Nunca entenderé la "festividad" de la Semana Santa como celebración continua del sufrimiento
Mi fervor religioso no es lo suficientemente fuerte como para acudir a una procesión y entristecer al Nazareno a la Virgen y a todos los asistentes los cuatro días que dura la Semana Santa. No se lo merecen ni ellos ni los demás seres que acabamos de abrazar los primeros días alegres de la primavera, después de años de penosos acontecimientos.
Lo cierto es que lo religioso, aquí es España, siempre ha ido asociado al estado anímico de la tristeza. Incluso en las fiestas que deberían ser más alegres como la Navidad, se suelen entonar cantos melancólicos y nostálgicos que algunos han bautizado con el nombre de villancicos.
Ni siquiera un bautizo, sacramento que contraviene el ejemplo de su Maestro, al ser bautizado con pleno conocimiento de causa, supone una alegría para el recién nacido a juzgar por sus lloriqueos. Y mucho menos las bodas, esos sacramentos por medio de los cuales, uno se casa hormonado, en estado semiinconsciente y gracias al cual pierde derechos y gana obligaciones. Hechos que le hacen dudar a uno de su legalidad, por no decir de su moralidad.
¿Algo que celebrar...? Si, tal vez los invitados tengan motivos, al dejar de envidiar al soltero que ha caído preso en la vida efímera y engañosa de Cupido. ¡Vivan los novios! Pero como que: ¡Vivan los novios!, si ya se han casado, nada más salir de la iglesia... Será: ¡Viva fulanita y menganito! (Volved a meterlos dentro, a ver si a la segunda se enteran que la ceremonia ha tenido lugar). Tanto fijarse en el vestidito de la novia que al final no se enteran como se dice coloquialmente, "de la misa la media". En fin...
La filosofía oriental, sin embargo, a través del Budismo, desde seis siglos antes del Cristianismo, trata de liberar al ser humano del sufrimiento, ya que su fin es la felicidad del individuo. Pero no la felicidad efímera y terrenal, sino la felicidad espiritual que supone haber conquistado la cima de uno mismo y desde la cual uno puede contemplar todas las respuestas a las preguntas más trascendentales.
Han pasado ya años, desde que en los años ochenta, tuve la imperiosa necesidad de acudir a los maestros budistas, que los lamas tibetanos poseen en Bubión, enclave perteneciente a las Alpujarras granadinas. En apenas quince días de retiro los lamas consiguieron dar respuesta a todos los interrogantes y cuestiones trascendentes que años antes formulé a sacerdotes cristianos, visita gracias a la cual obtuve por cada una de ellas, respuestas tan claras, como racionales.
Les debo por tanto a los lamas y más concretamente a Buda, la paz interior que establecieron en mi alma, la claridad de ideas que aportaron a mi conciencia y el ensanchamiento emocional que propiciaron en mi corazón y que ya poseía en cierta forma, por medio del amor a todas las criaturas.Desde entonces no he necesitado acudir a ningún ritual, rezar, ni pertenecer a ningún grupo que coarte mi libertad y mi independencia personal e ideológica.
La tristeza creo que no es una emoción que se merezca una persona que según dicen sacrificó su vida por los demás miembros de su especie. Igual que es incomprensible derrochar alegría mientras un toro es torturado y desangrado en una plaza en un acto que tiene la categoría de "Fiesta". La "fiesta" del sufrimiento inocente y ajeno.
El diez de junio va a cumplirse una fecha muy especial: la partida de mi mascota Kutxi. Durante más de veinte años hemos sido uno parte del otro. Aún la siento dentro de mí, aunque no pueda verla ni tocarla, algo parecido a lo que el paralítico debe sentir al quitarse su prótesis de alguna de sus extremidades. Y hace un par de años que me dejó mi tío Paco. Como buen navarro era un excelente cocinero. Cada vez que venía a Madrid por Navidades, me llevaba a algún bar a tomar el aperitivo, con la excusa de comprar el periódico, que siempre era el ABC.
Después del bar y del kiosko, me llevaba como él decía a "La plaza", que no era otro sitio que el mercado tradicional de toda la vida. Allí elegía el bacalao y compraba unas botellas de buen vino, normalmente de Rioja o de Navarra. Al llegar a casa empezaba el ritual. Nos metíamos en la cocina solos, por espacio de dos horas, y mientras hablábamos, le ayudaba como pinche a preparar el bacalao al ajo arriero, un plato típico de la ribera navarra.
¿Se imaginan que cada año tuviera que rendir cuatro días de riguroso luto y tristeza a cada uno de mis seres queridos fallecidos? Pues por ese motivo, hoy he decidido transformar este Jueves santo y triste para algunos, en un día especial. Así que además de mi copa, he sacado otra en honor suyo y de otros seres queridos que echo en falta. Y he procedido a preparar el plato que Paco me enseñó, como si estuviera a mi lado. El ritual ha incluido un brindis por cada uno de ellos. Algo parecido a lo que las ofrendas que los orientales hacen con sus antepasados, ofreciéndoles platos que eran de su agrado. Todo hecho con un gran cariño y una gran alegría.
Llorando y lo que se dice tristes, ya deben de estar desde hace tiempo, los seres queridos que nos dejaron un día a nosotros, al ver lo dura que sigue siendo nuestra vida terrenal. Por eso nunca entenderé la "festividad" de la Semana Santa como celebración continua del sufrimiento.
José Luis Meléndez. Madrid, 8 de abril del 2023. Fuente de la imagen: wikimedia.commons.org
No hay comentarios:
Publicar un comentario