Esta mañana he presenciado la siguiente escena: multitud de personas caminando por los subterráneos del metro sin mascarilla. ¿Motivo? Parece que solo es obligatoria en los vagones.
La gente apura tanto que esperan a que entre el tren en la estación para ponerse la mascarilla. Así que uno puede bajar tranquilo las escaleras mecánicas pegadito a la multitud sin mascarilla. Pero eso si, en el bus hay que ponérsela, aunque cada pasajero vaya en una esquina.
Lo normal, vamos. Como hay tan pocos catarros, bronquiolitis, virus y demás infecciones respiratorias, pues es muy difícil que alguien te estornude, te tosa o te bostece en todo el pescuezo (digo pescuezo en lugar de cogote, porque en el transporte público todos hemos tenido en alguna ocasión, la sensación de ser transportados como ganado, oportunidad que nos brindan las autoridades municipales y autonómicas para empatizar con las condiciones en las que transportan a muchos animales que van camino del matadero). Y mucho más difícil que te contagie por ir sin mascarilla. Lo irónica que es la vida: el "Metro" sin advertir sobre las distancias de seguridad en las escaleras, andenes y demás espacios interiores, mientras la EMT, cumple a rajatabla sus debidas precauciones.
Pero no todo van a ser noticias negativas. Porque Metro ha bajado alguna de sus tarifas, así que podemos viajar con total seguridad sin el riesgo de contagiarnos un treinta por ciento más que en el autobús, que es el porcentaje que ha bajado el Metrobús de diez viajes, por ejemplo. Todo ello mientras escuchamos de fondo en nuestro smartphone la famosa canción de la Orquesta Mondragón, Viaje con nosotros, ¿recuerdan?: "Viaje con nosotros, si quiere gozar, viaje con nosotros a mil y un lugar y disfrute, de todo al pasar y disfrute, quien compra nuestro billete, compra la felicidad".
Así que, después de todo esto, sigo sin entender por qué están los hospitales tan saturados. Debe ser culpa de la nueva variante, no porque hayamos bajado la guardia estas Navidades en las reuniones familiares con el uso de la mascarilla, ni porque las autoridades no hayan creído conveniente su utilización. Igual que ahora tampoco creen conveniente llegar a un pacto de Estado por la salud de todos los españoles. Antes hay otras prioridades mucho más importantes y acuciantes como son controlar las transfusiones de votos y preparar las campañas con bonitas frases, imágenes y promesas cautivadoras que lleguen a lo más hondo del elector enfermo o finado (lo importante no es tanto que vote el ciudadano, sino que escuche las promesas que verá cumplidas en la próxima vida de la siguiente legislatura).
Habrá que esperar, por tanto, a que los virólogos, bauticen esta nueva cepa de la indiferencia con un nombre raro, para que a continuación los políticos nos inviten a volver a tomarnos por octava vez en serio (esta vez seguro que sí), las afecciones respiratorias y la fragilidad del sistema público de la sanidad, el cual tampoco están dispuestos a tratar de una forma consensuada, definitiva y seria.
Eso si, antes de que quiebre un banco privado, todos acudirán de nuevo raudos y veloces a rescatarlo con nuestro dinero público. La bolsa, por supuesto, siempre antes que la vida. Y los sanitarios y los ciudadanos siempre detrás de los banqueros y los amiguetes de postín. Bueno, menos en los días electorales en los cuales somos los protagonistas.
José Luis Meléndez. Madrid, 12 de enero del 2023. Fuente de la imagen: wikimedia.commons.org
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