Cada árbol es un maestro. De ellos podemos aprender resiliencia, generosidad, paciencia o sabiduría, entre otras muchas cosas
Ignoro el autor de la frasecita (que gracias a Dios no ha acabado en cita), que afirma que “el otoño es la estación de los poetas”. De lo que si estoy seguro es que de ser poeta no ha tenido en cuenta la opinión de la mayoría del gremio.
Afirmar o dar por buena dicha aseveración es lo mismo que estar de acuerdo a la hora de calificar a la mayoría de los poetas poco menos que como seres melancólicos que necesitan del recogimiento que les ofrece la caída de la hoja a la hora de encontrar inspiración (la inspiración no se busca, se encuentra).
Mi estación preferida, por ejemplo, siempre ha sido la primavera, periodo que estamos a punto de iniciar, en tan solo una semana. La estación del amor, de la vida, en la que las diversas especies, animales y vegetales (incluida la humana), aprovechan para festejarla con sus respectivas parejas.
La naturaleza, a través de la primavera nos invita cada año a sumarnos a esa fiesta de los sentidos. La savia en el reino vegetal y la sangre en el reino animal comienzan a circular a mayor velocidad. Poco a poco notamos como el ritmo cardiaco de nuestro corazón, vuelve un año más a acelerarse. Como si supiese de antemano o presintiese los momentos maravillosos que nos deparan a lo largo de estos días.
Resulta fantástico cada año volver a sentir las mismas sensaciones. Los olores y los colores se vuelven más intensos. Los días empiezan a ser cada día más luminosos y notamos como cada día nos sentimos más alegres y llenos de vida. ¿No es acaso mágico ser testigos presenciales de este lenguaje que utiliza la naturaleza actuando sobre nosotros? Les invito a que comprueben este proceso e interioricen cada día esas sensaciones.
Pero lo que más me gusta de la primavera, sin duda, es el protagonismo que recobra el reino vegetal, tan olvidado y denostado durante gran parte del año. Resulta triste ver cómo nos alejamos de él, según se despide el verano y entra el invierno.
Tenemos tanto que aprender de él…Un árbol siempre está ahí, en el mismo lugar, esperándonos en los mejores y en los peores momentos: llueva, nieve o haga un calor de justicia. ¿Sabemos estar nosotros al lado de ellos con el mismo respeto y la misma grandeza y bondad que ellos muestran con respecto a nosotros?
Me imagino la reacción de algunos: los árboles no tienen bondad, ante lo cual yo les preguntaría: ¿y maldad?, ¿tiene un árbol maldad? Si no tiene maldad, ¿cómo es posible que nos trate mejor de lo que la especie humana los trata a ellos? Me imagino y me conformo con la respuesta que equivaldría a decir, si no me equivoco, que son mucho más éticos en su comportamiento que nosotros.
Un árbol, a pesar de vivir anclado durante toda su vida, es capaz de ofrecernos sus frutos, su sombra y su oxígeno. Cada árbol es un maestro. De ellos podemos aprender resiliencia, generosidad, paciencia o sabiduría, entre otras muchas cosas. Ningún ser en el universo podrá llegar acumular el karma tan positivo de un árbol.
No es de extrañar que sin saberlo, nos encontremos ante seres divinos y protectores. De hecho en varias religiones aparece su figura en vidas posteriores a la terrenal. Por eso sigue causándome una desoladora sensación ver como algunas personas caminan por los parques sin acercarse a ellos a abrazarlos. Más aún si comprobamos como pasan desapercibidos ante nuestras miradas. ¡Dios mío!, una mirada al menos de agradecimiento.
Aún así, con todo, lo verdaderamente escandaloso es constatar como los ciudadanos somos mucho más civilizados y estamos mucho más concienciados desde el punto de vista medioambiental que nuestros representantes públicos. Basta leer la prensa para darse cuenta de la cada vez más numerosa cantidad de vecinos que salen a defender a sus vecinos, los árboles de talas injustificadas con objeto de pararlas o minimizar al máximo su impacto medioambiental. Talas de árboles que curiosamente tienen más años que el regidor del Consistorio.
Señores políticos: conciénciense ustedes antes de sensibilizar a la ciudadanía. En lugar de plantar un árbol en elecciones, aprendan a respetar los árboles durante toda la legislatura a la hora de acometer acciones urbanísticas. Ni los árboles son suyos, ni los parques son sus jardines particulares. Hablen y pónganse de acuerdo con las asociaciones de vecinos.
Aprendan a mantener los bosques en condiciones. Combatan el cambio climático y la desertificación creciente que padece este país en el mismo grado en lo que lo hacen los ciudadanos. Ustedes también son ciudadanos. Den la cara y dimitan de sus cargos cuando se queme un bosque. Los ciudadanos también pagamos nuestras sanciones medioambientales. La mejor sensibilización es verles previendo fuegos y no plantando arbolitos. Ni visitando vacas, ni acariciando borreguitos.
José Luis Meléndez. Madrid, 14 de marzo del 2023. Hayedo de Otxarreta Fuente de la imagen: wikimedia.commons.org.
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