Nunca sé el día que nació, pero si el que tuve que acompañarla para despedirla
Hoy día 10, a las 12:15 horas, se cumple un año de un doloroso y triste adiós. No sé el día que nació, pero si el que tuve que acompañarla para despedirla. Me quedé hasta el final. No hubiese sido capaz de salir de la veterinaria sin saber cómo había sido su final.
La veterinaria de mi barrio, Laura, estuvo a la altura de las circunstancias y demostró con creces su sensibilidad paliativa y personal en una gestión tan difícil y complicada, como es la despedida de un ser más amado que querido. Una gestión en la que intervienen de manera muy directa la evitación del dolor físico a la respectiva mascota y el tratamiento de las emociones de su respectivo tutor.
Desde el primer momento, ya por teléfono le manifesté a Laura, que primero la durmiese en mis brazos. Luego, siguiendo sus instrucciones, procedí a tumbarla en la camilla dormidita. Entretanto hablábamos mientras la acariciaba. Diez minutos después la puso la vía en una de sus patitas. Casi no se la notaban las venas. Tardó muy poco en irse. Luego con el pulsómetro, confirmó la parada de su corazón. Digo mal que se fue, porque hace poco, una noche, la he vuelto a notar en mi almohada, como siempre hacía, llegando a despertarme.
Ahora si que puedo decir que Kutxi, sin duda, se llevó algo de mí sin apenas darme cuenta. Y yo, que duda cabe, guardo en mi corazón innumerables emociones y momentos que en forma de recuerdos, unos gratos y otros tristes, suelen venirme a mi mente, después de los veinte años que hemos vivido juntos, es decir, una tercera parte de mi vida (se dice pronto).
Lo de mi padre fue algo parecido. Un mes justo después de irse, noté mientras dormía, tres toques en la muñeca de mi brazo izquierdo, cubierto en ese momento por mi manta. Era el 24 de enero del 2007. Cuando fui consciente de la fecha que era, se me erizó el bello de mis brazos y lógicamente tardé en recuperar el sueño, embargado por la emoción.
Mi querida Kutxi, tuvo también en su vida una experiencia extrasensorial. Una noche nos encontrábamos solos en el salón. De repente fui testigo de cómo se dirigía a la puerta de dicha habitación; luego retrocedía. Pero al cabo de los pocos segundos volvía a ir emitiendo un gruñido suave. Era como si alguien (una energía) la llamase. La escena duró aproximadamente un cuarto de hora. Se pueden imaginar. Yo estaba estupefacto.
Las experiencias no me han hecho un ser más religioso, sino tal vez más espiritual. Sigo sin profesar ningún credo, pero me cuesta más negar que existe otra dimensión que presiento que no es como nos la han contado.
No he incluido las tres ocasiones en las cuales he estado a punto de perder la vida y de las cuales he salido ileso. Algo que no sé si tengo que agradecer pues mi conciencia está relativamente tranquila al ser consciente que mi karma positivo es con creces superior al negativo.
Hoy cuando me levante voy a recordarla. Y una forma de hacerlo es hacer la comida que más le gustaba, realizar una de las rutas que solíamos hacer y escuchar de nuevo el tema que puse en aquel duelo. Un día duro que inexorablemente hay que pasar de la mejor forma posible. Procurando no contagiarla mi tristeza.
José Luis Meléndez. Madrid, 10 de junio del 2022.
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