principal, y a la vez sociológico, es dar fe de la manifestación de emociones humanas, lejos de la gran ciudad.

He de advertir que hace décadas que no visitaba el aeropuerto. Después de las cerca de cuatro horas que he deambulado por distintas terminales (T1 Y T4), he podido constatar y confirmar con el personal de llegadas, que las muestras de afecto, aunque afortunadamente siguen existiendo, han disminuido considerablemente en los últimos años.

El aeropuerto ha tomado la forma de una ciudad provista de comercios que alivian y hacen más llevaderas las estancias de los viajeros. Para integrarme en esta nueva ciudad encapsulada he consultado con el personal, como el resto de viajeros, los horarios de regreso del tren que me llevará de regreso a la estación más cercana, he visitado los aseos y he intercambiado impresiones con trabajadores que reciben directamente a los viajeros que salen o toman su vuelo.

Es cierto que no es lo mismo llegar que salir o esperar un transbordo aéreo. En las salidas tienen lugar las despedidas, que suelen diferenciarse de las llegadas porque son más traumáticas. Conviene también diferenciar las salidas de ocio, más breves y de carácter nacional por lo general, que las salidas intercontinentales que además de ser más cansadas por su duración suelen ser más espaciadas en el tiempo.

Mientras que la T4 se caracteriza por ser la terminal “amable”, según me informa un empleado, por llevar a cabo los vuelos más llevaderos como son los de ocio o nacionales, la T1 es la que soporta mayor carga emocional entre sus viajeros, ya que sus vuelos son más traumáticos debido a sus estancias mucho más prolongadas. Pero al contrario de lo que se puede llegar a pensar, no todas las llegadas al aeropuerto son alegres o “amables”. No lo son porque en estos vuelos también vienen personas que se ven obligadas a dejar su patria y a su familia. Lo hacen buscando mejores condiciones de vida. Y dejar a tus seres queridos supone un luto en vida.

Existen pocos lugares como los aeropuertos, en los cuales pueden confluir tantas emociones. El aeropuerto es la única ciudad abierta al mundo que no apaga sus luces de día ni de noche. Son inmensas infraestructuras diseñadas más para unir más que para separar. Unen almas aunque separen cuerpos, independientemente de cuál sea el sexo, la nacionalidad o la ideología.

La mayoría de personas que salen o entran en un aeropuerto, viajan acompañadas. Porque incluso las personas que viajan solas llevan en su mente y en su corazón la imagen de sus seres queridos. Las emociones son el auténtico aire que se respira en los aeropuertos y el verdadero combustible que mueve los aviones.

Me dirijo al área de salidas de la T1 por recomendación del personal, con objeto de ver escenas emotivas. La única escena que logro ver es la despedida de dos amantes que se despiden con dos besos apasionados, pero que no esperan como antes a que cualquiera de los dos desaparezca al final de los pasillos entre la multitud. Una vez traído de vuelta en uno de los autobuses que conectan las distintas terminales (T1, T2, T3 y T4), tomo asiento en el área de llegadas de la sala 10 de la T4.

Al cabo de media hora, recién entrada la noche, empiezo a ver la primera escena emotiva: la de una joven pasajera que nada más salir por la puerta se  arrodilla para abrazar a un par de gemelas pequeñas que salen a su encuentro. Pero la vista no es la única testigo de estas escenas. Minutos después se puede escuchar algún grito de alegría al percibir, después de un tiempo, que el ser querido y esperado estaba al lado de la persona que iba a recogerle.

En otro de los momentos, una joven enamorada despliega una cartulina azul para recibir a su príncipe azul en la cual se puede leer: “Bienvenido a casa” y justo al lado de dicho texto, se puede ver dibujado un avión que sale de Las Palmas. Otros aprovechan para hacerse selfies espontáneos con flores y globos con los recién llegados que inmortalizan a su llegada.

Más apartadas de las puertas se pueden ver a personas que sujetan tablets o móviles con sus nombres para que los recién llegados puedan identificarlos. O mascotas que como miembros de la familia reciben ladrando de una forma tan desmesurada y descontrolada como alegre, a sus seres queridos.

Tras una breve conversación mantenida con algún empleado de la terminal de salidas de la T4, sobre los motivos por los cuales ha disminuido esta preocupante falta de expresividad emocional llegamos a varias conclusiones. El mundo ha sufrido en el último lustro guerras, volcanes y pandemias que nos han vuelto más antisociales. A eso habría que añadir que en la última década se han producido importantes cambios tecnológicos que han modificado y enfriado nuestra forma de ser y de relacionarnos.

La tecnología, en definitiva, a través de las redes sociales, los smartphones y demás aplicaciones, ha suplantado la relación real por el contacto virtual, provocando en nuestra sociedad una degradación emocional. Es más, ha terminado por absorber gran parte del tiempo y energía que antes podíamos dedicar a relacionarnos no solo con los demás, sino con nosotros mismos. En otras palabras: han terminado por hacérnosla adictiva después de haberla logrado instalar en nuestros discos duros, tanto mentales, como emocionales, hackeando de esta forma nuestras vidas, nuestra forma de sentir y de pensar. Hemos pasado de ser hombres libres a ser seres humanos intervenidos por máquinas. Y esa frialdad ha terminado por apoderarse de nuestras emociones socavando la cantidad y la calidad de nuestras relaciones personales y sociales.

Es hora de volver y de aterrizar. Hace apenas una hora que conseguí desplegar mis alas y alzar el vuelo desde el interior de este aeropuerto. Mi llegada ha sido mucho más enriquecedora que mi salida, al haber podido culminar el viaje con las respuestas esperadas y las expectativas cumplidas.

José Luis Meléndez. Madrid, 3 de diciembre del 2023. Fuente de la imagen: wikimedia.commons.org