Hace más de dos años, recién iniciada la pandemia de la Covid, se nos anunció repetidamente a los ciudadanos la futura llegada de una “nueva normalidad”. Un mundo distinto había poco menos que llegado para quedarse hasta la gran noche de todos los tiempos y al que deberíamos adaptarnos. Hoy, sin embargo, lo que vivimos desde entonces, es una anormalidad creciente de acontecimientos nacionales y mundiales que adquieren por momentos, matices verdaderamente preocupantes.
La profecía no es que haya fallado, es que era imposible que se cumpliese, si uno tiene en cuenta que el término “nueva normalidad” que se nos anunció por entonces, estaba formada etimológicamente por dos términos tan agónicos como antagónicos.
Así, mientras que la novedad es un término actual y mutable, la normalidad es un concepto estático, que prevalece en el tiempo. En otras palabras, lo normal nunca puede ser una novedad y una novedad no puede formar parte de lo que se entiende como normalidad.
Aunque las normas cambian, los hábitos permanecen. La pandemia de la Covid nos obligó, según una nueva norma, a llevar durante un tiempo mascarilla, pero no perdimos el hábito o la costumbre de quitárnosla cuando estaba permitido y de ir como siempre, con el rostro descubierto.
En el año 2020 vivimos una pandemia; en 2021 los efectos de un volcán. En 2022 una guerra y en 2023 la economía global crecerá menos de lo previsto, como consecuencia de la guerra de Ucrania, lo cual hará, según palabras del FMI que los europeos sintamos el nuevo año como una recesión. Vamos por tanto camino de tres años de una asombrosa y lo que es aún peor, de una preocupante y creciente anormalidad cotidiana. Tal vez estos sean los motivos por los cuales, aquellos que las pronunciaron y fracasaron en sus predicciones, hayan obviado referirse a los tiempos actuales como nuevos y normales.
La nueva norma decretada por las autoridades para salvaguardar y proteger la salud de los ciudadanos, supuso una excepcionalidad y una anormalidad que hubo que tomar, pero una vez que se controló el virus y pudimos quitarnos las mascarillas, las normas de antes, siguen hoy en día siendo las mismas de antaño.
El hecho de dejar de oler, de comer o de ver muertes multitudinarias no es sinónimo de una "nueva normalidad", sino de una preocupante anormalidad. Y anunciar para animar a los ciudadanos una “nueva normalidad”, es igual de absurdo que hacerlo de un "viejo cambio". Lo que algunos llamaban la “nueva normalidad” hoy forma parte de una realidad que no ha cambiado sustancialmente nuestras normas, hábitos y costumbres. En definitiva, la vida, como hace ya decenios anunció Julio Iglesias, sigue igual.
José Luis Meléndez. Madrid, 19 de octubre del 2022. Fuente de la imagen: wikimedia.commons.org
No hay comentarios:
Publicar un comentario